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Bullrich, y la segunda batalla de las Termópilas
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Bullrich, y la segunda batalla de las Termópilas

Por Horacio Minotti (*)

Días como el de ayer generan en la memoria de los mayores, especialmente los que hemos participado de la política en varios procesos durante los últimos 40 años, una mixtura de sensaciones y recuerdos bastante movilizantes. En el caso de quien suscribe estas líneas, hay cierto dejo de satisfacción personal: he formado parte de todas las campañas de los espacios con motivación republicana que accedieron al gobierno en estas cuatro décadas.

En la primera claro, apenas púber, pintando paredes, como se usaba por entonces, y asistiendo entusiasmado a los actos públicos. Era el que preparaba la pared pintándola de blanco con cal para que el letrista luego escribiese la palabra “Alfonsín” con sutiles líneas negras, y alguien rellenase los bordes de las letras con color rojo sin salirse de los márgenes. Mi pulso y mi concepto de la prolijidad, nunca me permitieron ninguna de las dos últimas actividades descriptas. Y, además, con 13 años, se me atribuían las labores menos sutiles. Casi siempre, mientras desarrollábamos tan noble trabajo, teníamos algún intimidante vehículo marca Ford, modelo Falcón, estacionado detrás, muy cerca.

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Luego, y a medida que pasaron los años, uno creció; intento prepararse, aprender, estudiar; fue ocupando distintos roles un tanto más complejos, en cada una de esas campañas. Pero estos domingos se viven siempre más o menos igual. Porque cada vez la aspiración es empezar ese camino de calidad democrática, transparencia, austeridad y un futuro de paz y libertad para las nuevas generaciones que, en definitiva, es lo que moviliza el ejercicio de tales labores.

En mi caso personal, ya que cometo el pecado periodístico de escribir una nota autorreferencial, cada vez que una de esas etapas terminó, volví a la actividad privada. Ejercí mi profesión, aprendí a ser periodista, hice consultoría en comunicación, creé y también dirigí medios, escribí libros. Y también, cuando amaneció un nuevo proyecto político que tuviese que ver con mis principios e ideales, dejé todo para involucrarme nuevamente a pleno detrás del objetivo.

Lo que debo decir respecto de esta campaña de Patricia Bullrich, es que jamás viví los niveles de austeridad y autenticidad que subyacen en cada decisión de este camino. Es cierto, los recursos son infinitamente más limitados que en otros casos, pero hay, además, una filosofía de la austeridad como modo de desarrollar la actividad política, que mana del propio comportamiento de la candidata e inequívoca líder del espacio.

Por otra parte, también sorprenden los niveles de pasión, claramente influenciados, otra vez, por el liderazgo de Bullrich, pero reflejados en cada uno de los integrantes de lo que, a esta altura, no tengo dudas en calificar de epopeya. El tiempo que cada uno le ha dedicado, el esfuerzo, la multiplicidad de actividades, siempre con entusiasmo, y con el único incentivo de alcanzar el objetivo común, hacen al diagnóstico. Acá no hubo sueldos estatales, no hubo planes sociales, solamente hubo un proyecto colectivo que implicó el combustible suficiente para que pocos, lograsen mucho. No me avergüenza la comparación: desde 1983 no veía estos niveles de pasión por el objetivo.

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Tampoco, debo decir, he visto en tantos años, la disposición absoluta a confrontar proyectos con recursos financieros tan sideralmente superiores, y la decisión absoluta de cada uno de ellos, de volcarlos a la campaña de un modo tan abrumador. La maquinaria de recursos estatales, tanto financieros como humanos, con los que han contado los rivales de Bullrich, debían resultar desalentadores para casi todo el mundo.

Pero el equipo de la ahora candidata presidencial, se fortaleció en esa avasallante desventaja, adquirió la épica y el coraje que David requirió para vencer a Goliat; fueron con alegría y a la vez con los dientes apretados a enfrentar el desafío, y reescribieron en tono del Siglo XXI, aquella batalla de la Termópilas. Estos 300 no tuvieron un musculoso Leónidas al frente, sino una dama de baja estatura física pero enorme convicción moral, que se cargó la gesta al hombro e inspiró a quienes la siguieron.

Las diferencias en términos de poder financiero, las lanzas y escudos de estos tiempos, fueron al menos las mismas, que en aquella segunda Guerra Médica.

Hacía falta tener estos resultados de primera etapa puestos para contar estas cosas. Lo contrario hubiese sido un gesto más de campaña electoral y no era la idea.

La autorreferencia aludida, por la que vuelvo a disculparme, se encuentra apenas justificada por el hecho de que me resultaba imprescindible para contar lo que he visto, enmarcado en un contexto, porque las cosas son de una forma u otra, en comparación con algo, y en mi caso, solamente puedo comparar lo vivido con otras cosas vividas. Viene un nuevo desafío, con diferentes características, el reto final, allí estaremos, a la altura de las demandas de los tiempos que corren.

(*) Periodista, escritor y abogado

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