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La semana bisagra de Alberto Fernández
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La semana bisagra de Alberto Fernández

Por Silvio Santamarina

No va más. Desde el comienzo de esta estresante semana, Alberto Fernández vislumbró que había llegado su momento bisagra: más allá de sus títulos formales al frente del Gobierno y del PJ, el Presidente ya no está al mando. Y aunque intente disimularlo, deberá flotar contra la corriente de la ingobernabilidad hasta el final del mandato, en su condición de “pato rengo”.

Esta semana le pasó todo lo que suele esmerilar definitivamente a cualquier mandatario argentino con fecha de vencimiento cercana. Una corrida cambiaria. Una renuncia que pica cerca de la conducción económica. Amenazas públicas de un ministro de Economía que ya oficia de presidente paralelo. Avalancha de “papers” que auguran devaluaciones drásticas y dolarizaciones absolutas. Y un partido de gobierno que le da un ultimátum a cielo abierto. Pearl Harbor criollo.

Tratando de hacer de la necesidad virtud, Alberto se apuró a bajar la persiana de esta semana horrible antes de que la cumbre del PJ le propinara el cachetazo final. Con un video tuitero que imita los de su Jefa, el Presidente se bajó de una candidatura inviable, dando una sorpresa que no sorprende a nadie, a la luz de los pobrísimos índices de popularidad con que termina su mandato.

Tampoco es original la manera en que intenta seguir vigente en el año electoral. Con su apuesta por dejar abierto el juego de candidaturas, suena un poco a la movida de Rodríguez Larreta en la Ciudad. Y el aviso de que seguirá involucrándose en la interna del Frente de Todos remeda un poco la promesa de Mauricio Macri de seguir influyendo en la puja partidaria, y la de la mismísima Cristina Kirchner, al aclarar que no se replegará en su rol de abuela. Copiar a otros los modos de liderar: eso le queda a Alberto Fernández, que desde el principio aceptó acceder a la Quinta de Olivos para hacer de cuenta que era el nuevo Jefe.

Alberto Fernández anunció que no será candidato en las elecciones

Fue un fracaso. Especialmente para la mayoría de los argentinos, que hoy lo estamos pagando. Quizá no lo fue para Cristina, que encontró una salida electoral ganadora cuando parecía que su ciclo ya se había agotado. Y tal vez tampoco sea un fracaso personal para Alberto, que se lleva a su casa la experiencia más deseada en el Currículum Vitae de cualquier político: sentarse en el sillón de Rivadavia, aunque sea por un solo mandato. Para alguien que no tenía ni la más remota chance de ganar una elección presidencial, el “regalo” de Cristina ya es suficiente premio.

Ahora, para saborearlo de por vida, solo le queda transitar con equilibrio el pasillo que separa a dos presidentes electos cuyos gobiernos implosionaron antes de tiempo: Alberto no mantendrá la pátina de prócer de un Alfonsín, pero probablemente tampoco el peronismo permita que termine como De la Rúa. Solo se trata de llegar.

Alberto Fernández junto a Sergio Massa (Foto: NA)

La cuestión es cómo. Tanto el cristinismo hipermilitante como el massismo necesitan desesperadamente seguir despegándose del derrumbe socioeconómico, y la mejor manera es forzar a Alberto a que se inmole, cargando con las culpas de una gestión fallida.

Del lado opositor, vendría bien que la bomba le estallara en las manos al actual Presidente saliente, para que parte del ajuste automático que genera la crisis cambiaria quede en el prontuario de Alberto. Algo similar puede pensar el establishment, que confirmó la caducidad del poder residual que conservaba el Presidente, cuando se supo el arrugue ante la invitación al Foro del Llao Llao. Un líder que se esconde mientras el dólar se dispara, ya no lidera nada, y mucho menos la estampida monetaria.

¿Logrará el Presidente conservar algún poder de daño para mantener a raya a quienes buscan dañarlo? En su video de despedida prematura, insinúa que sí, pero sin abandonar su retórica de componedor eterno, el gran intermediario del peronismo. Parece que así será hasta el final, llegue cuando llegue.

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