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Agustín “Rada” Aristarán: el hombre de las mil caras
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Agustín “Rada” Aristarán: el hombre de las mil caras

Por Fernanda Arena

Multifacético si los hay, Agustín “Rada” Aristarán es un artista que pisa fuerte. Así como el Rey Midas convierte en oro todo lo que toca, el comediante nacido en Bahía Blanca se transforma en diamante cada vez que sale a escena.

Ya sea como humorista a través de sus shows o especiales en plataformas, actor en “Re loca”, “Los adoptantes” y “El reino 2”, influencer en Instagram con más de un millón y medio de seguidores, presentador de tv, músico junto a su banda “Los Colibriquis”, voz que le da vida a una marioneta en la serie “C.H.U.E.C.O” o incluso como la malvada directora de un colegio en el musical teatral “Matilda”.

Hoy disfruta de su gran presente laboral lleno de proyectos que lo entusiasman. Después de estrenar en Flow “Una película de gira”, el documental que testimonia el backstage de su primera gira por Europa y la intimidad de su amistad con Gonzalo Llamas Sebesta, amigo íntimo y director del film.

N: ¿Cómo fue la experiencia de viajar con su amigo de la infancia? Lleva 27 años de carrera y 22 de amistad con él.
-Nos conocemos desde hace mucho y fue muy divertido. ¡Qué suerte que hicimos la película para acordarnos de todo lo que nos pasó en un mes y un par de días! Fue impresionante la cantidad de cosas que sucedieron. Siempre que estamos con Gonzalo nos pasan cosas muy increíbles. Pero no porque seamos increíbles, sino porque somos amigos y a los amigos le pasan cosas increíbles, anécdotas imborrables. Esta peli es una gran anécdota.

¿Y a la próxima gira van juntos también?
-No, no lo aguanto más (se ríe). Ya estamos divorciados.

¿Por qué dura una hora la película?
-El humor, lo absurdo y la falta de un guion establecido son los ingredientes clave de este viaje que terminó siendo un documental sobre la amistad. Cuando éramos chicos Gonzalo me acompañaba a las fiestas infantiles. Y en este viaje de repente íbamos caminando y nos dábamos cuenta de que estábamos en Londres y que teníamos el Big Ben de fondo.

Ya lo conocemos en diferentes versiones ¿Qué es lo que el público va a descubrir nuevo de usted en esta película?
-Creo que esta es la faceta más humana. Yo no tengo caretas pero por supuesto cuando hay una cámara prendida no soy igual que cuando me despierto a las 7 de la mañana sin azúcar en sangre. En este caso, con una persona que está filmándote todo el tiempo, hay un momento en que te olvidas de la cámara. Hay de todo: emoción, risas descontroladas, llanto, hay peligro de que nos deporten (bromea).

¿Ahora comprende a los participantes de los realities, cuando dicen que se olvidan de que están siendo filmados 24 horas?
-Igual sigo sin entenderlos, por otras cosas, no por lo de la cámara. ¿Cómo te encerrás en una casa cuatro meses? ¡De locos!

Y a nivel profesional y personal ¿En qué momento se encuentra?
-Sin duda en un momento de cambio donde está apareciendo más el Agustín actor, haciendo más cosas de ficción que unipersonales. De todas maneras los shows siguen y de hecho ahora me voy de gira nuevamente con mi nuevo show. Pero tengo varios proyectos ya planteados relacionados con la actuación.
En el último tiempo, el bahiense destacó como actor en distintas ficciones. En “El Reino 2”, como un malo bien malo, y –sobre todo- destacó como la icónica y malvada directora de escuela Tronchatoro en el musical “Matilda”, un éxito de público y de crítica. Un papel que lo marcó: “Yo no podía creer verme en el espejo caracterizado. Durante muchas semanas el 85 por ciento del día estaba con una máscara en la cara. Llegó un momento en el cual mis compañeros ya no me reconocían. O sea, de las horas que yo estaba despierto, la mayoría del tiempo era Tronchatoro con esa máscara en el rostro”, reflexiona.

¿Cuántas horas de transformación llevaba?
-Empezamos con 4 horas y lo bajamos a una 1 y media. Ni mi hija, que también era parte del elenco, me reconocía. Cuando había doble función usaba la máscara puesta hasta la noche. Iba al comedor del Gran Rex y de repente me veía comiendo una tortilla con la cara de Tronchatoro. Fue una experiencia increíble que por suerte la podemos repetir en el verano por un mes más.

