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No hay plan B: la humanidad (por ahora) puede salvarse de la extinción
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No hay plan B: la humanidad (por ahora) puede salvarse de la extinción

Por Lana Montalban

El reciente tornado en Miramar, Argentina, y la noticia de hoy que anuncia que el Mar Argentino tuvo su temperatura más alta en 10 años me impulsaron a escribir esta columna para destacar cómo los gobiernos de todo el planeta, salvo pocas y honrosas excepciones, están preocupados por ostentar el poder, meter a sus familias en sus juegos de poder y otras macabras menudencias, mientras que las poderosas corporaciones internacionales, en muchos casos los verdaderos titiriteros del poder, parecen estar preocupadas porque sus mandamases y asociados puedan comprar el último modelo de jet privado. Bailan y cantan felices al ritmo de la orquesta del Titanic.

Crecí en un hogar donde desde niña hablábamos de muchos temas que tomaron décadas en estar en el ojo público y la moda mediática, como la ecología, el cambio climático y los derechos de los animales. Quizás sea por eso que no puedo salir de mi asombro cuando la evidencia me parece tan obvia, y veo que el mundo juega al gallito ciego.

No será el planeta el que sufra. Él se adapta y renace con cada cambio, incluso ante aquellos que nosotros llamamos “catastróficos”.

El desastre del accidente de Chernóbil en 1986, cuando cuatro reactores nucleares explotaron, es una muestra fehaciente. El lugar ya no es apto para la vida humana. Pero el resto de la naturaleza ha tomado posesión y es un lugar floreciente de vida… algo modificada por la radiación. Está clarísimo -al menos para mí- que el planeta se las arreglará muy bien sin nosotros. De hecho, mucho mejor que con nosotros.

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Cada vez que el «hombre» descubre un lugar paradisíaco, inmediatamente lo cambia, lo transforma, lo arruina. Los ejemplos abundan. Le construye casas y edificios, cubre su tierra con cemento, roba sus recursos acuíferos, contamina ríos y mares, corta árboles, mata a los animales nativos hasta que el lugar se convierte en irreconocible. Es ahí cuando sale corriendo a encontrar un nuevo paraíso que arruinar. Obviamente, cada vez quedan menos.

Todas las nimiedades por las que nos preocupamos a diario, dentro de un tiempo muy corto, en relación a lo que dura una vida humana promedio, carecerán de importancia.

Desde los gremialistas y políticos corruptos, las guerras tan violentas como inútiles, la lucha de clases o de religiones, hasta cómo pagar nuestra hipoteca o a qué escuela mandar a nuestros niños o de qué forma llegaremos económicamente a nuestra vejez serán detalles olvidables en una lucha por la supervivencia diaria de una especia que, francamente, está en extinción. A pesar de la soberbia que aqueja a nuestra especie, siempre atribuyéndose una inteligencia superior, con respecto al resto de los seres vivos, ésta no le alcanza para ver lo que tiene frente a sus ojos.

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Veamos algunos ejemplos solamente del año 2023, para mostrar que los eventos climáticos catastróficos ya no son la excepción sino la regla.

Todos ellos han roto récords:
• Ciclón en el este de África
• Incendios forestales en Argentina (Córdoba), Chile y Canadá
• Tormentas heladas en EEUU
• Peores inundaciones en décadas en Somalia y Ghana
• El derretimiento de un glaciar causa inundaciones catastróficas en India
• Calculan que más de 10.000 personas mueren por inundaciones que destruyeron represas en Libia.
• La tormenta Ciaran azota a Europa
• Huracán Otis destruye Acapulco
• Deslizamientos de tierra en Camerún
• Cientos de millones de habitantes soportan olas mortales de calor en Europa, Asia y Norteamérica.

Y la enorme lista sigue con tormentas tropicales, tornados, terremotos, sequías, incendios, tifones y otras maravillas destructivas. ¿Y nosotros? Bien, gracias. Bailando en la cubierta del Titanic.

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Según Stephanie Herring, una científica de NOAA, la administración Nacional Oceanográfica y Atmosférica de los EEUU, las investigaciones demuestran que todos estos eventos no sólo serán lo normal en un futuro cercano, sino que aumentarán en frecuencia y potencia. Para empeorar el panorama, el fenómeno conocido como «El Niño» ha regresado, aumentando las temperaturas del Océano Pacifico con todo lo que ello implica: muerte de fauna marítima, inundaciones de poblaciones costeras, incremento de microorganismos mortales para animales y humanos, etc.

Si creemos que elevando casas, construyendo muros de contención o creando drenajes más grandes lograremos frenar el avance de los océanos hacia las tierras habitadas, es que no hemos aprendido nada.

Es la obligación de cada habitante de este planeta, no sólo exigir a sus gobernantes una acción inmediata (no «promesas» para 2030), sino informarse y tratar cada uno, desde su lugar, de ayudar de todas las formas posibles. La realidad es que son las corporaciones que nos piden que reciclemos las que tienen que dejar de producir contaminantes. Son las grandes culpables de nuestros males, con la anuencia de los gobernantes y organizaciones mundiales «supuestamente encargadas de cuidarnos».

No hay futuro sin agua

Nosotros podemos ayudar plantando árboles, usando menos el auto o el aire acondicionado, creando huertas en las casas, consumiendo menos carne, utilizando el plástico lo menos posible, ahorrando agua y miles de medidas más de fácil aplicación. Hoy. La educación es prioritaria.

Hemos destruido nuestro planeta, nuestro único hogar. No hay plan B. Lo peor de todo es que en vez de tener un plan de acción urgente, a nivel planetario, seguimos jugando al gallito ciego. O a los tres monitos que nada dicen, nada ven, nada escuchan.

Es un sólo planeta, que los humanos laboriosamente dividimos en continentes, países, provincias y demás territorios. Es un sólo mar que nosotros nos empeñamos en bautizar con decenas de nombres: océanos, mares, etc. Es, como decía Carl Sagan, un pálido punto azul perdido en un universo infinito.

La cantidad de agua que existía cuando fue creado este planeta, es exactamente la misma; la misma cantidad de moléculas de hidrógeno y oxígeno que existen hoy. Son lo que forman la mayoría de cada organismo, incluyéndonos a nosotros. No hay forma de importar agua de otra parte.

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Sin embargo, nos seguimos afeitando con el grifo abierto, lavando autos y aceras con agua potable. Como si fuese renovable y eterna. Sufrimos de una fatal falta de conciencia. Lamentablemente, es fatal para nosotros mismos.

No sé si existe una forma de frenar y menos aún de revertir lo que le hemos hecho a este bellísimo lugar que, con tanta generosidad, nos albergó todos estos años de existencia humana. De lo que sí tengo seguridad, es que de la forma que vamos y con lo que hacemos (o dejamos de hacer) el futuro no es incierto. Es trágico.

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