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¿El electorado se volvió de derecha? Son los matices, ¡estúpido!
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¿El electorado se volvió de derecha? Son los matices, ¡estúpido!

Por Carlos Fara (*)

Existe un error habitual en muchos análisis respecto a las características del voto, que consiste en emparentar totalmente a las características de la oferta con la demanda, como si se tratara de un simple calco, una especie de “Simulcop” sociológico. Eso devendría de pensar, por ejemplo, que la mayoría social en 2019 estaba en una tónica de centro izquierda y ahora pareciera haber abrazado con fervor a la derecha, de la mano de Milei + Bullrich.

La primera advertencia es que no se debe extrapolar tan automáticamente lo que dicen los líderes a sus votantes con lo que éstos creen y sienten. Ahí empieza una parte de los problemas de la representación política, ya que los candidatos creen que la gente los vota porque adhieren lisa y llanamente a lo que verbalizan, cuando en realidad los electores hacen un recorte antojadizo de los factores que lo motivan.

En este sentido, los adherentes a Milei están “a la izquierda” de su referente, no siendo ideológicamente libertarios, sino que ven en él una gran esperanza de revertir la situación en la que los ha sumido “la casta” (término que, por otro lado, sus adherentes utilizan poco y nada en los grupos focales).

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Pues así de complejo es este tema de sintonizar a la oferta con la demanda, y las interpretaciones simplistas pasan por alto una infinidad de matices que aconsejan mucha más cautela al abordar estos fenómenos. Por consiguiente, leer los aparentes bandazos de la sociedad argentina a partir de cierto consenso de definición en función de parámetros clásicos y poco útiles –la izquierda y la derecha- no es lo más aconsejable.

Para ilustrar esta complejidad, tomemos situaciones históricas fácilmente reconocibles. La primera son los éxitos electorales del menemismo a partir de la vigencia de la Convertibilidad. ¿La mayoría social se había corrido a la derecha? Relativamente. Desde ya que cuando afloran procesos inflacionarios graves, crece la tendencia a cuestionar el rol excesivo del Estado en la economía y su gasto desbocado. Sin embargo, cuando uno agarraba el microscopio, veía más una adscripción pragmática que ideológica: los seres humanos tienden a abrazar el éxito sin importa su color. Sin saberlo, son devotos de Deng Xiaoping, el padre de las reformas capitalistas en China: “No importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones”.

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Cuando el modelo entró en crisis de la mano de De la Rúa, el amor por las reformas de mercado se fue por la alcantarilla, y la mayoría pidió que vuelva el Estado a poner las cosas en su lugar. Ahí aparecieron los Kirchner con otra filosofía, que enamoró hasta que esa alternativa mostró su agotamiento hacia 2012-2013.

Gana Macri y algunos supusieron que eso era un regreso a los ´90, cuando en realidad era bajar un cambio del exceso de presencia estatal. La impericia económica del expresidente hizo que la experiencia fracasara y regresara por sus fueros la demanda de moderación, inclinada hacia el centro izquierda. Alberto y Cristina no lo entendieron acabadamente –pandemia mediante- y volcaron el auto hacia un extremo indeseable.

Al tomar nota de tres fracasos presidenciales seguidos (CFK segunda parte, Macri y Alberto), una parte –que dista aún de ser la mayoría- ahora va en busca de algo nuevo, revolucionario, disruptivo, que transmita una esperanza basada en unas propuestas polémicas. Pero no está santificando un tipo de solución con base ideológica, sino que está esperando resultados concretos a través de la fe en un personaje que se autodefine como bilardista: está todo dicho, se busca algo que funcione, sea como sea.

Pues, hace unos 10 años que la Argentina está buscando un centro moderado que creyó encontrar de a ratos –Massa y la ancha avenida del medio, Macri descafeinado, Alberto rebajando los excesos de Cristina- pero a poco de andar se dio cuenta que no era la dosis exacta que estaba buscando. Como reacción a eso y con la ayuda de una crisis económica que actúa de gran catalizador, aparece exitosamente por ahora en la oferta algo que rompe con la moderación, un “basta de lo conocido”, señal de que algo se quebró.

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Hasta acá Milei es la primera minoría en una primaria a la cual fue a votar menos gente que nunca. Uno podría decir también que el 70% no quiso sus propuestas y estilo extremo. Como contrargumento alguien diría legítimamente: “Si usted suma a Milei con Bulllrich llega al 47%, o sea casi la mitad, sin contar lo de Larreta, porque sería el 58%”. También es verdad. Porque hay varias verdades que coexisten y no nos hacen fáciles los análisis.

En este marco, ¿Macri puede darse por ganador de la batalla cultural, en función de que la mayoría abrace ahora sí un gran reformismo de mercado, cosa para la que no estaba madura en 2015? Primero, esperemos a ver el final de la película, porque el que ríe último, ríe mejor. Segundo, “no confundamos gordura con hinchazón”, es decir, en los grupos focales hay más desesperación que convicción. Tercero, es cierto que la desesperación puede desembocar en darle la oportunidad al cambio cultural tan mentado. Pregunta sin respuesta clara por el momento.

A favor del expresidente debe decirse que hay un ajustazo cotidiano en varios rubros –tarifas de servicios públicos, boletos de colectivo- sin movilizaciones, ni cacerolazos, ni banderazos, ni nada. Realismo no falta, aunque a veces sea mágico.

En síntesis: gane quien gane, el electorado ya dio señales de que el repertorio tradicional no da para más. Sea Milei, Massa o Bullrich tendrá que ser muy de derecha por un rato, sea por obligación o convencimiento, y la sociedad, un poco a regañadientes, los va a comprender.

(*) Consultor político y titular de Carlos Fara & Asociados

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