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El índice de desesperación del Gobierno
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El índice de desesperación del Gobierno

Como esos padres de familia que son la vergüenza de los hijos por haberse despilfarrado la única plata de la familia y deben andar humillándose entre propios y extraños para intentar no perder la casa donde viven: así anda el gobierno argentino.

¿Qué es pensar en el pueblo? ¿Gastarse la que no hay emitiendo y sin ninguna disciplina o proponer un destino sustentable, aunque cueste esfuerzo?

En la lógica del populismo lo imprescindible es que otro deba pagar la factura que ellos gastaron en parecer buenos. También es imprescindible que tengan a quién quitarle la que reparten. Esas dos cosas imprescindibles son las que no tiene este gobierno. No pudieron heredar la crisis que produjeron porque sus propios desmanejos adelantaron el desastre y se quedaron sin cajas externas donde meter la mano luego de gastar las disponibles. Lo de la sequía ya se sabía en octubre del año pasado porque lo advertían los expertos y ya era noticia en los diarios. Igual se patinaron por anticipado con el dólar soja lo que entraría este año.

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Ahora es tan evidente que el adelanto de desembolsos que se le pide al Fondo puede implicar para el organismo firmar su propia responsabilidad en un nuevo default, que no se entiende cómo el ministro de Economía tiene cara para pedirlo. O sí. Sí se entiende. Se llama desesperación.

Si el INDEC midiera el Índice de Desesperación del Gobierno, tampoco querría publicarlo. La marcha atrás con el sospechoso cambio de fecha en la difusión de la inflación de abril también los dejó en descarada evidencia. Marco Lavagna consideró buena práctica no dar información estadística en medio de la veda, y eso mismo es la prueba del terror que le tienen al número de inflación de abril. Nunca se cambió el calendario por una elección, y lo que es peor, la ley electoral no prohíbe publicar estadísticas oficiales. A menos que la consideren una encuesta, y esto fue una ironía.

“Dejaron en evidencia cuán convencidos están de que la gente vota con el bolsillo”, me decía una analista de consumo. Y si a eso se suma que las cinco provincias donde se vota son gobernadas por el peronismo es claro que la desesperación no se detiene ni en territorios propios. Para la debacle electoral no hace falta llegar a las PASO presidenciales, que encima muchos en el oficialismo ya consideran perdidas. El tema es cuidar la retaguardia que son las provincias porque allí será el repliegue si son oposición.

El hecho de que a media tarde la Casa Rosada haya salido a despegarse de la decisión del Indec fue una forma sutil de apuntar al ministro Sergio Massa. Aunque tampoco hacía falta. Marco Lavagna es hombre de Massa. Lo que quienes lo conocen no podían creer es que hubiera cedido a manchar su prestigio con la manipulación de las fechas. Como sugirió el doctor Nelson Castro, luego, sólo le habría quedado renunciar.

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La confianza tarda años en construirse y se derrumba en un segundo. Más aún si el pecado original de manipular las estadísticas del Indec lleva el sello kirchnerista. Era una movida cantada. Pero hasta para ellos fue demasiado.

Dicen que la desesperación rompe los umbrales del recato y genera renovada audacia en quienes luchan por quebrar la adversidad de sus circunstancias. Lo que pasa es que, en esa pérdida de pudor, un día no se dan cuenta, y se ha caído totalmente el antifaz dejando ver a la luz del día y sin tapujos quiénes son verdaderamente.

En estas horas, el mundo vio con asombro la supuesta imagen de un dron estallando en la cúpula del Kremlin. Rusia, presurosa, denunció que Ucrania intentó matar a Vladimir Putin, y prometió represalias. El periodista británico Dominic Nicholls dejó al desnudo la fragilidad de semejante espectacularidad. “Casi no importa si es o no verdadero el ataque”, porque tuvieron que presentar imágenes para intentar hacer creer que un agresor “fue capaz de pasar las múltiples capas de defensa que rodean la capital rusa” y aún si fuera una maniobra de falsa bandera para justificar otro embate contra Ucrania, que eso haya ocurrido “ya es una vergüenza para el Kremlin”.

En la desesperación, se pierde la vergüenza. Volviendo al comienzo de este comentario. Cuando la desesperación pasa la línea de lo vergonzoso, al padre despilfarrador, no le queda ni la confianza de los hijos.

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