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El plan sin plan de Cristina eterna
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El plan sin plan de Cristina eterna

Por Silvio Santamarina – 

El productor artístico Carlos Rottemberg es autor de uno de los chistes antológicos que mejor describe la disparatada idiosincrasia nacional: “Algún día, los argentinos vamos a tener que sentarnos a discutir qué país le vamos a dejar a Mirtha Legrand”. Tras el reciente show de la gran diva de la política en el teatro de La Plata, el chiste de Rottemberg se podría aplicar a la situación de clamor crónico en que se encuentra el peronismo respecto de la Vicepresidenta: la convocatoria a sentarse a discutir planteada por la Jefa en su clase magistral parece una invitación a pensar qué país le queremos dejar a Cristina.

En su análisis sobre el fracaso cíclico de las recetas del FMI y sus aliados locales, Cristina dijo, como es habitual, varias verdades irrefutables, pero ese diagnóstico solo le sirve a sus fans porque carece de la autocrítica esperable de la parte que le toca: tres mandatos con apellido Kirchner, y un cuarto, el de Alberto Presidente, del que se quiere despegar, aunque es innegable que también fue un invento de ella.

Cristina en La Plata: pidió revisar el acuerdo con el FMI y rechazó una dolarización

También es notable cómo toma distancia del experimento de la Convertibilidad y de la Alianza en los ‘90. Nada queda en su relato retrospectivo de la subordinación al presidente Menem desde la gobernación de Santa Cruz, ni de los vínculos con Domingo Cavallo a la hora de pedir consejos financieros para gestionar la caja patagónica.

Y en cuanto a la Alianza, la actitud de los últimos tiempos de Cristina y su hijo ante los tropiezos de Alberto Fernández se parecen mucho a la postura de Chacho Álvarez frente al titubeo de De la Rúa: como Chacho, Cristina se limitó a diagnosticar magistralmente una realidad de la que políticamente es responsabilizable, mientras no tuvo empacho en soltarle la mano -sin renunciar pero más o menos, como hizo Máximo cuando se bajó de la conducción legislativa- al presidente que ella misma había designado.

Ese es el gran déficit de las verdades que denuncia Cristina cuando señala a los opositores y al establishment: ella lanza una moneda de una sola cara, con críticas al fracaso reiterado de las políticas de ajuste neoliberal, pero sin atisbo de autocrítica sobre lo actuado por el peronismo durante la larga onda K.

Esa estrategia discursiva le ha dado grandes réditos, por eso la repite en su reaparición pública tras la rendición de Alberto. Y el caballito de batalla dolarizador de Milei le calza como anillo al dedo para refrescar el viejo relato de la soberanía monetaria kirchnerista. Ahí se vislumbra la búsqueda de un nuevo partenaire para actualizar el viejo truco de “la grieta”, ahora que Mauricio Macri se bajó del ring.

Pero hablando en serio, como le gusta a ella, reconozcamos que no hay discusión profunda posible contra la receta voluntarista de la dolarización si antes no se consigna un hecho evidente: para salir de otro modo de la “economía bimonetaria”, hay que pensar un modelo de respeto y defensa del valor real del peso nacional, que lo deje a salvo del emisionismo populista, que practicó el kirchnerismo aunque no haya sido ni el primero ni el último.

Eso en cuanto a la política económica. Pero el discurso de regreso de Cristina recargada también dejó pistas de política electoral. Además de despachar a Alberto Fernández de un cachetazo verbal (con eso de que “por no enojar a nadie terminó enojando a todos”), también formateó con todas sus autorreferencias personales un posible escenario de lo que ella en realidad desea para su futuro político: no tanto ser Presidenta una vez más (“yo ya viví”), sino instalarse definitivamente como la eterna electora del peronismo futuro. Hasta el fin de los tiempos, como Mirtha.

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