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Guzmán, CFK y los misiles cruzados – Por Gabriel Michi
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Guzmán, CFK y los misiles cruzados – Por Gabriel Michi

Por Gabriel Michi (Editor de Política de Newsweek)

Hay hechos. Y hay contextos. Y cuando los hechos son particularmente fuertes en contextos también intensos, sus ecos se multiplican y se hacen más contundentes. Más descarnadamente explícitos. Y eso fue lo que ocurrió en las últimas horas. Mientras que Cristina Fernández de Kirchner, la vicepresidenta de la Nación, disparaba con munición gruesa (en un acto en Ensenada) contra ciertos sectores del Gobierno que ella integra, en particular contra el propio Presidente, desde la otra “trinchera” partía un misil de los más impactantes desde el inicio de la gestión de Alberto Fernández: renunció el ministro más importante del gabinete, nada más y nada menos, que el de Economía.

Martín Guzmán, sin mucho disimulo, buscó tener un efecto expansivo en la bomba que acababa de arrojar. Por eso, el momento no pudo ser otro, de acuerdo a su mirada. Tenía que ser en un contexto donde se entendiera (más allá de las palabras escritas en las 7 páginas que imprimieron su renuncia) como una respuesta clara a quien era la destinataria de semejante decisión. Es decir, que se interpretara sin ruido en el medio, el fenómeno causa-efecto. O dicho de otra manera, el reparto de culpabilidades. Desde ese punto de vista, Guzmán logró su objetivo. A un precio muy alto, pero lo logró. Desde todos los sectores (oficialistas y/o opositores, externos e internos) entendieron que el ministro renunciaba por su pelea con el kirchnerismo duro y, en especial, con su voz cantante y mandante, CFK.

Para los sectores más cercanos a la Presidenta puede ser interpretado como un triunfo político. Pero deberán esperar cuál es la respuesta (en nombres y propuestas) de la cabeza del Poder Ejecutivo, con la designación del reemplazante. Para el “albertismo” puro la dimisión de Guzmán puede ser visto como una dura derrota. Pero no dejarán pasar la oportunidad para –en on o en off the récord- responsabilizar a la ex presidenta de lo que pasó y de lo que pueda llegar a venir. En tanto, para la oposición (sobre todo la que suele anteponer sus intereses sectoriales a los generales) este momento político es “capitalizable” ya que demostraría el desgobierno en que se cayó por las riñas internas del oficialismo.

Sea cuál sea el posicionamiento que se tenga, lo cierto que la incertidumbre es lo que menos necesita un país que está sumergido en una inflación galopante y que tiene al 40% de su población por debajo de la línea de pobreza. No hay nada que festejar, ni de un lado ni del otro. No por Martín Guzmán, sino por la situación endeble en la que queda el Gobierno que debe conducir el destino de todos los argentinos hasta el 2023. Las mezquindades políticas no pueden anteponerse a la necesidad colectiva.

Dicho de otra manera: los disparos de munición gruesa, misiles y bombas que se arrojan distintos referentes con las responsabilidades más importantes producen “daños colaterales” (frase poco feliz utilizada en determinados conflictos bélicos) en todo el resto de los argentinos. En especial, los que peor lo están pasando.

Guzmán se va y seguramente podrá volver a sus clases en universidades de EE.UU. donde argumentará que gracias a su gestión se pudo llegar a un acuerdo con el FMI para que Argentina no caiga en default y pueda pagar la deuda que dejó el gobierno de Mauricio Macri, sin comprometer sobremanera el destino del país. Pero en lo que seguramente no encontrará argumentos para defenderse será en el fracaso en materia inflacionaria y todo lo que eso arrastra en socialmente. Los efectos de la Pandemia no le alcanzarán para justificar esa derrota. Como tampoco los alcances de la guerra Rusia-Ucrania, dos elementos que menciona en su despedida.

En su carta de renuncia, el ministro saliente definió que, en sus 30 meses de trabajo, se enfrentó a un escenario “absolutamente singular”. Y que trabajó en su objetivo original que era “tranquilizar la economía” para encarrilar a “una Argentina que reparta las oportunidades de forma equitativa a lo largo y ancho del territorio federal y que fortalezca su soberanía”. Y es allí donde marcó en su escrito la urgencia que tenía por intentar resolver el tema de las “deudas externas insostenibles, que agobiaban tanto al Estado como a la Argentina toda. Ése era un punto de partida”.

Y, a partir de ahí, el renunciante enumera algunos avances en materia de empleo, crecimiento económico y exportaciones, como también los instrumentos que utilizó el Estado para enfrentar la crisis disparada por la Pandemia de COVID, como logros de su gestión, bajo la conducción de Alberto Fernández.

“Hay mucho trabajo invisible detrás de esos logros, que involucran a equipos que pusieron sus capacidades políticas, humanas, técnicas así como todo su esfuerzo y compromiso al servicio de la Patria”, señala Guzmán en su misiva. Y deja un mensaje directo en cuanto a las condiciones de peleas internas en el seno del oficialismo que lo llevaron a su renuncia y que espera que cambie con quien sea su sucesor:  “Desde la experiencia que he vivido, considero que será primordial que (el sucesor) trabaje en un acuerdo político dentro de la coalición gobernante para que quien me reemplace, que tendrá por delante esta alta responsabilidad, cuente con el manejo centralizado de los instrumentos de política macroeconómica necesarios para consolidar los avances descriptos y hacer frente a los desafíos por delante. Eso ayudará a que quien me suceda pueda llevar adelante las gestiones conducentes al progreso económico y social con el apoyo político que es necesario para que aquellas sean efectivas”.

Con esos últimos cartuchos, revestidos en elegantes palabras, Guzmán describió los permanentes conflictos que debió enfrentar en el día a día, producto de las divisiones internas y la “atomización” del poder de acuerdo a los sectores que conforman el Frente de Todos. Eso tuvo sus costos. Para unos y para otros. En realidad, para todos. Hoy se vive el resultado de esos enfrentamientos, traducidos en misiles y bombas, que convierten a la Argentina en un escenario aún más impredecible. Y que se traduce en que un hecho contundente lanzado en un contexto revuelto termine generando una onda expansiva, cuyos alcances hoy no se pueden adivinar. Una vez más.

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