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El vacío y la realidad
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El vacío y la realidad

Nadie sabe bien si Sun Tzu realmente existió, o si los escritos sobre estrategia que se le atribuyen corresponden a la recopilación de principios de varios generales de aquella China imperial. “El vacío y la realidad” es uno de los capítulos de la magnífica obra que se le atribuye: “El arte de la Guerra”, a la que conviene leer en estado puro, antes de abocarse a disparatadas interpretaciones posteriores como “Sun Tzu en la empresa” o “Sun Tzu en la cocina” o “Como aplicar a Sun Tzu en el ejercicio de la plomería”.

Al margen de la recomendación, la Argentina enfrenta un período bisagra de su historia en los próximos meses, en los que va a tener que tomar la decisión a la que hace referencia la alegoría del título: enfrentar la realidad y modificarla sin medias tintas, o entrar en un eterno vacío, donde nuestra existencia consista exclusivamente en sobrevivir, tragedia tras tragedia. Parafraseando a Mariano Moreno, deberemos elegir si cambiamos nuestra realidad en serio o si “será tal vez nuestro destino, cambiar de tiranos sin destruir la tiranía”.

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Al vacío podríamos identificarlo con el tan mentado método del gradualismo, ese que llevó al Gobierno de Mauricio Macri a no poder concretar las reformas que planeaba, como él mismo ha reconocido, y concluyó en una gestión plagada de buenas intenciones e ideas no concretadas.

El mismo gradualismo que hoy ejerce Sergio Massa para llegar hasta las elecciones sin que todo estalle, y que plantea como idea central de su campaña Horacio Rodríguez Larreta.

A raíz de los piquetes de la semana pasada y el debate entre el jefe de Gobierno local y su contendiente interna, Patricia Bullrich, se reflotaron algunos artículos del año 2017, en los que se dejaba sentado que la entonces Ministra de Seguridad le exigía al gobernador porteño que aplicara el protocolo consensuado en el Consejo de Seguridad Interior para diluir los piquetes, y Larreta respondía que el tenía un plan gradual para terminar con los cortes.

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Tan gradual ha sido, que seis años después ni siquiera ha empezado a aplicarlo. Eso es el vacío, la nada misma, consiste en cubrir la inacción con discurso, narrativa marketinera sin política pública. La falta de ejecutividad no parece ser una virtud ni tampoco una actitud esperable en estos tumultuosos tiempos en que país está al borde del precipicio.

La realidad es dura, está claro. Pero enfrentándola es el único modo de motorizar un cambio. Nuestro país vive en la permanente agonía hace décadas. Argentina parece estar a punto de desintegrarse desde que tengo memoria, o de hundirse en las profundidades oceánicas, como describía el maravilloso antropólogo Helmut Strasse, que personificaba con maestría Tato Bores.

Pero el vacío, el no hacer, el esperar un milagro, el ganar tiempo, es algo que deberíamos empezar a considerar como generaciones perdidas en medio de una interminable letanía que ya no podemos permitir.
Salir del letargo, del eterno padecer, de la procastinación política que algunos proponen como si fuese una solución original y no hace más que reflejar lo que siempre ha ocurrido y nos ha llevado a esta situación, depende de nosotros, de apostar al coraje y enfrentar la realidad, porque está claro: si no es todo, es nada.

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