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Otro siniestro «Plan Platita»
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Otro siniestro «Plan Platita»

Estamos hablando una vez más de un Plan Platita del Gobierno con total normalidad, y es imprescindible detenernos en la naturaleza perversa detrás de esta medida repetida del populismo kirchnerista.

Bastaría recordar cuando, luego de la derrota en la PASO de las legislativas de 2021, el candidato K bonaerense, Daniel Gollán, consideró que “con un poco más de platita en el bolsillo, la foto de Olivos no hubiera molestado tanto”. Luego perdieron igual. Pero él ya había bautizado la obscenidad: «Platita», le llamó. No calcularon claramente que la gente tenía algo de dignidad a pesar de la necesidad y que de algunos fraudes morales no se vuelve.

¿Que provincias no pagarán el bono de $60.000 anunciado por Massa?

Hoy, reeditan la idea de un Plan Platita. Generalmente es una metodología que lleva la orden de Cristina desde las sombras donde ella hoy está escondida pero quien la propone en condiciones muy particulares, es el ministro de economía y candidato, Sergio Massa, luego de salir tercero.

En los hechos, el mismo gobierno que produce la inflación, y que no hace nada por solucionarla, intenta usar esa desgracia, sin hacerse cargo de haberla generado y de una forma indigna: arreglar con unas migajas a quienes ellos mismos condenaron a la pobreza. Obviamente, no arreglan a nadie.

Los vamos a escuchar decir una y otra vez, que así redistribuyen el ingreso, cuando lo único que vienen redistribuyendo es la miseria. Pobreza hay cada vez más e ingresos hay cada vez menos. Encima, Massa lo anuncia como un magnánimo y falso Robin Hood, siendo el mismo ministro que desde hace un año debería haber evitado caer en esta situación catastrófica.

El Plan Platita, en cualquiera de sus versiones, no es otra cosa que una dádiva institucionalizada, realizada con fines electorales y sin ponerse colorados. Por un lado, no mejorará en absoluto el poder adquisitivo que se evapora con cada remarcación, y que no variará por la repartija oportunista. Pero, además, el gobierno, que ya fundió las arcas del Estado, sale a ordenar, que, a sus bonos de campaña, los paguen otros. No les importa en absoluto si las provincias o los municipios no pueden hacerlo. Tampoco se molestan por consultarles. Sólo les importa quedar como los que ordenan el pago, y dejar en evidencia en todo caso a los que digan que no pueden concretarlo, sacando una ventaja del conflicto que generan mientras son los verdaderos autores de la malaria reinante.

La medida, que es abusiva y arbitraria, deja al desnudo la verdadera idea de Estado que defiende el kirchnerismo: el Estado del garrote, el Estado autoritario, el estado cada vez más soviético que decide por los otros qué deben hacer con el dinero. Ya no les alcanza con los cepos, ni con subir hasta lo insoportable la carga tributaria: también meten la mano en el bolsillo para que los otros pongan lo que dilapidan o destruyen ellos.

El círculo sería así: con el impuesto inflacionario te la roban, y con el Plan Platita otro te debe devolver parte de lo que ellos te sacan, mientras se genera más inflación y ellos quedan como los que calientan el consumo de una des-economía que sólo se come a sí misma. Es siniestro.

Es curioso porque en este caso, se entrometen en presupuestos estatales y privados, y están enfrentando una inusitada rebelión de propios y extraños: se suman las administraciones provinciales, municipales y las cámaras empresarias que dicen que no pueden pagar ese monto en el que insólitamente el gobierno busca tercerizar su propia campaña haciendo que la paguen otros. La escalada autoritaria es otra cara del poder decadente que hoy representan mientras acechan para dar el zarpazo final si logran pasar al ballotage. Incapaces de ser obedecidos, ante los amplios cuestionamientos, salieron a amenazar con sanciones, con multas y persecución. El intento de meter miedo es sólo la otra cara del derrumbe de la autoridad de un gobierno impresentable.

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Pero esta herramienta abusiva, arbitraria e indigna, además de romper la idea de paritaria, porque un monto único está lejos de reconstituir el poder adquisitivo, revela la forma vil en la que consideran a las personas: como voluntades vencidas que pueden ser fácilmente compradas.

Tienen algo sabio las denominaciones populares que terminan quedando sobre lo que son en los hechos prácticas clientelares obscenas. El gobierno lo llama Bono pero nada más elocuente que el nombre de fantasía de Plan Platita. Es el único plan de un gobierno sin plan: repartir lo que no hay, mientras cada vez hay menos. Y el diminutivo “platita”, exactamente como lo dijo alguna vez Gollán, tiene además el tufo del soborno, de inclinarle la cabeza a la decencia, por la desdicha de tanta necesidad.

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