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Enemigos íntimos: el karma entre presidentes y vices en Argentina
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Enemigos íntimos: el karma entre presidentes y vices en Argentina

Por Gabriel Michi

La pelea entre Milei y Villarruel reeditó un clásico de la política criolla: las pujas entre los integrantes de las fórmulas que llegaron a la Casa Rosada. Una historia que se repite.

40 años de democracia. El período más extenso en la Historia argentina sin interrupciones golpistas. Todo un éxito institucional. Aun así, hubo una realidad que se repitió en todos y cada uno de los gobiernos que condujeron los destinos de la Nación: las peleas, celos y desconfianzas entre presidentes y presidentas con sus respectivos vices han sido un común denominador. Como si se tratara de enemigos íntimos.

Pese a que se supone que llegaron juntos compartiendo una fórmula con objetivos comunes, en todos o casi todos los casos terminaron peleados. Algunos con riñas muy duras e irremontables, que rompieron una relación de años o una circunstancial por conveniencia política. Otras con pujas de menor intensidad. Pero, en todos los casos, produciendo un tembladeral político hacia adentro y hacia afuera de sus administraciones.

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En ese contexto, un nuevo capítulo acaba de proyectarse en esta serie que se repite ad infinitum, como en loop. Y que se materializó a través de un comunicado de la Oficina del Presidente Javier Milei en el que se desautorizó a la propia vicepresidenta y titular del Senado, Victoria Villarruel, por haber convocado a una sesión -que venían exigiendo los senadores de la oposición, que son amplia mayoría- para tratar el famoso Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) que dictó el Poder Ejecutivo ni bien asumió y que modificó de plano cientos de leyes, casi como se tratara de una reforma constitucional de facto.

La presión de los legisladores sobre Villarruel fue creciendo -sobre todo después de que en la Cámara de Diputados fracasara la llamada «Ley Ómnibus» impulsada por el oficialismo- y volvieron insostenible su postura de intentar dilatar todo lo posible el tratamiento del DNU, ya que por reglamento debía aceptarlo. Al final, la vicepresidenta convocó a la sesión correspondiente y, como era de esperarse, el Senado rechazó el decreto -por 42 votos contra 25- que ahora debería superar la revisión en la Cámara de Diputados. Pero la ira presidencial ya estaba desatada.

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Cuando la convocatoria a la sesión se puso en marcha, la Oficina del Presidente compartió en X un comunicado que expresaba “preocupación” y criticaba a sectores de la clase política que pretenden avanzar con una “agenda propia e inconsulta” que entorpece las negociaciones y el diálogo. Y allí todas las miradas apuntaron a Villarruel, aunque no la mencionaran, ya que ni bien asumida esta administración hubo roces por las conversaciones y negociaciones que ella mantenía hacia dentro de la Cámara Alta . El escrito continuaba: “Tanto el tratamiento apresurado del DNU 70/23 como la iniciativa de promover una reforma jubilatoria sin consenso violentan el espíritu del acuerdo promovido por el Presidente”.

Cuando salió el comunicado, los trolls que apoyan a Milei salieron con una virulencia inusitada a pegarle a Villarruel por todas las redes sociales. Pese a que después de abrir esa inmanejable Caja de Pandora, el gobierno intentó aclarar que el cuestionamiento fue contra la oposición y en desmedro de la vicepresidenta, el daño ya estaba hecho. Ni siquiera el video que la titular del Senado grabó tras la derrota legislativa -donde declaraba su total apoyo al primer mandatario- sirvió para calmar las aguas. Ni la explicación del propio Milei acerca de que «el cañonazo -por el comunicado- fue para la casta, no contra Victoria».

Pese a las desmentidas, otra vez, la grieta entre un presidente y su vice volvía a ponerse en el centro de la escena política de la democracia argentina. Pero, en esta ocasión, lo hizo mucho más rápido que en otras oportunidades: a sólo 100 días de que el gobierno asumió el poder.

