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Taipéi y Pekín: un dilema en nombre de la paz en China
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Taipéi y Pekín: un dilema en nombre de la paz en China

China

Durante décadas, Estados Unidos ha tratado de mantener buenas relaciones tanto con Taipéi como con Pekín. ¿Pero sigue siendo una buena política, o es momento de establecer relaciones diplomáticas plenas con Taiwán? A continuación, las reflexiones de dos expertos en el tema.

EVITAR LA GUERRA, DEFENDER A ESTADOS UNIDOS, RECONOCER A TAIWÁN
Por Gordon G. Chang

Estados Unidos debería extender inmediatamente un reconocimiento diplomático a la República de China. Esta acción favorecería a los intereses de los 23.8 millones de habitantes de Taiwán, ayudaría a defender a 331 millones de estadounidenses y disuadiría a un furioso y cada vez más peligroso tirano en Pekín.

El 1 de enero de 1979, Estados Unidos dejó de reconocer a Taipéi para reconocer a Pekín como el único gobierno de China. Los estrategas estadounidenses pensaron que necesitaban la ayuda de la República Popular de China durante la Guerra Fría.

La suposición fundamental de medio siglo de políticas estadounidenses de “participación”, según las cuales el régimen comunista se volvería benigno mientras se integraba en el sistema internacional liberal, no pudo ser más equivocada. En parte gracias al apoyo de Estados Unidos, China se ha convertido en un Estado fuerte. Sin embargo, ese Estado fuerte ahora propaga una enfermedad mortal, comete genocidio y otros crímenes contra la humanidad, ataca a sus vecinos con la intención de apoderarse de su territorio, bloquea los bienes mundiales, lleva a cabo políticas comerciales criminales y depredadoras, distribuye narcóticos ilegales y otros tipos de contrabando, roba la propiedad intelectual y acumula armas de destrucción masiva.

Xi Jinping, el actual gobernante chino, no compite con nadie en el sistema internacional existente, y ni siquiera trata de ajustarlo. Lo que intenta es desbancarlo completamente. Ahora, Xi promueve abiertamente puntos de vista de la era imperial, según los cuales, el emperador chino tenía el derecho y la obligación de gobernar tianxia, es decir, “todo lo que hay bajo el cielo”, insinuando así que China ahora debería ser considerado el único Estado soberano del mundo.

No es de sorprender que el director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, John Ratcliffe, haya dicho que “China constituye una mayor amenaza de seguridad nacional para Estados Unidos que cualquier otra nación”.

En estos tiempos tan precarios, Estados Unidos necesita fortalecer a sus amigos, como Taiwán.

Taiwán es más que solo un amigo. Desde los últimos años del siglo XX, Estados Unidos ha trazado su perímetro de defensa occidental frente a las costas de Asia oriental, y Taiwán, que se encuentra en la intersección de los mares del Sur y del Este de China, está en el centro de esa línea tan importante. Actualmente, Taiwán ayuda a mantener a la marina y a la Fuerza Aérea de China confinadas en las áreas periféricas de ese país, por lo que, en una época de “diplomacia del lobo guerrero”, el afianzamiento del perímetro occidental de defensa de Estados Unidos por parte de Taiwán es de capital importancia.

Sin embargo, existe una razón aún más importante para reconocer a Taiwán. El Partido Comunista de China ataca implacablemente no solo a democracias concretas, sino al concepto mismo de la democracia. Taiwán se liberó del gobierno autoritario del Kuomintang de Chiang Kai-shek, también llamado Partido Nacionalista, y ahora cuenta con una de las democracias más vibrantes del mundo.

Muchas personas afirman que Washington puede reconocer solo a una “China” a la vez, trátese de la República Popular de China o de la República de China. Después de todo, cada una de ellas niega formalmente la legitimidad de la otra.

No obstante, Estados Unidos reconoce a estados como India, Nepal, Japón, Filipinas, Vietnam, Malasia e Indonesia, que reclaman territorios o zonas marinas que China también reclama.

De hecho, Taiwán nunca ha sido reconocido en general como parte de ningún Estado chino. La dinastía Ming no ejerció control sobre Taiwán. Los emperadores manchúes Qing, que derrocaron a los Ming, gobernaron Taiwán, pero no se consideraban “chinos” ni eran vistos así por el pueblo chino, que en ese entonces los consideraba extranjeros e invasores. Los japoneses le arrebataron Taiwán a los Qing en 1895 y lo mantuvieron hasta 1945, cuando los nacionalistas de Chiang ocuparon la isla mientras estaba pendiente una resolución formal sobre su condición. “El Tratado de San Francisco de 1952 dejó a la isla en un estado ‘indeterminado’”, señala van der Wees.

