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La falacia de cerrar la grieta
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La falacia de cerrar la grieta

El periodismo es muchas veces el arte de definir. Hace diez años en una fiesta de los premios Martín Fierro, Jorge Lanata definió por primera vez como “grieta” a la división reinante en la Argentina. Desde entonces, “la grieta” sintetiza el conflicto político, pero por momentos hay tantas grietas como personas que la definen.

Anoche, a una década de haber acuñado el término, fue el mismo periodista quien recordó que “la grieta” continúa existiendo. Otra vez lo hizo en la fiesta de los Martín Fierro, donde el presidente de Aptra y numerosos oradores se manifestaron en contra de “la grieta” o pidieron cerrarla. Pero ¿Qué es la grieta? ¿Cerrarla es una cuestión de voluntarismo? ¿O ese planteo termina siendo una negación de la realidad?

Hay sectores que con nitidez defienden una postura u otra de las que confrontan profundamente en la Argentina. Hay una tensión pendular en el corazón del sistema, es decir, debatimos si nos regimos por las leyes y la Constitución o desembocamos en reformas de tinte populista. Los que defienden esto último no reniegan del populismo.

El vacío y la realidad

En tanto, desde ciertos pedestales de la superioridad moral pareciera que los culpables de la grieta son los que deciden no ser mansos ante los que abusan de las instituciones, o no aceptan un indulto para los corruptos, o simplemente no niegan la realidad, ni sus responsables, ni les da todo lo mismo. Si uno señala las miserias de la realidad, es un partidario de la grieta y debe ser condenado. Como si incluso eso fuera ser peor que los que inventaron la grieta.

Los cerradores de grieta entran en una especie de nirvana de amor y paz donde lo que está mal no es responsabilidad de nadie, y se deleitan en ver lo buenas personas que son ante los ojos de todos, mientras las cosas no dejan de empeorar y la decadencia avanza.

¿Quién creo la grieta? ¿Fue Lanata por ponerle nombre? ¿O fue el kirchnerismo por señalar una división tal que los que no estaban de su lado simplemente eran enemigos? La construcción del enemigo como forma de hacer política desde el conflicto era parte del manual de Ernesto Laclau, que Néstor y Cristina Kirchner convirtieron en su credo. El enemigo fue el campo, el periodismo, la oposición, la justicia. Y el objetivo en cada guerra declarada, sumar poder y someter al otro. No es que eran totalmente originales. Ya del peronismo más básico surgía aquello de “al enemigo ni justicia”. ¿No aceptar ser sometido es ser malo? ¿Qué es lo moral o lo inmoral?

¿Se puede cerrar la grieta con una mera enunciación? Si existe un sector que busca descabezar a la Justicia, restringir la libertad de expresión, atenuar o eliminar los derechos de propiedad, ¿basta con sentarte a tomar un té y se termina el problema? El conflicto llamado grieta yace en algo tan profundo que es, ni más ni menos, cómo nos figuramos la Argentina cada uno de los argentinos. En tanto exista una minoría intensa que impugne el sistema o busque horadarlo desde adentro, persistirá otro sector que resista esas corrosiones. No es todo igual. Y el punto más dramático es que no se puede llegar a un acuerdo entre lo que es netamente antagónico y quizás haya que aceptar esa realidad que es de dos modelos de país.

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En el medio estarán los que no meten los pies en el barro y miran la escena, en apariencia sin tomar posición, creyendo que no están en la grieta porque dicen en voz alta que hay que terminar con la grieta. A veces intento saber a quién se lo dicen. Porque la sensación es que se lo dicen a quienes resisten para que Argentina siga siendo una república y no a los que crearon la grieta. ¿Y ellos qué quieren?

Durante los primeros doce años de kirchnerismo muchos advertían que el populismo podía convertir a Argentina en Venezuela. Desde las usinas antigrieta condenaban a todos los que lo advertían, de exagerados y apocalípticos. Cuando venció el gobierno de Cambiemos, recuerdo que un reputado intelectual antigrieta dijo: “¿vieron que Argentina no podía ser Venezuela?”

Y pregunto, ¿hubiera sido posible aquella alternancia sin esos a los que les había tocado hacer el trabajo visible de la resistencia al avance populista? Desde las marchas multitudinarias como las del 13N, a las denuncias judiciales por corrupción, a las investigaciones periodísticas que fueron el contrapeso de ese modelo que se proponía ir por todo. Al final hay quienes disfrutan de la continuidad del sistema mientras se lavan alegremente las manos.

¿A quienes son funcionales los que creen que se puede cerrar la grieta por declamación? Por momentos parecen olvidarse quiénes fueron los que crearon la grieta y sólo eligen culpar a los que se defienden de sus abusos. ¿Eso no es a veces otra forma de estar de ese lado de la grieta pero disimulando? ¿Qué piensan de los temas polémicos? ¿Están de acuerdo con todos? ¿Se puede eso? ¿O simplemente están de acuerdo con ceder en temas como la división de poderes, la libertad de expresión o el derecho a la propiedad? ¿Admiten grises estas cuestiones sin cambiar a la Argentina para siempre en su sistema republicano y en su planteo jurídico capitalista? Tal vez quieran eso. O tal vez temen entrar en el conflicto sin ninguna mala intención. El tema es siempre qué se hace con las consecuencias de lo que se hace y de lo que no se hace. ¿Por qué no dialogamos sobre esto?

El camino a Venezuela, como el del infierno, también puede estar pavimentado de buenas intenciones.

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