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Mileilandia y la guerra de las libertades
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Mileilandia y la guerra de las libertades

Por Gabriel Michi (*)

En el incipiente “país libertario” que asoma, no todas las libertades valen lo mismo. En este polémico proyecto de sociedad, la guerra de libertades ya parece tener ganadores y perdedores.

“La libertad de uno termina donde empieza la libertad del otro”. Esa frase de Jean-Paul Sartre se convirtió en un adagio que suele ser repetido una y otra vez en toda sociedad democrática. Y es un paradigma instalado que hace a la convivencia de la sociedad. Pero ¿qué pasa cuando hay libertades que chocan entre sí?

Es el Estado el que debe regularlas. Y la forma en que las regula –a través de las autoridades de turno– es también una forma de reconfigurar el perfil ideológico de una nación.  Ahora bien, cuando en el escenario aparece un líder que se autodefine como “libertario” y cierra cada acto con un grito de “¡viva la libertad, carajo!”, cabe preguntarse ¿de qué libertad está hablando? ¿De todas las libertades o de las que sólo encajan en su discurso y su filosofía? ¿Hay libertades que valen más que otras?  ¿Cuáles y por qué?

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Lo cierto es que con la llegada de Javier Milei al poder quedó al desnudo una puja de derechos y libertades como pocas veces se ha visto. Una puja donde él mismo toma partido en particular por aquellos valores que privilegian al mundo privado por sobre el público, a los individuos por sobre lo colectivo.  Pero nada de eso es inocuo. Y es como un juego de suma cero donde para que unos ganen, otros tienen que perder. A veces en una desproporción y desigualdad absoluta. En definitiva, la era Milei, la era de La Libertad Avanza, plantea –ni más ni menos- una guerra encarnizada entre libertades.

En su discurso inaugural en la explanada del Congreso, rodeado de las autoridades internacionales que llegaron para su asunción y a espalda del edificio legislativo, ya Milei dio una demostración de su elección acerca de qué priorizar. En ese caso, hablarle a los propios antes que a los representantes de todos los votantes. Es decir, eligió su libertad y la de los suyos antes que la del resto de los ciudadanos del país representados en el pleno de la Asamblea Legislativa.

Fue allí donde Milei pronunció una frase que también graficó lo que se viene: “El que corta, no cobra”. La referencia apunta a que aquellas personas que reciben un plan de asistencia social por su precaria situación socio-económica dejarían de recibirla si participan de las manifestaciones de protesta que suelen reclamar cortando calles e interrumpiendo el tránsito. En eso el flamante presidente argentino también puso en el escenario la puja entre dos libertades: la de circular libremente y la de protestar y manifestarse. Y, como era de esperarse –ya había sido parte neurálgica de su campaña electoral- eligió defender a la primera.

Pocas horas después de ese acto, el mandatario le tomó juramento a sus ministros. Esa ceremonia es de interés colectivo porque son, ni más ni menos, aquellas personas que encabezarán cada área del gobierno y a las que los ciudadanos les pagarán sus sueldos. Por lo tanto es un acto público y debe ser transmitido y comunicado a toda la sociedad. Sin embargo, por primera vez en la historia se cortó la transmisión en el momento en que juraban los ministros y sólo pudo ser seguida por las redes sociales de algunos libertarios. Es decir, se priorizó su elección de comunicar un hecho público de una manera totalmente parcial y sesgada afectando la Libertad de Expresión.

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De hecho, el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) emitió un comunicado en el que señaló: “La asunción del gabinete presidencial reviste un indiscutible hecho de interés público, por lo que resulta inaceptable que no se haya permitido a los periodistas seguir las alternativas del evento. Tal fue la restricción oficial que no se permitió la asistencia al acto ni tampoco la transmisión en vivo de las imágenes de lo que sucedió en el interior del Palacio Gubernamental. Aún más reprochable resulta la determinación porque a algunos comunicadores vinculados al partido gobernante sí se les permitió la presencia en la ceremonia”. Y lo describió como un ataque a la Libertad de Expresión.

En la diatriba libertaria de Milei se plantearon en campaña cuestiones extremas como la posibilidad de liberalizar la venta de armas u órganos –propuestas que luego fue marginadas de sus discursos-. En ambos casos afectan libertades: la más básica y central, con la libertad para comprar y usar armas, se pone en riesgo la vida de los ciudadanos y la convivencia, tal como lo demuestran las dramáticas estadísticas de países como EE.UU. En el segundo caso, se plantea un ataque a la libertad y el derecho de todo ciudadano a acceder de manera igualitaria a un órgano que le permita seguir viviendo, dejando eso al arbitrio del mercado.

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En la Era libertaria se van a poner en juego esas guerras entre libertades y muchas más. Pero el principal vector será la puja entre miradas individualistas frente al colectivismo.

Como también la batalla entre la vertiente privatizadora, con un mercado que supuestamente se regula entre la oferta y la demanda, y la estatista, donde el Estado se hace presente en el medio de todo, articulando esas relaciones. En ambos casos hay defectos de origen o de práctica: el mercado no es inocuo y los poderes económicos dominantes son los que imponen siempre las reglas y ganan. Y el sector público suele convertirse muchas veces en ineficaz y foco de corrupción y tráfico de influencias. Algo de lo que tampoco está exento el sector privado, al que Milei tanto defiende.

Por eso, en un país donde mucha gente se cayó o está a punto de caerse del sistema, la llegada de un líder -con un discurso que hace eje en lo libertario- va a poner en disputa distintos tipos de derechos. Y libertades. Como presidente, Milei decidió no ubicarse en un lugar neutral frente a esas pujas y se posicionó de qué lado va estar. Se tomó la libertad de elegir qué libertades regirán en Mileilandia, el país libertario donde no todas las libertades valen lo mismo. Y donde la guerra de libertades ya parece tener ganadores y perdedores.

(*) Editor de Política de Newsweek Argentina

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