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Una campaña “color esperanza”
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Una campaña “color esperanza”

Por Carlos Fara (*)

Infinidad de campañas electorales en el mundo han utilizado la palabra esperanza como leit motiv. En América Latina ha sido muy común en los últimos 20 años que se use el famoso tema musical de Diego Torres, “Color Esperanza”, en los jingles. Obama se apropió del término (hope) en carteles durante su primera campaña en 2008. ¿Por qué tanta recurrencia a esa palabra clave?

Lo primero que debe decirse es que es una palabra muy potente en el imaginario popular de cualquier sociedad. Tiene bases religiosas: fe, esperanza y caridad son las tres virtudes teologales que se imprimen desde el bautismo. También se referencia en un mito griego, el de la Caja de Pandora: la misma contenía todos los males y Pandora abrió la caja prohibida y todos los males fueron liberados al mundo; solo Elpis permaneció en el fondo, el espíritu de la esperanza. Nuestras matrices culturales la llevan grabada a fuego.

En la actual situación de mal humor social argentino, donde las sensaciones predominantes son de incertidumbre, angustia, miedo, tristeza, cobra particular sentido. Cuando en los estudios cualitativos le preguntamos a la gente qué expectativas tienen, lo más común es escuchar “esperanza, porque es lo último que se pierde”. Por eso también a la gente le gusta el color verde como identificativo de una campaña.

Precisamente, “la fuerza de la esperanza” fue el slogan utilizado en el último acto de Cristina Kirchner. No debería llamar la atención porque, según trascendió periodísticamente, el evento fue un hito dentro de un cambio estratégico en el cual se propone re seducir a un segmento de votantes que fueron parte del núcleo duro pero que, por una suma de circunstancias, cayeron en una actitud de decepción. Para decidir dicho cambio y el discurso del día del militante se partió de un diagnóstico en base a grupos focales. Está claro que existió entonces una clara intención de sintonizar lo mejor posible con ese público que se perdió por el camino.

La sensación de buena parte de la sociedad de estar desahuciada, la hace proclive a la búsqueda de esperanza como un último aliento de vida. De ahí el aprovechamiento del término por parte del acto de Cristina, quien curiosamente nunca hizo referencia al slogan referido. Como si fuese un mensaje de un emisor externo a ella.

Al referirse el acto a la palabra esperanza operan al menos cuatro sentidos. En primer lugar, la personalización implícita en la persona de Cristina, es decir, esperanza = CFK. En segundo término, poner la expectativa en el futuro, partiendo de la premisa de que el presente es muy negativo. En tercer lugar, tomar distancia del propio gobierno de Alberto, que sería el culpable de ese humor social de alto pesimismo. Por último, una apelación abstracta, ya que no hay ningún elemento del orden de lo concreto en aquel slogan.

Claro, la utilización de una palabra acertada –en función de lo que describíamos antes respecto al clima social- no resuelve nada por sí misma. Es verdad que Cristina representa una expectativa para un público fiel que seguro no baja del 25 % del electorado, en función de una serie de logros materiales y simbólicos que acontecieron durante sus dos mandatos como presidenta y el de su esposo. Sin embargo, el tiempo pasa y la memoria colectiva va perdiendo registro de beneficios pasados, por muy importantes que sean.

En este sentido, el acto no solo apeló a generar una expectativa, sino que también ella puso sobre la mesa la posibilidad de recuperar aquel pasado venturoso, al que asoció con la alegría. Es decir, utilizó un disparador nostálgico para que sirva de base a la esperanza.

El libro del Eclesiastés en la Biblia dice “mientras hay vida hay esperanza, porque es mejor perro vivo que león muerto”. Toda una alegoría para la política.

(*) Consultor político y titular de Carlos Fara & Asociados

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