¡Esto es una primicia!
-Sí, del 12 de enero al 12 de febrero vamos a estar nuevamente en el Gran Rex. Y real, después se termina Matilda. Se termina posta. La productora se mete en otro proyecto.

¿Cuál es el target promedio de sus seguidores? Los que le piden fotos, un autógrafo o incluso llegan a tatuarse su firma, algo que vemos en “Una gira de película”.
-Treinta y pico. El grueso de mi público va de 25 a 45. Pero también me vienen a ver muchos niños y niñas y a su vez gente grande.

Más allá de este protagónico en “Matilda”, en sus comienzos hacía shows de magia en fiestas infantiles. ¿Los niños son un público difícil?
-No es un público difícil, es un público sincero. No les gusta lo que estás haciendo y te dicen ‘chau’. No tienen careta y eso es lo bueno. Los adultos somos un poco más respetuosos o políticamente correctos. Un nene es más espontáneo. No tienen drama en decir ´me aburrí’. No tienen filtro.

Las redes sociales fueron su plataforma de lanzamiento. ¿Qué le dieron, además de popularidad?
-Esta conversación es posible gracias a las redes. Tener dos especiales en Netflix es gracias a las redes. Estar trabajando para Disney también es por eso. Las redes me dieron una plataforma en la que pude mostrarme.

Las redes democratizaron todos los consumos: los libros, la música. Hoy está más difícil ‘triunfar’ en ellas porque están más quemadas. En ese momento, cuando recién arrancamos, éramos poquitos haciendo videos de 15 segundos. ¡Fue una herramienta increíble!

¿La clave siempre está en “ser primeros” en algo?
-Primeros y genuinos. Al principio hacía lo que me pintaba. No estaba esperando likes ni reproducciones. Después vino el virus del like, la reproducción y nos volvimos todos locos.

¿En algún momento empezó a pesarle todo eso?
-Sí, obvio, en un momento subía cuatro videos por día. Era una locura. Y me pasaron cosas que tienen que ver con el ámbito de la salud mental. Empecé a sentirme ansioso y deprimido.

Está comprobado por la ciencia que las redes generan ansiedad. ¿Cómo se vincula con ellas en la actualidad?
-Tengo una relación mucho más sana. Me acompañan y están presentes, pero ya no vivo para las redes como hasta hace un tiempo.

Porque su trabajo en los medios tradicionales se ha multiplicado…
-Y porque siempre pensé en ellas para que la gente me conociera. Para que cuando vieran un cartel mío de promoción en la calle dijeran ‘ahh, a este lo conozco’ y vinieran a verme al teatro. Porque te aseguro que lo que hago arriba del escenario no tiene nada que ver con mi versión de Instagram o Tik Tok.

¿Le gustaría volver a conducir en TV abierta?
-Me encantó ser parte de «Match Game». Fue muy importante en mi vida. Por el contrario, para la vida de la tele no fue importante, fue muy cortito.

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Es un poco cruel la tele, ¿no? Hoy estás y mañana ya no…
-Sí, ya lo sabía. Y había estado en televisión. Consumo mucha tele, me encanta. Después de “Match Game” me ofrecieron otras conducciones, pero a todas dije que no con mucho agradecimiento. Sí me gustaría hacer más ficción, a una propuesta así diría que sí. Igualmente, yo sé que lo que hice en tele como conductor estuvo muy bien. El programa no garpó y está todo bien. Y tal vez no garpé yo. Pero me sentí muy contento con mi trabajo.

¿Le puedo decir que es una suerte de Jimmy Fallon criollo?
-¡Eso es un montón! Esta parte la vamos a editar (se ríe). Bueno algún día un late show me gustaría conducir.

¿Qué más le gustaría hacer artísticamente?
Quiero hacer drama, estoy en esa búsqueda. O algo bien oscuro. Apunto a mi rol como actor. Voy por eso.

¿Qué consejo le daría a quienes están empezando en el mundo artístico mediante redes?
-Que sean ellos mismos, que no se pongan como “faro” a nadie. Que se formen y no hagan las cosas por un like más o por el número de reproducciones. Eso viene después como consecuencia.

¿Se siente tocado por la varita mágica?
No, son años de mucho esfuerzo. De aciertos pero también de desaciertos y rechazos. Horas llorisqueando en el camarín cuando las cosas no salían como uno esperaba. Y todos los “no” que me faltan.

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