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Si la solución a la corrida es la policía, es que no tienen solución, y ese es el problema
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Si la solución a la corrida es la policía, es que no tienen solución, y ese es el problema

Dónde vamos. Ni el Gobierno parece saberlo. Hace tiempo perdieron la capacidad para ofrecer un destino, ahora no pueden ni aportar calma para las próximas 24 horas. El país está en ascuas y con sensación de terminalidad. Las propias autoridades políticas encarnan la desconfianza. O simplemente parecen no estar dispuestos a solucionar el problema que ellos mismos generaron. Visitadores compulsivos al abismo, esta vez se empujan entre ellos al precipicio y lástimas que en el medio estamos todos nosotros.

Incapaces de proveer una salida a la crisis, son ágiles para la deriva autoritaria. Las declaraciones de la diputada Juliana Di Tulio, la misma que confunde silobolsas de soja con girasol, ¿qué efecto pueden tener en un mercado sumido en el pánico que busca la moneda de refugio que es el dólar? Todo lo contrario a la tranquilidad. La señora Di Tulio busca meter miedo donde debería ofrecer certeza. En un punto es kirchnerismo básico. Ellos siempre creyeron que a la economía se la maneja con miedo, castigos y garrotes. Son incapaces de entender la libertad de comerciar o de disponer de lo propio. Se la pasaron buscando derribar el derecho a la propiedad. No es sorprendente entonces que diga con notable ignorancia que quiere “ver un policía en cada cueva” o “que hay que movilizar la policía federal a cada casa de cambio”. Los únicos que festejan son los delincuentes, aunque a esos hace rato que dejaron de mandarle la policía porque directamente los liberan. Es como la batalla contra los precios de Feletti, o la guerra contra la inflación del presidente. Impresentable e inútil porque la economía no funciona así. Es echar nafta en medio del incendio, porque una corrida es una crisis de confianza. Si la solución es la policía es que no tienen solución. Pedro Picapiedra hubiera sido más sutil. El punto es si acaso no se trata de torpeza sino de lo que venimos viendo hace tiempo. El propio kirchnerismo duro empeorando las cosas, para su propio Gobierno y para toda la sociedad a la que tienen como rehén de sus arbitrariedades y de los problemas de la señora Kirchner.

A ver, seamos directos, la situación es tan frágil que, si no se toman medidas drásticas y dan señales claras, un deterioro aún mayor puede ser cuestión de horas. Un Gobierno con su credibilidad desmantelada que ve dispararse el dólar ante sus ojos, y con la divisa, los precios de la economía real, elige negar la realidad. O son incapaces o son más dañinos de lo que creíamos. La tozudez ideológica es un gran palo en la rueda, pero, sobre todo, el destructivo poder de veto de la vicepresidenta que directamente ha pulverizado la figura presidencial, con anuencia de él mismo. Como decía un analista: “No hay ministro de economía con plan y equipo, no hay un jefe de gabinete en control, no hay un canciller solvente. ¿Hay presidente?”.

Vemos una ministra de economía que va y viene explicándoles a todos los que no se hablan en su propio espacio, que no hay un peso, como si no lo supieran cuando fueron consistentes en dos cosas desde que gobiernan: gastarla toda y buscar impunidad para Cristina. Parece un pequeño satélite intentando poner en órbita un meteorito enloquecido.

Ayer fue Santa Cristina, en el santoral católico. El lunes que viene difícilmente recordaremos el santoral en el caso de la señora Kirchner. De la reunión que tuvo con el Presidente, el sábado al mediodía, trascendieron unas pocas cosas: algunas escenas de desprecio, algunas escenas de desesperación por parte de él, la posibilidad de dos cambios en el gabinete que a esta altura parecen como un paraguas en medio del tsumani, insuficientes, y un tema preponderante: “Ella está como loca con el tema de Luciani”, afirmó una fuente. Luciani es el fiscal Diego Luciani quien se apresta a iniciar un alegato para el que pidió nueve días hábiles, a partir del 1 de agosto, y que por lo tanto tendrá, tres jornadas por semana, a lo largo de casi un mes, en el que acusará a Cristina Kirchner por ser jefa de una asociación ilícita o y por defraudación a la administración pública en la causa Vialidad por direccionar fondos del estado al amigo presidencial Lázaro Baez a través de obras viales. Es el momento que todo este tiempo Cristina evitó que ocurriera. En su percepción personal lo que está pasando es inaceptable, pone en crisis su administración de la realidad, como un cortocircuito en un tablero de control. Es difícil saber si esa furia no decanta en profundizar las calamidades, pero no es una hipótesis para descartar, porque la vicepresidenta le endilga a Alberto Fernández no haber cumplido con el pacto original de hacerla zafar en los tribunales.

El país espera como se espera en las puertas de un quirófano, que se salve a un paciente en estado crítico. Este Gobierno ya no puede ofrecer futuro y hunde a todos en su incompetencia, en su rapiña y en su guerra interna. Se desenvuelve ante nuestros ojos una dinámica de deterioro que hace imprevisible lo que pueda pasar en las próximas 24 horas. Hay una guía básica, sin embargo. Si no paran la corrida, la dinámica de la crisis se profundizará con consecuencias impredecibles y difícilmente deje indemne a la cúpula política. Las anclas son muy flaquitas por estas horas. La ministra Silvina Batakis espera alguna señal del Fondo Monetario. Pero aquí dentro las señales contradictorias del kirchnerismo pueden cancelar cualquier atisbo de solución. Todo puede pasar con un Gobierno en descomposición, que ya no funciona como frente, y que en sus horas más difíciles sólo ha ofrecido desgobierno, es decir lo contrario a sus fines.

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