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Del cortado en lo del «gallego» al «latte» en Palermo
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Del cortado en lo del «gallego» al «latte» en Palermo

Por Joe Fernández (*)

¿En qué momento los sobrecitos de azúcar de los bares con frases inspiradoras, fueron cambiados por un frasco de vidrio con azúcar mascabo? ¿En qué momento un pan de masa madre de trigo sarraceno le ganó a la promo del café con leche con tres medialunas? ¿En qué momento el tostado se convirtió en un sellado? ¿En qué momento las sillas de los bares fueron cambiadas por pupitres de colegios con señores de 90 kilos sentados? ¿En qué momento pasamos del exprimido de naranja a un té frío de hibiscus o una kombucha? ¿En qué momento un pebete de jamón y queso fue sepultado por un tostón de palta y tomate reliquia? ¿En qué momento el yogur de búfala con granola casera y miel reemplazó al yogur de vainilla en frasco de vidrio?

No sé cómo, ni dónde, ni cuándo, pero de repente el gallego con el repasador en el antebrazo, fue reemplazado por un chico/chica/chique que debe cumplir con el siguiente protocolo: ser menor de 40 años, tener tatuajes de mantecas, paltas, cartoncitos de leche y algún mechón de color rosa en el pelo y ropa dos talles más grande.

Hoy es más habitual cruzarte con un europeo bruncheando por Palermo que con un parroquiano leyendo el suplemento deportivo de Clarín mientras apura un cortadito en lo del “gaita”, pero no podemos tirar por tierra un siglo de bares de gallegos atendidos por sus dueños.

Ahora hay mesones comunitarios, no hay más mozos de oficio y vos gestionás tu pedido, tu cobro y tu entrega. En cualquier momento te hacen pasar del otro lado del mostrador a hacerte tu propio café.

En el bar del gallego, a los perros se les prohíbe la entrada y se los echa a los gritos, amenazándolos con diarios viejos. En los cafés de especialidad, a las mascotas les ponen alfombra roja para ingresar, con tachitos de agua con hielo y todos los clientes mueren por hacerse una selfie para sumar likes en sus redes.

No es natural ver niños en estos lugares. Primero, porque los clientes habituales son jóvenes de 20 a 40 años, más preocupados por un máster en Barcelona que por pensar en pañales y en esterilizadores de mamaderas.

Llevar libros es una buena opción para cumplir con el decálogo del snobismo palermitano. Si vas con auriculares, obviamente tienen que ser inalámbricos, nada de cables que interfieran entre la espuma de la leche de almendras y vos.

La única contra es que no escucharás tu nombre cuando te llamen a viva voz para decirte que tu flat white está listo. Detalle: si te llamás Juan Carlos o Roberto, deberás buscarte un seudónimo o apodo para que cuando te nombren la gente no te mire de costado. Si sos mujer, cambiá ese Graciela anticuado y vetusto por un canchero Tina, Malu, Miku, Sofi, Loli o Anto. Y no se te ocurra esbozar que el café esta tibio porque ahora parece que se sirve así.

Joe Fernández

Celebro la ambición de generar espacios de nuevas cafeterías, pero deberían venir con un catálogo en donde alguien te explique en qué rincón arrumbado han quedado el café en pocillo, el cortado y la lágrima, para darle espacio al latte, al flat white o al magic (si, les juro que al cortado doble ahora lo llaman magic).

Por suerte hay espacio para que ambos mundos convivan. Reuniones clásicas y express en el bar del gallego, brunch de domingo con tus amigos de crossfit en el café de especialidad.

Evidentemente, más allá de las claras críticas; hay un imán que nos lleva a querer probar estas nuevas tendencias: disfrutar de lugares lindos, con veredas soleadas, sentirte en Nueva York por un rato, caminar rumbo al trabajo con un café recién hecho y jugar a ser parte de una escenografía de película.

Sólo el tiempo dirá si estos cafés de especialidad llegaron para quedarse, o son los nuevos videoclubes con pan de masa madre.

(*) Astrólogo, conductor y músico 

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