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La fiesta de la oligocracia
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La fiesta de la oligocracia

Por Horacio Minotti (*)

Muchos antagonismos se ponen en juego en el próximo proceso electoral. De hecho, jamás confrontaron tantas aristas distintas de la política, en lo que parece una reconfiguración del sistema político como jamás se ha dado desde la aparición del peronismo, allá por los años ‘40 del Siglo XX.

El hecho de la necesidad imperiosa de constituir alianzas para ser electoralmente competitivo, es un factor determinante para disparar los conflictos que conducen a dicha reconfiguración. Pero no es el único. El hastío social sobre la política tradicional y la cerrazón y aislamiento de la sociedad política respecto a la sociedad civil, que genera frases simplistas pero descriptivas como “son siempre los mismos”, es otro de los factores.

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De tal modo, las identidades partidarias también entran en crisis, especialmente entre quienes quieren mantener el sustento ideológico tradicional y los que, subidos a un pragmatismo que a la postre busca evitar la desaparición, se adaptan a las necesidades sociales y al espíritu de los tiempos.

Durante estos días se ha vivido una tensión dramática dentro del principal partido de oposición, el PRO, innegable nave insignia de Juntos por el Cambio, originada en otra clase de confrontación de modelos, que podríamos llamar, el choque entre democracia y oligocracia.

Llamamos oligocracia a la idea instalada en buena parte de la dirigencia política, de que ellos puedan manejar las alternativas de poder reuniendo cinco popes con supuesto ascendente, que son propietarios de cierta cantidad de votos, sin considerar que tales votos no son figuritas del Mundial, sino personas que deciden por su cuenta, en especial, en estos tiempos de libertad y redes sociales.

La idea propugnada por Horacio Rodríguez Larreta, se trate de una excusa o de lo que realmente cree, de que amontonar dirigentes dentro de una alianza garantiza el triunfo primero y la gobernabilidad después, es toda una síntesis de un modo de ver la política.

En el siglo pasado tal vez fuese así. La gente estaba menos interconectada y tomaba la referencia del líder como indiscutida, de modo que todos sus seguidores obraban de acuerdo a sus indicaciones. Hoy eso es un disparate. La gente hace lo que quiere, y en buena hora que así sea. Incorporar a Juan Schiaretti o al Papa Francisco a un espacio, no garantiza ni el voto de los cordobeses, ni el de los católicos. En realidad, es más probable que ese amontonamiento con tufo a contubernio genere rechazos.

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Tampoco en modo alguno genera gobernabilidad. Podríamos preguntarle a Cristina Kirchner si la transversalidad con Julio Cobos como vicepresidente le dio gobernabilidad o le generó la crisis más grave en los primeros 12 años de gobierno kirchnerista.

Todos los supuestos de la oligocracia se basan en un diseño mental de la política anticuado, donde era posible acordar el destino de todos entre cinco tipos en una habitación, sin que la foto de ese encuentro salga en Twitter.

La oligocracia también sobreestima el poder del dinero en política. Negar su necesidad sería al menos ridículo, pero basar una expectativa electoral en la diseminación de billetes es un error garrafal en estos tiempos. Es necesario el dinero en una campaña electoral, pero un uso adecuado de cifras menos espectaculares suple eficientemente el dispendio voluminoso de recursos.

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Si así no fuese, siempre ganarían los oficialismos o aquellos que controlan Estados, sea el nacional o alguno provincial, porque nadie desconoce que los políticos que cuentan con esa ventaja, incrementan sus gastos publicitarios en los años electorales de modo desaforado.

El modelo oligocrático, de amontonamiento de dirigentes, y el modelo democrático, consistente en contactar con la gente, también son dos formatos que van a verse las caras en la elección de este año y, dependiendo el resultado, veremos cuán dentro del Siglo XXI estamos; cuánto vale ir a buscar los votos y pedirle a la gente su apoyo y su convicción; y cuánto la combinación de las paladas de dinero con la foto de mandamases sonriendo en una reunión, a la que la gente nunca está invitada.

(*) Periodista y abogado

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