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En la Argentina de los palos en la rueda, no queda ni la rueda
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En la Argentina de los palos en la rueda, no queda ni la rueda

La Argentina de los palos en la rueda se quedó sin la rueda por tantos palos. El conflicto con el sindicato de trabajadores de neumáticos llegó a un punto en el que provocará más daños que soluciones. Pero no ocurre en forma aislada, sino en un país cuya conflictividad hace tiempo pasó todos los límites, por paros, piquetes y bloqueos por doquier, y amenaza con escalar aún más.

El problema, es que la resolución misma de los conflictos está en crisis. Al agravamiento de la situación económica y social, se suma la falta de acuerdos básicos y el desapego a cumplir las normas. El propio Gobierno es productor permanente de conflictos y se retira cuando debe imponer autoridad, incumpliendo su rol y dando graves mensajes que profundizan la anomia imperante. Como si esto fuera poco el deterioro en la gestión pública, loteada e ineficiente, derrama el desgobierno en todos los niveles.

Hoy, el poder está en un flipper en la Argentina, y la pelotita enloquecida golpea las esquinas buscando marcar puntos, pero sin ir a ningún lado. En ese pernicioso juego de bloqueos que es la interna oficialista, lo que queda de la gestión se redujo al ministro de economía, que hace lo que lo dejan de lo que dijo que iba a hacer, mientras presidente y vice se dedican a otras cosas. Su esbozo de plan económico parece más un sistema de parches para llegar mientras se siguen postergando las soluciones de fondo.

El gobierno practica interna y externamente una especie de “vetocracia”, término que acuñó Francis Fukuyama para referirse al trabado Congreso de los Estados Unidos por la polarización, pero que aquí cabe a la perfección para un gobierno trabado por ellos mismos. Cristina Fernández se la pasó bloqueando a Alberto Fernández. Ahora Alberto Fernández, si puede, bloquea a Sergio Massa, a quien bendijo Cristina Fernández. Y Cristina Fernández, aunque esté ensimismada y sólo le preste atención a su situación judicial, sigue ejerciendo un fulminante poder de veto a todo, al punto que las medidas importantes pasan por ella o no pasan.

El mejor ejemplo es una economía inmovilizada por los cepos. La cepocracia es un desmadre de arbitrariedades que le hacen la vida imposible a todo el mundo en medio de la vetocracia general.

En el Congreso la cosa no va mejor: el Gobierno busca tratar iniciativas controversiales a los empujones y produce cualquier cosa menos debate. En su momento de mayor necesidad, el presidente debió recurrir a la oposición para obtener el acuerdo con el Fondo. Ahora las dos leyes que persigue el Gobierno están en el ojo de la tormenta: ampliar la Corte y eliminar las PASO, son más nafta en el fuego de la confrontación.

El historiador y politólogo Natalio Botana plantea en su última columna que no puede haber un acuerdo económico si no hay un acuerdo político, y basa esa imposibilidad en las impugnaciones a las propias reglas del juego que son ni más ni menos que al Poder Judicial y al sistema electoral. ¿Cómo se dialoga o se acuerda si de un lado se quiere cambiar las reglas a la fuerza o no cumplirlas? El Gobierno es un productor de conflictos y hace tiempo dejó de ofrecer soluciones incluso a los temas mínimos. De los de largo plazo ni hablar.

Con un gobierno arisco a aplicar autoridad o buscar soluciones, el conflicto estalla en la calle. El año terminará con protestas récord desde 2009, según mide la consultora Diagnóstico Político, y julio ya marcó un récord en la conflictividad con más piquetes que nunca desde ese año marcado por la guerra con el campo. La cuenta final puede superar las 10.000 protestas en 2022.

Pero el panorama que tenía como protagonistas de la calle principalmente a las organizaciones sociales de izquierda que demandan planes, ahora suma, también con presencia de la izquierda, un panorama gremial combativo que va de la mano del aumento de la inflación. A los piquetes se suman sectores productivos que responden a la izquierda, y la crisis de los neumáticos es un ejemplo de la desestabilización que un paro sin concesiones puede desparramar en una economía trabada desde el vamos y en medio de una tensión creciente por la pérdida de poder adquisitivo.

La situación desnuda otra paradoja. La propia CGT quedó en offside por estar calladita ante el deterioro del salario por su alianza con el Gobierno; y el Gobierno, con una peligrosa inacción y/o incapacidad o las dos cosas a la vez, solamente suma al caos. La principal queja por lo bajo de los sectores productivos es que la respuesta de las máximas autoridades ante llamados desesperados antes de cerrar las plantas de neumáticos, fue la inacción total desde el sector oficial.

¿Hay sectores del Gobierno que usan a la izquierda como brazo ejecutor de sus propios bloqueos o perdieron la calle? ¿O es la combinación de ambos factores? Todo parece sumar a un fin de año en que todo esto tenderá a empeorar por una inflación que no bajará de 6 puntos porcentuales en los próximos meses y terminará llegando al límite psicológico de las tres cifras anuales, marcando un 100% que remonta a la temida hiper.

Según un informe de la Bolsa de Comercio de Córdoba, Argentina tiene 14 veces más conflictividad que el resto del mundo y el sector público es 38 veces más conflictivo. De un análisis realizado sobre el período 2010-2020 se desprende que hubo 27.000 conflictos laborales que derivaron en 11.000 paros. En este tiempo, un empleado privado perdió por año 1 día promedio de trabajo, dos o tres veces más de lo que pasó en el resto del mundo, y un trabajador estatal perdió por año 2,3 jornadas laborales. El estudio de Instituciones Económicas ofrece un antecedente que no incluye en la década analizada una inflación tan alta como la que cerrará este año.

A este panorama se suman los bloqueos mafiosos de sindicatos que, con métodos delictivos, presionan a empresas a lo largo de todo el país y un gobierno que mira para otro lado. Ayer nomás una banda del sindicato de camioneros irrumpió en una empresa y golpeó al dueño y a empleados. Con una CGT que no les protesta, el Gobierno termina siendo cómplice del sistema extorsivo que sólo llega a la Justicia por la determinación de víctimas decididas a no ser avasalladas, pero luego de enormes pérdidas y padecimientos. Convirtieron al país en tierra de nadie para que sea tierra de ellos.

La inacción ante el delito o grupos violentos como los autodenominados mapuches completan un cuadro donde la autoridad da un paso al costado y a veces hasta parece complotarse con los violentos: una Argentina insufrible.

En conclusión, un gobierno que no resuelve problemas ya ni siquiera de corto plazo y tampoco parece tener la voluntad para resolver conflictos que encima, muchas veces parece promover, suma a los padecimientos de la crisis un horizonte caótico para su último año en el poder. Y todo esto, cuando falta aún pasar diciembre. De tantos palos en la rueda, no queda ni la rueda.

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