Es justo remarcar que no es un fenómeno único ni nuevo. Desde 1983, cuando la fórmula de la Unión Cívica Radical (UCR) que integraban Raúl Alfonsín y Víctor Martínez ganó las elecciones y llegó a la Casa Rosada, las historias de intrigas entre las duplas presidenciales fueron algo recurrente en todas las gestiones.

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Si bien en aquel primer gobierno de la democracia no se hicieron tan evidentes y los choques fueron más bien puertas adentro, protegiendo la institucionalidad, hubo pujas entre el oriundo de Chascomús y su compañero cordobés.

En algunos casos apuntaban a la decisión de Alfonsín de avanzar con el juicio a las Juntas Militares que habían cometido las más graves violaciones a los Derechos Humanos, lo que habría encontrado ciertas resistencias en Martínez que tenía vínculos con sectores castrenses. Es más, cuando se produjo el levantamiento de los militares carapintadas en la Semana Santa de 1987, hubo algunas voces que señalaban que el vice intentaría quedarse con el Sillón de Rivadavia si se consumaba un Golpe de Estado.

Fue allí cuando el propio Martínez salió al cruce de esas versiones: «Si renuncia el Presidente yo me iré con él, porque eso es lo que hace un compañero de fórmula». En los cinco años y medio de gobierno (1983-1989) esas presuntas diferencias entre ambos jamás fueron explicitadas por sus protagonistas.

Distinta fue la historia en el gobierno que lo sucedió, el de la fórmula Carlos Menem y Eduardo Duhalde. Los dirigentes peronistas empezaron a mostrar diferencias públicas cuando, dos años después de haber asumido, el vicepresidente decidió dejar su cargo para competir por la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires, lugar que obtuvo en las elecciones de 1991.

Ese distanciamiento se reflejó también cuando Menem buscó un nuevo socio político para que lo acompañara en su reelección en 1995. Allí no tuvo siquiera en cuenta a su anterior coequiper y terminó eligiendo a Carlos Ruckauf, con quien también se acabó peleado cuando el presidente intentó forzar una interpretación arbitraria que habilitaría caprichosamente una re-reelección, incluso en contra de la Constitución que él mismo había modificado tras el Pacto de Olivos con Alfonsín y la Convención Constituyente de 1994. Ruckauf se opuso a eso y defendió la postulación, en 1999, de Eduardo Duhalde, entonces principal enemigo del riojano.

El presidente argentino Carlos Menem posa con la banda de rock británica Rolling Stones (de izquierda a dererecha) Keith Richards, Charlie Watts, Mick Jagger, Ron Woods, en la residencia presidencial de Olivos el 10 de febrero de 1995 – Buenos Aires, Argentina (REUTERS/Enrique Marcarian)

Vale decir que desde el momento en que Duhalde dejó la Vicepresidencia para ir a la Provincia de Buenos Aires hubo choques permanentes con Menem que se agudizaron ya sobre el final de ambos gobiernos (el nacional del riojano y el provincial del lomense), volviéndose insostenible a partir de 1997, cuando ocurrió el asesinato del fotógrafo de la Revista Noticias José Luis Cabezas por orden del empresario Alfredo Yabrán, un hombre todopoderoso vinculado a Menem, en un brutal ataque contra la prensa -el peor desde el retorno de la democracia- que Duhalde interpretó también como un mensaje mafioso hacia él. Pero ese enfrentamiento entre ambos líderes peronistas se agravó hacia 1999, cuando el gobernador bonaerense debió salir con los botines de punta para ser el candidato del Partido Justicialista (PJ) a la Presidencia, ante la intentona re-reeleccionista menemista.

