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Sesenta años de la amenaza de una guerra nuclear
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Sesenta años de la amenaza de una guerra nuclear

Por Jorge Altamira, dirigente de Política Obrera

Lo que se conoce como la “crisis de los misiles” se conmemora, seis décadas más tarde, en medio de una guerra entre la OTAN y Rusia, donde la amenaza de ataques nucleares es lanzada, por una y otra parte, sin restricciones de lenguaje. Entre el 14 y el 28 de octubre de 1962, esa posibilidad fue blandida por los gobiernos de John Kennedy, de Estados Unidos, y Nikita Khrushchev, el jefe de Gobierno de la entonces Unión Soviética.

Kennedy no había renunciado a derrocar al gobierno revolucionario encabezado por Fidel Castro, ni tampoco a invadir la Isla, incluso después del fracaso de la invasión a Cuba un año antes, en abril de 1961. En esa ocasión, una movilización relámpago de más de un millón de cubanos aplastó un ataque a Playa Girón en el corto lapso de 48 horas. La planificación de una nueva invasión había quedado a cargo de la CIA bajo la responsabilidad de Robert Kennedy, secretario de Seguridad Nacional y hermano del Presidente. Encabezaba el “Special Group”, encargado de las operaciones encubiertas para derrocar a Fidel Castro (“covert efforts to topple Fidel Castro”). Planeaba un ataque de falsa bandera contra la base norteamericana en Guantánamo (operación Bingo) –un nuevo “hundimiento del Maine”, en referencia a una acción similar a la que se usó para justificar la intervención norteamericana, a fines del siglo XIX, en la guerra contra España-.

El 14 de octubre del ’62, un avión espía norteamericano había detectado la instalación de bases misilísticas soviéticas en territorio cubano, que serían justificadas durante el desarrollo de la crisis ulterior como un medio de defender a la Revolución Cubana de una invasión de Estados Unidos en mucho mayor escala que la precedente. El régimen norteamericano, ante la presencia de cohetes de alcance intermedio a apenas 140 kilómetros de su costa más próxima, decide el bloqueo de Cuba, al que resuelve denominar “cuarentena naval”. Nikita Khruschev dice en sus Memorias que una conversación que había sostenido con Raúl Castro, en Moscú, en 1960, lo había convencido de que el establecimiento de bases misilísticas en Cuba sería el único medio efectivo para prevenir una invasión estadounidense.

La operación soviética incluía el envío de submarinos que portaban 160 ojivas nucleares y 40.000 tropas. Al momento del estallido de la crisis, los submarinos se encontraban cerca de su objetivo. De acuerdo a una narrativa coincidente, la necesidad de un submarino soviético de subir a la superficie estuvo a punto de provocar un intercambio nuclear con los navíos norteamericanos a cargo de implementar el bloqueo.

Las alternativas militares no detuvieron la actividad diplomática ni tampoco la preparación de la invasión a la Isla o el bombardeo de las bases soviéticas. El Pentágono y la CIA no solamente promovían este curso de acción, sino que bloqueaban diferentes arreglos en discusión.

El bloqueo naval de Cuba fue completo; de él participaron los destructores Espora y Rosales, de Argentina. Robert Kennedy advirtió la posibilidad de un golpe de Estado contra los intentos de llegar a un acuerdo de retiro de los misiles –lo que en cierto modo habría de ocurrir luego, con el asesinato de su hermano y, después, de él mismo-. En materia diplomática, Kennedy movilizó al Gobierno brasileño de Joao Goulart, derrocado dos años después por un golpe militar guiado desde Estados Unidos. También a Ben Bella, jefe del gobierno de Argelia y líder del tercermundismo. El objetivo era lograr que Fidel rompiera con la URSS. La moneda de cambio era respetar un “comunismo nacional”, a la yugoslava o la polaca, aunque con una salvedad: “independientemente de que lo fuéramos a cumplir”, añadía el Consejo de Seguridad Nacional bajo el mando de Robert Kennedy (“BackChanel to Cuba”, Peter Kornbluh). Un día antes del acuerdo final, el 26 de octubre, el derribo de un avión espía norteamericano U-2 estuvo a punto de desatar el temido duelo nuclear.

