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Una empresa argentina a la que nadie le pisa el poncho y triunfa en el mundo
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Una empresa argentina a la que nadie le pisa el poncho y triunfa en el mundo

Por Félix Orode

Posiblemente Ramón Baigorria y Graciela Carrasco jamás se hubieran imaginado el aluvión de encargos y llamados de periodistas que cayó sobre ellos en los últimos días. Los dueños de la marca de ponchos artesanales Rua Chaky hoy no dan abasto. El desborde de trabajo fue inevitable luego de que se hiciera viral un video del futbolista campeón del mundo y jugador del Manchester United, Lisandro Martinez, en el que bailaba alegremente usando uno de sus ponchos con los colores de la bandera argentina.

Inmediatamente todo el mundo comentó la publicación preguntando de dónde había salido esa pieza, que había sido obsequiada a Martínez por parte del diseñador argentino Marcelo Burlón, el mismo que filmó el video viral. “Con este diseñador estamos en tratativas, porque quiere hacerle el regalo a todos los jugadores de la Selección. Tendremos que hacerlo como una marca registrada de nuestro pueblo. Belén se conoce como ‘la cuna del poncho’”, revela Ramón.

Lo que cuenta Ramón sobre Belén no es una exageración. Se trata de un pueblo de Catamarca en donde los ponchos hechos a mano son una pieza clave en la cultura local.

“Antiguamente no había casa en el pueblo donde no hubiera uno, dos o tres telares. Trabajaba toda la familia, era un trabajo comunitario donde trabajan abuela, madre, hermanos. Era el principal ingreso de la economía del pueblo y un oficio que se transmitía de generación en generación”, dice.

Los Baigorria son la quinta generación de tejedores, y llevan aproximadamente treinta años en el rubro. Y es que aprendieron el oficio desde niños, viendo a sus padres hacer dicha tarea. “Teníamos un conocimiento dormido, nunca pensamos dedicarnos a esto”, señala Baigorria. Y es que la historia de Rua Chaky tendría, antes de su nacimiento, varios puntos de giro.

“Graciela y yo terminamos los estudios secundarios y fuimos a Buenos Aires a estudiar, pero desgraciadamente no pudimos continuar los estudios porque teníamos que trabajar ambos. Entonces decidimos aprender un oficio. Y tuve la suerte de conocer a una familia que hacía el trabajo de calzado, y empecé de a poco a aprender sentado en un taller. A partir de ahí pude ahorrar hasta tener un taller propio. Empezamos a hacer terminaciones en una fábrica y a finales del ’88 volvimos a nuestro pueblo con un negocio de venta de calzado”.

Hasta el año 1993 Ramón y Graciela se dedicaron al calzado. Pero la política de importación del entonces gobierno menemista les complicó mucho el trabajo, así que decidieron echar mano del oficio que habían aprendido desde niños: dedicarse a tejer ponchos. Con el tiempo llegaron las oportunidades.

La familia Baigorria son la quinta generación confeccionando ponchos en Catamarca

“Tuvimos la suerte de integrar un programa de Desarrollo Social de la Nación que se llamaba ‘emprendedores de nuestra tierra’. Ese programa nos dio visibilidad en la capital. Después de eso vinieron viajes a Europa y durante varios años presentamos nuestras colecciones en la Fashion Week. A raíz de esa visibilidad tuvimos varios desfiles en la apertura de la temporada de invierno en Bariloche. Ese mismo programa después nos invitó a participar con nuestras colecciones a varias ferias por el mundo. Milán, España, Inglaterra, Miami, París; yo personalmente pude viajar ahí por primera vez”, recuerda el artesano.

A través de ese mismo programa es que Rua Chaki pudo participar de los festejos del Bicentenario de la Nación, en 2010. Y en ese momento, hace 13 años, fue cuando nació el diseño del poncho que se hizo viral: al mismo tiempo que el país celebraba los 200 años de independencia.

Pero a los Baigorria les siguieron pasando cosas increíbles. En 2015, un poncho de Rua Chaky llegó a manos de una personalidad algo conocida: nada menos que el Papa Francisco. “Nos convocan desde el gobierno de ese momento, nos piden tres prendas, las mandamos a Buenos Aires, de esos tres eligieron una y ese fue el regalo al Santo Padre, que también fue un momento muy agradable para nosotros”, recuerda Ramón.

Con el tiempo, Rua Chaki se fue aggiornando cada vez más a la necesidad del consumidor. Según cuenta Ramón, la marca se fue modernizando y adquiriendo una perspectiva más urbana, siempre en búsqueda de seguir innovando. Pero de pronto llegó la pandemia, con su inherente cese del turismo, una de las grandes fuentes de ingresos de Rua Chaki. “Nos castigó mucho. Nosotros tenemos un local en Belén donde mostramos los procesos de las prendas. En la pandemia las ventas se nos cayeron, podíamos solo vender algo por internet e hicimos un buen stock durante dos años”, detalla.

Luego de la crisis sanitaria, el turismo se había volcado hacia adentro del país, lo que permitió reflotar la situación. Tiempo después, por medio de una empresa que comercializa los ponchos de Rua Chaky en Estados Unidos y en Europa, este poncho llegó a Marcelo Burlón, que está radicado en España. Él fue quien se lo dio a Lisandro Martinez.

En los procesos de producción, en Rua Chaki trabaja toda la familia Baigorria -cinco miembros en total -, y usan tres telares. Primero les llega el vellón de lana, y a partir de ahí entran en un proceso de selección, separación y limpieza. Después se hace el hilado de forma manual o en una pequeña rueca. Una vez hecho este paso sigue teñir, para lo cual Rua Chaky usa tintes naturales, utilizando verduras, infusiones como el té, la yerba mate, la piel de la cebolla morada o común, la remolacha, las flores, algún parásito como cochinilla, la hoja o el pelón de nogal.

Y después hacemos el trabajo del telar, el mismo tipo de telar que usaba la madre de Sarmiento, Doña Paula Albarracín”; detalla Baigorria. Finalmente, las terminaciones son realizadas de forma manual por Agustina y Daniela, las hijas de Ramón y Graciela.

“Hoy por hoy no podemos tomar ningún pedido, nos colmó la capacidad de producción. Trataremos de intentar buscar ampliarnos para producir una cantidad mayor, aunque relativamente. Esto es efervescente, por ahí dura una semana, quince días, o un mes. Y además es un producto estacionario, trabajamos durante el invierno y en verano decae, por razones obvias”, explica Baigorria. Quizás toda la Scaloneta termine usando sus ponchos patrios en breve.

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