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La transformación vitivinícola de San Juan
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La transformación vitivinícola de San Juan

Por María Paula Bandera (*)

El mapa vitivinícola argentino se dibuja con 19 provincias y algunas se llevan el trazo grueso, como San Juan, la segunda con mayor superficie cultivada de viñedos.

Aunque el dato reviste importancia, se registra de forma histórica, y San Juan ya no se conforma con eso, así emprendió un camino de reconversión para comenzar a comunicar vinos de lugar.

La actividad vitivinícola se desarrolla en tres zonas: los valles centrales de Tulum, Ullum y Zonda, ubicados en los alrededores de la ciudad; Valle de Pedernal, a unos 90 kilómetros sobre el suroeste; y Valle de Calingasta, en el sudoeste de la provincia. Los tres lugares tienen una identidad bien diferenciada.

“Tenemos la oportunidad de elaborar vinos de todos los valles de San Juan y cada uno aporta características propias, lo que es interesante porque le ofrece variedad al consumidor, desde vinos ligeros a otros muy estructurados, como los de Valle de Pedernal, que es uno de los mejores valles de la Argentina desde el punto de vista de lo enológico”, explica José Escrivá, enólogo de Finca Las Moras.

Cuando la provincia puso a la “alta gama” en el GPS, la ruta llevó al Valle de Pedernal, zona que se caracteriza por tener una altura que va de los 1100 msnm a los 1500 msnm, suelos con marcada presencia de piedra caliza y una gran amplitud térmica. Las primeras fincas se plantaron a comienzos de los 90 y el reconocimiento de la indicación geográfica llegó recién en 2007.

“Entre 1994 y 2010, más o menos, Valle de Uco todavía no estaba muy implantado y muchas grandes bodegas de San Juan y Mendoza compraban uva acá, pero el vino no salía como Valle de Pedernal porque en ese entonces casi no había etiquetados que pusieran en relieve el lugar”, cuenta Felipe Azcona, ingeniero agrónomo y uno de los hacedores de Elefante Wines.

Azcona junto a su compañera, la enóloga Juliana Rauek, elaboran sus vinos con uvas provenientes de El Durazno, una finca de 380 hectáreas, que provee a varias bodegas, cada una con una interpretación diferente de ese suelo y ese clima; Azcona y Rauek, por ejemplo, eligen cosechar temprano para obtener frescura y buena acidez, mientras que otros productores prefieren ir por el lado de la estructura y la concentración.

Los valles centrales siempre pusieron el acento en el volumen, en vinos más genéricos, pero de a poco fueron encontrando su identidad. “Hoy esto valles, altamente productivos, generan vinos que no son ni mejores ni peores, son de estructura tánica liviana, con fruta típica de zona caliente, que es la mermelada y la confitura, son vinos fáciles de beber, fantásticos para todos los días”, explica el enólogo Matías Blanco, de Bodega Casa Montes.

En esa zona el clima, la altura y la composición de suelo cambian de forma rotunda. Los viñedos suelen ubicarse entre los 600 y 800 msnm –con excepción de Ciénaga, que se encuentra a 1.400 metros de altura- y el termómetro trepa varios grados.

“Si por alguna estrategia agronómica querés parecerte a Calingasta o a Pedernal, incluso por más que la tecnología sea común, no vas a poder, porque el clima y el suelo son diferentes, entonces la única alternativa es expresar el lugar”, sostiene Blanco.

Por último, bastante más alejado en kilómetros, se encuentra el Valle de Calingasta, un paraíso natural encajado entre la Precordillera y la Cordillera.

Allí se dan dos tipos de vitivinicultura, según explica Simón Tornello, enólogo y creador de 35.5: “Por un lado, se da una con variedades internacionales y sistemas de conducción adaptados a la mecanización y, por otro, una vitivinicultura patrimonial”.

Es con esta última, de la mano de la puesta en valor de viñedos centenarios, que Calingasta encontró su lugar en el mapa vitivinícola argentino; aunque la zona tiene aún más para ofrecer, de hecho de las 300 hectáreas planteadas solo 25 corresponden a viñas viejas.

En el valle funcionan seis bodegas, algunas con una incipiente propuesta de enoturismo, y una decena de elaboradores artesanales. Esta diversidad de productores ayudó a promover el desarrollo de la zona, como señala Francisco “Pancho” Bugallo, ingeniero agrónomo y fundador de la bodega Cara Sur: “Para que un valle vitivinícola pueda trascender es fundamental que haya muchos productores interpretándolo, buscando pureza y sinceridad, porque no existe un valle vitícola que transcienda con una sola mirada, con una sola interpretación”.

Es que, en todo el mapa sanjuanino, algunos productores emprendieron un camino introspectivo y decidieron encontrar su fortaleza en aquello que los diferenciaba de lo genérico. Y, gracias a eso, el vino argentino tiene un nuevo motivo para brindar.

(*) Periodista/ Content Creator/ Redes Sociales

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