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Finalmente, Duhalde -con un Menem jugándole en contra durante toda la campaña- terminó perdiendo la elección frente a la Alianza encabezada por Fernando De la Rúa (UCR) y Carlos «Chacho» Álvarez (FREPASO). Sin embargo, ese frente político duró unido muy poco tiempo y habiendo pasado menos de 10 meses de gobierno, el 6 de octubre de 2000, «Chacho» renunció a la Vicepresidencia indignado por la trama de los llamados «sobornos en el Senado» . La denuncia apuntaba a que el gobierno de la Alianza habría comprado voluntades -con dinero ilegal proveniente de la Secretaría de Inteligencia- para que los senadores le aprueben una polémica reforma laboral exigida por el Fondo Monetario Internacional (FMI).

La partida de Álvarez dejó rengo al Gobierno y su debilidad fue tal que terminó abandonando el poder en diciembre de 2001, en la peor crisis política y económica desde el retorno de la democracia.

A partir de allí sobrevino una hecatombe institucional donde Argentina llegó a tener cinco presidentes en 12 días (De la Rúa, Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño y Eduardo Duhalde) hasta que la Asamblea Legislativa designó al presidente de transición. Fue así como -en enero de 2002- Duhalde pudo alcanzar finalmente la Casa Rosada pero no por el voto popular.

Llegaron las elecciones de 2003 y la fórmula de Néstor Kirchner con Daniel Scioli quedó segunda (con el 22% de los votos) detrás de la de Carlos Menem y el ex gobernador salteño Juan Carlos Romero (que obtuvo el 25%). Pero el ex presidente riojano se bajó del ballotage ante la certeza de que iba a perder por paliza. Y así el ex gobernador de Santa Cruz y el motonauta llegaron a la Casa Rosada.

Era claro que ambos tenían miradas distintas de la política: Kirchner se había distanciado de todo lo que representaba Menem en los últimos años de su gobierno mientras que Scioli -hoy funcionario de Milei- era un producto confeccionado por el menemismo que abonaba a las ideas de derecha de su creador político.

Cristina Kirchner junto a Daniel Scioli. Foto: Twitter

Esas diferencias no tardaron en aflorar cuando el vicepresidente osó criticar algunas políticas de su propio gobierno y avaló determinados reclamos empresariales, sector del que él provenía. La reacción de Kirchner no se hizo esperar, «frizó» a Scioli, lo mandó a cuarteles de invierno y mantuvieron una relación muy distante durante los cuatro años de gestión.

En 2007, resultó electa como presidenta Cristina Fernández de Kirchner quien fue acompañada por el radical Julio Cobos, como muestra de la «transversalidad» que había impulsado Néstor Kirchner.

Sin embargo, un año después, en medio de una feroz disputa política con los sectores del campo por la resolución 125 -que establecía retenciones móviles para las exportaciones de granos-, la votación en el Senado quedó empatada. Y tuvo que definir Cobos que lo hizo con su voto «no positivo» , con el que rompió con su propio gobierno. Para CFK esa «traición» fue imperdonable y en su espacio político catalogaron al mendocino como una suerte de «Judas». La discusión por la 125 fue para muchos el inicio de la denominada «grieta» entre kirchneristas y antikirchneristas, que se mantuvo por años en Argentina.

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Frente a ese escenario, cuando Cristina Fernández encaró su campaña para la reelección en 2011, decidió elegir a uno «propio»: y fue Amado Boudou el bendecido. El ex ministro de Economía -que desarrolló un rol importante en la ANSES cuando el Estado recuperó los fondos que estaban en manos de las AFJP- no tuvo ningún enfrentamiento público que se conozca con CFK mientras la acompañó en la Presidencia, aunque la andanada de denuncias por presuntos hechos de corrupción que le endilgaron, melló el poder y la presencia pública de Boudou, y enfrió un poco la relación con la primera mandataria.

Sin embargo, Cristina siempre estuvo convencida de que su vice era «víctima de una campaña» que en realidad buscaba causarle daño a ella. Así como Carlos Menem fue el único presidente argentino que fue detenido -con prisión domiciliaria- por un supuesto delito de corrupción en la trama de lo que se llamó la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia, Amado Boudou fue el único vicepresidente que fue encarcelado. Obviamente, ambos clamaron su inocencia.