A pesar de la opinión popular sobre la isla, Pekín está decidido a absorberla, si es necesario, por la fuerza. Durante décadas, Estados Unidos pudo mantener la paz adoptando posturas poco claras diseñadas para no agraviar a Pekín.

En relación con este enfoque, Washington no le ha dicho a Pekín ni a Taipéi lo que Estados Unidos haría en caso de un conflicto inminente. La idea es que Estados Unidos debía mantener a los agresores chinos sin saber si defendería a la república isleña y, al mismo tiempo, no alentar a los taiwaneses “proclives a buscar la independencia” a perturbar el statu quo y, por lo tanto, provocar a Pekín.

La ambigüedad estratégica funcionó durante un periodo inusualmente benigno. En las últimas fases de la Guerra Fría, Mao Zedong y Deng Xiaoping, los primeros dos líderes de la China comunista, recurrieron a Estados Unidos, el protector de Taiwán, para mantener a raya a la Unión Soviética. Además, sus dos sucesores, Jiang Zemin y Hu Jintao, necesitaban el dinero, la tecnología y el apoyo diplomático de Estados Unidos. Por lo tanto, Pekín no estaba en posición de invadir la isla.

Por desgracia, su sucesor en el gobierno chino, el audaz Xi Jinping, ha convertido a la ocupación de Taiwán en una de las piedras angulares del gobierno del Partido Comunista y ha hablado incesantemente sobre la recuperación de la isla.

Por primera vez desde principios de la década de 1950, Taiwán enfrenta a un decidido agresor chino. Además, ahora que, desde su punto de vista, Xi ha logrado meter en cintura a Hong Kong, a algunas personas les preocupa que ahora dirija su atención hacia Taiwán. En estas nuevas y problemáticas circunstancias, es poco probable que la ambigüedad estratégica logre disuadir a un Estado chino militante.

La forma de detener a Xi es dejarle claro que tendrá que pasar por encima de Estados Unidos y de sus aliados para ocupar Taiwán. Por ello, el reconocimiento diplomático de Taipéi por parte de Washington y el final de la ambigüedad estratégica harán mucho para parar en seco a China, preservar la democracia, defender a Estados Unidos y mantener la paz.

NO HAY QUE APRESURARSE A NORMALIZAR PLENAMENTE LAS RELACIONES CON TAIWÁN
Por Jerome A. Cohen

Esta es una época de gran tensión en las relaciones entre Estados Unidos y China. Pekín y Washington están enfrascados en crecientes controversias sobre el comercio, la tecnología, la inversión y la regulación cibernética. La construcción, por parte de Pekín, de bases militares en áreas en disputa del Mar del Sur de China y su negativa a aceptar la decisión de un tribunal de Derecho del Mar de Naciones Unidas en la que se rechazan sus amplios reclamos en la zona, han aumentado los temores militares. La creciente coerción impuesta al pueblo chino por el régimen de Xi Jinping ha aumentado la preocupación de las democracias. La creciente preocupación de la “transformación” de millones de musulmanes por parte del régimen ha producido repugnancia en Washington y en otras capitales. También existe una amplia oposición internacional a la opresiva Ley de Seguridad Nacional impuesta por Pekín en Hong Kong.

Sin embargo, ninguna de esas disputas puede ser tan explosiva como los cambios que se contemplan en las relaciones de Estados Unidos con Taiwán. El “reconocimiento” de la isla muy probablemente desencadenaría una reacción militar por parte de Pekín, la cual podría involucrar a la República Popular de China, Estados Unidos y Taiwán en una guerra nuclear.

Para comprender las causas, es necesario recordar la historia reciente. Cuando en 1949, las fuerzas nacionalistas de Chiang Kai-shek perdieron la guerra civil en la parte continental de China ante los comunistas de Mao Zedong, el gobierno central de Chiang, la República de China (RDC), huyó a Taiwán. La RDC había reincorporado Taiwán a China cuatro años antes, cuando los Aliados autorizaron a Chiang para ocupar la isla, que había sido una colonia japonesa durante medio siglo. Sin embargo, en los acuerdos hechos después de la guerra nunca se especificó si la soberanía se transfería a la RDC o a la República Popular China (RPC), que estableció su gobierno nacional en octubre de 1949.

