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La fiesta inolvidable: tres años de la estafa moral del presidente
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La fiesta inolvidable: tres años de la estafa moral del presidente

Fiesta en Olivos

El perro ladra, la cámara muestra la mesa repleta de comensales, adornada con centros de mesa con jazmines que perfuman el ambiente e iluminada por una tenue luz amarilla que se derrama desde apliques esféricos y choca con las velas encendidas al lado de cada comensal. El plano va cerrándose hacia la cumpleañera que presidiendo la mesa, se prepara para soplar la velita en una torta de chocolate.

“Pedí los tres deseos”, le dice uno de los asistentes al festejo. “Para ustedes”, les dedica, y suelta una carcajada.

Suenan los acordes del cumpleaños feliz, todos cantan, ella, vestida con un traje negro con lentejuelas, saca la vela y la sopla lejos de la torta, para después levantar los brazos agradeciendo a los presentes a viva voz mientras se acercan a saludarla. Dudan en darse abrazos, pero se acercan y brindan con champagne.

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Ahí la imagen recién se percata de una presencia hasta ese momento ignorada por el lente. Está sentado a la izquierda de la cabecera, sin que le extrañe en lo más mínimo lo que está ocurriendo a su alrededor y sin que los demás le presten demasiada atención.

Hasta parece un poco aburrido, no sorprendido. Pero Alberto Fernández es parte del festejo, aunque no se haya puesto de pie para saludar. El perro sigue ladrando hasta el final del video. Parece que es el único que se da cuenta de que algo anda mal.

Todo andaba mal. Era 14 de julio como hoy, pero de 2020 y regía el aislamiento sanitario obligatorio. El Presidente había conminado a los argentinos a quedarse en casa para evitar contagios durante la pandemia de Covid-19.

En aquel momento las familias no podían ver a sus mayores, ni visitar a sus enfermos y mucho menos tener reuniones sociales. Pero el presidente no cumplía con lo que él mismo ordenaba.

En la Quinta de Olivos donde él es la máxima autoridad, se celebraba la fiesta de cumpleaños de su pareja, Fabiola Yañez.

El hecho, que se conoció un año después no pasó a mayores en la Justicia donde un arreglo económico dejó bien cerrado el caso, pero queda en la memoria de los argentinos como un fraude moral imperdonable ocurrido en medio de momentos dramáticos, por la muerte de seres queridos a los que no se podía despedir, por argentinos que se fundían sin poder trabajar, por abusos de autoridad como los que impidieron al papá de Solange ver a su hija por última vez antes de que muriera de cáncer.

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“Hasta el último suspiro tengo mis derechos”, llegó a escribir ella en días donde los derechos de todos eran avasallados mientras la quinta de Olivos era la quinta de los privilegios.

Cumpleaños de la primera dama, asados, visitas de famosos, peinadores, y hasta el adiestrador de perro Dylan.

El presidente no cumplía con lo que él mismo ordenaba. Fue un mentiroso, cuya falta de integridad no tuvo ni la valentía de admitir. Conocido el caso atinó a culpar a “mi querida Fabiola”, pero mostró para siempre hasta dónde podía llegar su carencia absoluta de palabra y honorabilidad. Cada argentino que hizo caso en una de las cuarentenas más extensas del mundo se sintió estafado en lo más profundo, en lo que involucra la vida, sus seres queridos, la angustia de no poder trabajar, para recibir a cambio una traición. No era todo, después iban a venir las vacunas vip.

Cuando en estos días la portavoz oficial Gabriela Cerruti dijo que la de Alberto Fernandez será recordada como una gran presidencia, olvidó muchas cosas, pero, sobre todo, aquella noche de la infamia que demostró como nada, que nos gobierna gente sin palabra que se rió de todos nosotros en el peor momento.

Hoy se cumplen tres años de la fiesta en Olivos, la fiesta imperdonable.

 

 

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