En 2015 fue el turno de la fórmula de Cambiemos, integrada por Mauricio Macri y Gabriela Michetti, quienes derrotaron en el ballotage presidencial a Daniel Scioli y Carlos Zannini.

El ex jefe de gobierno porteño había elegido ser acompañado por quien fuera su coequiper en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Si bien durante mucho tiempo se habló de peleas no públicas entre ambos que llevaron a Michetti a recluirse en el Senado, ambos salieron a desmentir esas pujas. «Si me voy a pelear con Mauricio, no lo voy a hacer adelante de todo el mundo», confesó la entonces vicepresidenta que luego de dejar su cargo en 2019 se alejó de la política activa, algo que no hizo su jefe.

Gabriela Michetti

Si bien Macri intentó la reelección, se convirtió en el primer presidente en ejercicio que no pudo repetir mandato. Perdió con la fórmula de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner que, paradójicamente, quedó conformada así por decisión de quien iba en segundo lugar, es decir, la vicepresidenta.

En el pasado, Alberto y Cristina se habían distanciado muchísimo pero entendieron que de la única manera que podían garantizarse un triunfo era uniéndose y convocando a otros sectores como el Frente Renovador de Sergio Massa.

A poco de comenzar la gestión, las diferencias entre AF y CFK se fueron haciendo cada vez más notorias, con un silencio atronador durante mucho tiempo de la vicepresidenta que de pronto se interrumpía con una carta o documento bomba o alguna declaración en un acto donde hablaba de «funcionarios que no funcionan» en el gobierno o, en otros, donde le exigía al presidente que agarre «la lapicera» y tenga el coraje de firmar determinadas resoluciones.

El distanciamiento se hizo cada vez más evidente y se notó mucho más cuando acababa el gobierno y se avecinaban las elecciones presidenciales de 2023. Después de alejarse del poder, CFK no volvió a hablar con Alberto Fernández al que considera como uno de los máximos responsables de la derrota en las urnas de Sergio Massa.

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Fueron esas urnas que en el ballotage dieron como triunfador a un outsider de la política como Javier Milei quien llegó al poder acompañado por Victoria Villarruel, una mujer hija de un militar que cuestiona la lucha de los organismos de Derechos Humanos y que ha negado -como el propio referente libertario- que la dictadura haya dejado 30.000 desaparecidos.

Los roces entre ambos no tardaron en llegar: primero porque en campaña Villarruel hasta se había hecho un logo propio, diferenciándose del de el líder de La Libertad Avanza; después cuando Milei -en una estrategia para sumar apoyos- le dio el Ministerio de Seguridad y el de Defensa a la fórmula de Juntos Por el Cambio que compitió con ellos: Patricia Bullrich y Luis Petri.

Javier Milei y Victoria Villarruel tras jurar como presidente y vice (Foto: Marcelo Capece – NA)

Ambas carteras eran codiciadas por Villarruel pero aceptó -a regañadientes- la explicación de su jefe político, que en su momento se las había prometido. Y luego las diferencias se agigantaron con el manejo legislativo de la vice en el Senado y su intención de negociar y hablar con -casi- todos, además de la decisión de convalidar un aumento del 30% en las dietas de los legisladores. Esos choques se vieron potenciados por haber habilitado el tratamiento del polémico DNU de Milei, que finalmente fue volteado. La furia del «León» no tardó en aparecer. Y así se reeditó un viejo clásico de la política nacional: las guerras desatadas entre presidentes y vices. Como si fueran enemigos íntimos. Un karma siempre presente en la vapuleada democracia argentina.

Muchas veces las fórmulas de presidentes/as y vices se mantuvieron unidas sólo en los afiches.

Publicado en cooperación con MundoNews

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