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Mes uno: el tiempo en la era Milei
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Mes uno: el tiempo en la era Milei

Por Manuel Zunino (*)

Se cumple un mes del inicio del gobierno de Milei. La lucha política se da tanto en el espacio -o en los espacios institucionales, territoriales, mediáticos, digitales, etc.- como en el tiempo.

Tiempo que se mide en horas, días y años, pero se siente y se percibe de formas distintas, según las épocas, los sucesos, los avances o retrocesos, las cosmovisiones, las posiciones sociales e incluso las personalidades. Hoy no van en paralelo el tiempo de la gente y el de los dirigentes.

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Tiempo escurridizo e inasible que genera condiciones para que la lucha sea siempre dramática, para que haya relato y emocionalidad. Y cuyo trasfondo es el de seres que se descubren finitos en un campo infinito, arrojados al intento de sostener el mientras tanto y evitar el final.

Tiempo rebelde e irreversible, pero que no es mera realidad rectilínea, causa y efecto, principio desarrollo y final, sino zigzagueo, producción y por lo tanto zona de disputa, entre dirigentes a los que se les acaba el tiempo.

Milei aceleró sus tiempos con el DNU y la Ley “Ómnibus”. Actuando de golpe intentó desregular la respuesta de sus adversarios, al dispersarla entre cientos de asuntos. Mientras que en su velocidad desmedida canceló la posibilidad de tener una “luna de miel” con la opinión pública.

Dirigir una sociedad requiere imponer un modo de experimentar la temporalidad, hacer previsible la realidad, dibujar los plazos, narrar el futuro para controlar (siempre de manera inestable) el presente.

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En el tiempo se concentra el movimiento dominante de una época. Ahora, ¿qué modo de vivir el tiempo expresa este momento? La liberación de una temporalidad organizada en favor de los flujos del capital líquido, que bajo la forma de lo diferente esconde el triunfo de lo imperante a nivel global. Un tiempo vertiginoso, inhóspito y salvaje, el de la incertidumbre como regla y la lucha individual por la subsistencia.

Se presenta distinto al tiempo engorroso de las burocracias estatales, tiempo fastidiante si se lo compara con la inmediatez digital, y que promete soluciones que se hicieron esperar demasiado.

Ahora el tiempo se refleja de repente en un twit o en la urgencia de un decreto, que es eso o el abismo, la disolución, el final. Pero nunca es un tiempo puro. Se entremezclan la paciencia (que piden con insistencia Caputo y Adorni) y el lento sacrificio. Licúa temporalidades tradicionales, como la imagen de la cosecha y la siembra medieval, la promesa del progreso de la sociedad industrial, con lógicas actuales de la inmediatez propias del mundo de las finanzas.

Mientras tanto, la oposición busca el momento justo y oportuno, mide el tiempo y espera el desgaste. Retruca con una argumentación nostalgiosa anclada en la defensa del pasado, reforzando por contraste el relato de lo novedoso que intenta proyectar Milei.

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Su recurso más efectivo (por ahora el único) es la denuncia del uso del tiempo concreto: trabajar más para tener menos, cambiar momentos de ocio por recorrer tiendas buscando precios, esperar para exigir un aumento de salario, aguantar a que pase la tormenta…

Hace unos días, el Presidente dijo que goza de un apoyo importante en la opinión pública y que eso le da crédito (y tiempo) para lo que propone hacer. Si lo comparamos con el mismo momento de Alberto Fernández y Mauricio Macri, ambos tenían una aprobación superior al 60%, mientras que Javier Milei no llega al 50%.

De todas maneras, la fortaleza de un gobierno en la opinión pública se mide cruzando dos variables: su propio saldo y el de sus adversarios. Estamos ante un gobierno medianamente débil en apoyo popular que actúa como si fuera fuerte y una oposición débil que asume su condición y carece de audacia.

Sabemos que la opinión pública es el elemento más etéreo y volátil del mundo político. El tiempo corre para Milei y la imagen de un gobierno siempre está atada a los números de la economía y la obtención de resultados.

(*) Sociólogo y director asociado de Proyección Consultores

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