La condición legal de Taiwán estuvo en duda mientras las fuerzas de la RPC de Mao preparaban un ataque contra la isla. En enero de 1950, el presidente estadounidense Harry S. Truman anunció que Estados Unidos no intervendría. Washington sostuvo que Taiwán había sido restituido a China cuando las fuerzas de Chiang tomaron el control.

Seis meses después, cuando Corea del Norte invadió a Corea del Sur, Estados Unidos invirtió su postura. Truman anunció que la condición legal de Taiwán nunca se había determinado y que, mientras esto no sucediera, la Séptima Flota de Estados Unidos defendería la isla.

Esa siguió siendo la postura oficial de Estados Unidos por más de 20 años. El líder Mao insistió en que, si Estados Unidos quería normalizar las relaciones con su país, no solo tendría que romper relaciones diplomáticas con la RDC, sino también admitir que Taiwán es un territorio chino. En febrero de 1972, Estados Unidos “reconoció” el reclamo de la RPC de que todos los chinos en ambos lados del Estrecho creían que Taiwán era parte de China y que “Estados Unidos no pone en duda esa postura”.

Sin embargo, mientras negociaba la normalización con Pekín en 1978, el presidente Jimmy Carter, aunque acordó dar fin al tratado de defensa entre Estados Unidos y la RDC, así como a las relaciones diplomáticas con ella, garantizó la disposición de Deng Xiaoping a tolerar la venta continua de armas estadounidenses Taiwán. La postura de Estados Unidos fue que podría aceptar una resolución de la disputa del Estrecho de Taiwán si era consentida libremente por ambas partes.

De 2008 a 2016, la RDC, bajo el gobierno nacionalista del presidente Ma Ying-jeou, realizó más de 20 acuerdos “semioficiales” con la RPC que dieron pie a una amplia cooperación. Esto se basó en la creencia compartida por ambos gobiernos de que Taiwán es parte de China.

En 2016, este “consenso de una sola China” se disolvió con la elección de la presidenta Tsai Ing-wen del Partido Democrático Progresista. La presidenta Tsai, lideresa moderada de un partido largamente asociado con el objetivo de un Estado taiwanés, dejó claro, aun así, su deseo de continuar su cooperación con la RPC.

Desde hace mucho tiempo, Pekín ha sostenido que cualquier declaración formal de independencia por parte de Taiwán sería intolerable. La presidenta Tsai respondió que no es necesaria ninguna declaración formal, ya que Taiwán ha disfrutado desde hace mucho tiempo una independencia de facto. La reacción de Xi Jinping ha sido dar fin a muchos aspectos de la cooperación a través del Estrecho e imponer una creciente presión al gobierno de Tsai.

Hasta hace muy poco, el gobierno de Trump dedicó relativamente poca atención a Taiwán. Aunque sigue vendiendo armas a la isla, Estados Unidos también buscaba evitar ofender a Pekín. Esta política ha cambiado y Washington ha realizado muchas acciones para demostrar un mayor apoyo a la isla. Sin embargo, el establecimiento de relaciones diplomáticas formales sería un paso demasiado largo.

Sería mucho más inteligente continuar con la política de un mayor apoyo a la condición actual de Taiwán. Washington y otros gobiernos pueden hacer mucho más para aprovechar acuerdos existentes de cooperación con Taiwán. Se deben desarrollar nuevas formas de relaciones imaginativas con ese país. Se debe incrementar la presión a favor de la participación de Taiwán en organizaciones internacionales, lo mismo que los esfuerzos para ayudarle a mantener sus relaciones diplomáticas formales restantes.

Lo más importante es que Estados Unidos debe abandonar la política de “ambigüedad estratégica” sobre si acudiría en defensa de Taiwán, ya que ello aumenta el riesgo de que surja un conflicto derivado de suposiciones equivocadas por parte de Pekín. En cambio, Estados Unidos debería articular una declaración clara pero moderada de su decisión de defender a la isla contra un ataque. Esa afirmación hará mucho más para proteger a los 23 millones de taiwaneses que un reconocimiento formal por parte Estados Unidos.

Publicado en colaboración con Newsweek / Publicad in collaboration with Newsweek

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