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Opinión – La fórmula M&M
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Opinión – La fórmula M&M

Por Silvio Santamarina

Si bien ésta no fue precisamente la semana de la dulzura en la vida interna de los frentes políticos argentinos, sí se la puede etiquetar como la semana M&M. Macri y Milei protagonizaron la escena, cada uno a su histriónica manera. Tanto el expresidente como la vedette libertaria de los sondeos de opinión sintetizan el drama de un país donde nadie aferra el timón en plena tormenta, y donde tampoco aparecen en cubierta nuevos timoneles con pinta de llevarnos a buen puerto.

Para empezar a captar el delirante factor Milei, habría que preguntarse en qué cabeza cabe la creencia de que rifar dinero del Estado (su salario legislativo) es un gesto antipopulista y meritocrático, valores que supuestamente movilizan a los evangelizadores del showman libertario.

Incluso llama la atención que hasta sus críticos le reconocen el supuesto compromiso de “donar” su sueldo. En realidad, no se trata de una donación, como cuando alguien destina su dinero a alguna institución benéfica, premiando sus méritos. No, en el caso Milei, se trata lisa y llanamente de una rifa, pura propaganda que consiste en revolear billetes a la tribuna, sin ningún criterio de justicia. O sea, lo mismo que gente como Milei le achaca al populismo “planero”.

Ojo que esta columna no es una crítica a Milei, todo lo contrario. Su figura simboliza acertadamente el desconcierto ideológico, la niebla mental que complica la estrategia 2023 de Juntos por el Cambio. Tanto resume Milei el drama conceptual del posmacrismo que su nombre resultó ser la clave del comunicado oficial de la mesa nacional opositora lanzado esta semana.

Más allá de la discusión planteada por Patricia Bullrich sobre la conveniencia o no de pronunciarse explícitamente sobre el factor Milei, queda claro que si fue un error mencionarlo, no fue –como dirían en el tenis- un “error no forzado”, un mal raquetazo. Hablar de Milei es decir, con otras palabras, lo que Mauricio Macri viene repitiendo en sus últimas apariciones: el próximo gobierno no podrá jugar al gradualismo. Se llame reforma o ajuste, el cambio que promete Macri será fulminante, rápido y profundo, caiga quien caiga. O no será.

Aquí no hay tanta divergencia con el plan de Horacio Rodríguez Larreta, que volvió a esbozar, cerca de Macri, esta semana en el Foro gastronómico-empresarial del Llao Llao, su teoría del shock consensuado: una reforma drástica puede doler, pero si estamos casi todos convencidos, a uno y otro lado de la vieja grieta, acaso duela menos.

Macri y sus halcones más bien creen, como varios antiguos votantes de Cambiemos, que la aceptación de un gran ajuste estructural del país no vendrá del consenso dialogado sino del hartazgo popular con la decadencia y el pánico al crack socioeconómico terminal. Es decir, la teoría de tocar fondo como la mejor manera de convencerse de salir rebotando hacia arriba con fuerza y sin dudar.

La pata radical de Juntos por el Cambio tiene todavía más dudas que el PRO respecto de los famosos primeros 100 días de los que habla Macri en un hipotético segundo mandato. A los radicales cambiemitas también les vendría como anillo al dedo el sugestivo regalo que le hizo Cristina Kirchner a Alberto Fernández para su cumple: el libro del sociólogo Juan Carlos Torre titulado “Diario de una temporada en el quinto piso”, sobre las idas y vueltas de los planes económicos de la administración Alfonsín.

El gran dilema al interior del PRO es determinar si la manera de convencer a los votantes para que le vuelvan a dar una oportunidad al macrismo en 2023 es sumarse a la cautela dialoguista radical o a la rabia “anticomunista” del mediático libertario. Por ahora, aunque los comunicados oficiales de JxC digan lo contrario, gana en secreto la combinatoria Macri-Milei, como una especie de garantía de ferocidad electoral ante el escenario incierto del año próximo. Por esas cosas del destino, la fórmula de las M también se cocina del otro lado, para pensar la apuesta peronista para 2023: Máximo, Massa, Manzur. Solo queda saber si esta extraña coincidencia augura magia o maldición.

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