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Iara Nisman, el valiente alegato de una hija ante la desmesura presidencial
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Iara Nisman, el valiente alegato de una hija ante la desmesura presidencial

Después de un largo tiempo de silencio, vuelve a ser Iara Nisman, la hija del fiscal, quien sale en defensa de su padre ante las incalificables expresiones del poder.

No es la primera vez que, con determinación, levanta su voz. La primera, era una adolescente de sólo 15 años, y apenas habían pasado unos meses de la muerte de Alberto Nisman, que apareció sin vida horas antes de denunciar en el Congreso a la entonces presidenta Cristina Fernández por el pacto con Irán.

El país se asomaba a uno de sus abismos más oscuros en democracia. El shock trascendía a todo el mundo. Pero el Gobierno de entonces sólo se apuraba por instalar que se había tratado de un suicidio y por ensuciar la imagen del fiscal de la AMIA. Además de una campaña anónima de difamación en la vía pública, con fotos referidas a su vida privada, funcionarios como el entonces jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, lo calificaba de “sinvergüenza” entre otras ofensas que de reproducirse duplicarían el efecto de aquellas miserias, aún hoy. No habían pasado dos meses de la muerte, y en vez de consternación, desde las propias autoridades se consumaba el escarnio.

“Sobre la educación y formación en valores y principios del jefe de Gabinete yo no voy a hablar. Suele dirigirse irrespetuosamente a las personas», había dicho la exesposa del fiscal, la jueza Sandra Arroyo Salgado.

Atacar a un fiscal, entonces como hoy, era atacar el derecho de los ciudadanos a la búsqueda de justicia, era atacar el Estado de derecho.

Se investigaba precisamente si se había tratado de un asesinato como luego concluyeron los peritos y la Justicia, al no encontrarse pólvora en la mano de la víctima. En aquéllos días, no se conoce ni un mensaje de condolencias públicas a las hijas de Nisman por parte de la entonces Presidenta. Y los meses transcurrían con declaraciones salvajes que parecían volver a matar al hombre que iba a denunciarla.

Fue en el acto por las víctimas de la AMIA de 2015, en que el nombre de Alberto Nisman, investigador emblemático del atentado, sería nombrado como su víctima número 86, y no sólo eso. Allí, en un homenaje que me tocó conducir, supe que tenía otra tarea adicional a las presentaciones de los oradores. Debía leer una carta de Iara Nisman, en la que una hija, de sólo 15 años, y aún atravesada por el mayor dolor de su vida, defendía a su papá:

“Quería agradecerles por el lugar dado en este homenaje a mi papá y transmitirles que, por más que mi dolor sea más reciente, entiendo y comparto el largo camino de búsqueda y sufrimiento que ustedes llevan hace 21 años. Porque vi lo mucho que mi papá trabajó para que se haga justicia y escuché de él los detalles e historias de familias detrás del atentado. Tanto mi hermana Kala como yo, les pedimos que nos acompañen y ayuden a encontrar la verdad sobre lo que pasó con mi papá, sea cual fuere y sin dar importancia a las cosas que a veces se dicen para ensuciarlo, porque él no se puede defender y le restan valor a su esfuerzo y trabajo”.

Una hija adolescente debía poner justicia en el nombre de su padre atacado por quienes en todo caso debían garantizar respeto a la investigación y no embarrar su nombre. La campaña feroz había sido rebatida con la dignidad y la valentía de una jovencita que conmovía al país. Por lo demás, sólo concitaba horror que debiera encender una vela por la muerte del fiscal de AMIA, junto a las víctimas del atentado. Ese horror sigue hasta hoy.

Siete años después, convertida en una mujer, Iara debió hacer lo mismo. Defender a su padre, ya no sólo ante los dichos canallescos de un ministro, sino ante la enormidad expresada por un presidente. Lo hizo al ser consultada por una periodista en el marco de un foro sobre terrorismo.

Se refería a lo que hace algunas semanas, y contra lo que él mismo opinaba antes, había dicho el presidente Alberto Fernández: que Nisman se había suicidado y que esperaba que el fiscal Diego Luciani, que investiga a Cristina Fernández por graves hechos de corrupción, no hiciera lo mismo.

Palabras que dichas por un presidente tienen el carácter de amenaza a otro Poder de la Nación, y hasta un sello mafioso de alevosía. Además, no sólo mostraban desconocimiento de la causa judicial donde se investiga un asesinato, sino que se contradecían con lo que el propio Alberto Fernández opinaba no hace mucho tiempo atrás.

Lo que une aquel tiempo con este, es que otro fiscal también investiga a la misma persona. A Cristina Fernández. Iara Nisman no sólo consideró con total sentido común, y asistida por la razón, ya que la Constitución también lo indica, que el presidente no debe entrometerse en causas judiciales. Con la misma calma, se refirió al uso del nombre de su papá ante otra investigación que involucra a la vicepresidenta.

Para la Justicia, a Alberto Nisman lo mataron por realizar su trabajo. Su trabajo de entonces era la acusación a la presidenta de la Nación por el pacto con Irán. Lo asesinaron, según consideran los investigadores, justo antes de denunciarla en el Congreso de la Nación.

En esta Argentina circular, donde la impunidad parece andar a sus anchas, también giran desbocadas las mismas infamias. Con notable parecido físico a su papá, debió ser una vez más su hija, quien simbólicamente hiciera, como una virtual fiscal, el alegato en defensa de su padre.

Pronto, la Justicia también tendrá la oportunidad de decidir, si la denuncia que le costó la vida a Alberto Nisman, no quedará en la nada. Es otra de las investigaciones en la que la vicepresidenta logró el inédito sobreseimiento sin juicio oral. La Cámara Federal de Casación deberá resolver si lo revoca o, como piden los querellantes, “avanza sin más dilaciones hacia el juicio oral y público”, del inexplicable memorándum con Irán, el pacto firmado ni más ni menos que con el país acusado por el atentado a la AMIA.

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