Un año después, sin embargo, con la garantía de no volver a invadir Cuba, por parte de Estados Unidos, continuaron los planes para “derrocar a Castro, de lo contrario explota el sistema interamericano”. El falso final del bloqueo a Cuba se manifestó muy rápido cuando una seguidilla de golpes de Estado convirtió a América Latina en un continente de dictaduras –para salvar al “sistema interamericano”-.

La posición de Fidel Castro fue, en todo esto, singular. Primero, porque propuso a Khruschev una alianza militar con la URSS en lugar de la instalación de bases militares. Segundo, porque planteó hacer pública la intención de establecer estas bases, para poner a prueba la firmeza de Khruschev ante un descontado rechazo norteamericano. Los rusos se opusieron. Claramente, Fidel intentaba desmarcarse de los intereses de potencia de la burocracia rusa y defender la independencia de Cuba. Es que, en las negociaciones norteamericano-soviéticas, Khrushchev ofreció sacar los misiles de Cuba a cambio de un retiro de las potencias occidentales de Berlín. Cuando se llegó al acuerdo final que terminó con la crisis de los misiles, Kennedy se avino a retirar las bases norteamericanas de Turquía (instaladas en 1959), en la frontera de la Unión Soviética.

El pacto que desactivó la crisis y otorgó garantías de que Estados Unidos no invadiría Cuba se alcanzó a espaldas del Gobierno de la Isla. Los intereses nacionales de Cuba no fueron tenidos en cuenta, como lo demuestra la continuidad y la acentuación del bloqueo internacional y económico contra Cuba que sigue en el momento actual. En consecuencia, Cuba pasó a depender económicamente de la URSS hasta la disolución de esta última.

 

¿Cómo debe verse la amenaza de una guerra nuclear, hace 60 años, en el contexto de la disposición a utilizarlas ahora, que manifiestan Rusia, de un lado, y la OTAN, del otro? Para usar una expresión conocida, aquello fue “un ensayo general”. En la guerra del Vietnam, apenas una década después de la crisis cubana, Estados Unidos reiteró el método de la extorsión nuclear, cuando amenazó con lanzar bombas atómicas contra el Norte, para detener la ofensiva en el Sur. En la guerra de Malvinas, Thatcher hizo lo mismo contra Argentina, para disuadir los ataques contra la flota británica.

Desde la crisis de Cuba, el arsenal de misiles creció en forma exponencial: Rusia y EEUU reúnen en la actualidad 12.000 cohetes nucleares. La amenaza de una carrera armamentista espacial, por parte del norteamericano Ronald Reagan, fue un factor importante para empujar a la burocracia rusa al desmantelamiento de la propiedad estatal de la URSS y, al final, a su disolución federal.

La crisis cubana aceleró el pasaje de la “coexistencia pacífica” entre el imperialismo y la burocracia, a los pactos internacionales que aceleraron la restauración capitalista en los países del llamado ‘bloque socialista’. En cuanto hace a la URSS, el desmantelamiento de la propiedad estatal redujo a Rusia a una potencia vulnerable a la conquista del capital financiero. La reivindicación de las salidas diplomáticas, como la lección principal de aquella crisis de los 60, por encima de las que impulsan los halcones, es engañosa. La crisis cubana inauguró el período en que las guerras del imperialismo tienen cada vez más la impronta de la guerra nuclear.

La cuestión de fondo se puede resumir de este modo: “la paz imperialista” en un intervalo de “la guerra imperialista”. La guerra actual ha roto por completo el precario equilibrio imperialista que se estableció con la disolución de la URSS y la apertura de China al capital financiero internacional (“globalización”). Un retorno a ese equilibrio es imposible; la obtención de un nuevo equilibrio deberá pasar por crisis y guerras mucho más violentas que las conocidas, y por revoluciones que plantean desde ya una articulación política revolucionario de los trabajadores.

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