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¿Dónde está el poder en Argentina?
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¿Dónde está el poder en Argentina?

Hay una pregunta que con sólo ser formulada refleja la fragilidad política del Gobierno: ¿Dónde está el poder?

El ascenso de Sergio Massa en medio de una crisis que desde el propio oficialismo describen al borde del helicóptero, fue la ortopedia para un gobierno fracturado y bloqueado por su propia interna. Pero el fracaso de Massa en su principal objetivo, que era una provisoria estabilidad a la espera de bajar algo la inflación, lo dejó sin crédito. Al ministro no le queda ni el placebo de las expectativas, y encima se suman datos sombríos, como la incipiente recesión, caída del PBI, una inflación indomable que difícilmente baje del 6%, la millonada en dólares de pérdidas por la sequía, y los coletazos de una nueva crisis internacional.

Si el poder no tiene ya tampoco un vértice en Massa, ni en un presidente solo y desvariado como lo es Alberto Fernández, ni en una Cristina Kirchner atrapada en las contradicciones de su propio relato, ¿dónde está el poder?

Los resortes de la gobernabilidad que se asientan en la gestión muestran un tablero con señales de alarma. El gobierno no sólo no tuvo respuesta para los principales problemas, sino que los empeoró.

La derrota en la sobreactuada guerra contra la inflación tiene además otras implicancias: se rompen pactos implícitos sobre precios y salarios. El agravamiento de la inseguridad, pone en jaque además la noción de autoridad y la falta de orden suma a la percepción de vacío de poder.

En un vacío, creado por ellos mismos, parece girar el gobierno, que a falta de poder ofrecer futuro sólo chapotea en una miserable supervivencia en medio de una trama de traiciones y deserciones. Quizás sólo los aglutina evitar un estallido social para llegar al menos a las elecciones. Pero ni siquiera eso se pueden garantizar entre ellos en medio de zancadillas y cortocircuitos entre la Nación y la provincia de Buenos Aires.

La reciente tensión por las fuerzas federales enviadas en forma inconsulta al conurbano por parte del gobierno nacional, deja al descubierto una sospecha inquietante: ¿teme la Casa Rosada ser desestabilizada desde la provincia en la fase final del gobierno? ¿La mención del helicóptero de Ferraresi fue también una advertencia? Hay palabras de las que no se vuelve. En su degradación el gobierno se vuelve contra sí mismo, con los modos más destituyentes.

¿Cuáles son en este contexto, los últimos pilares de la flaca estabilidad? Cascoteado como está, el acuerdo con el Fondo es la última ancla económica, aunque La Cámpora, simule que lo asedia.

También el equilibrio de fuerzas en el Congreso, que impide iniciativas alocadas o el avance del desquicio institucional que implica el juicio contra la Corte. El instinto de preservación de los gobernadores funciona como un dique a los dislates del poder central. Y una oposición competitiva que se prepara para el relevo, aunque no exenta de discordias ni de incertidumbre. Que la justicia no haya cedido a la extorsión de Cristina y continúe con las causas que la involucran es otra fortaleza institucional, aunque siguen pendientes demoradas resoluciones sobre casos delicados como Hotesur y Los Sauces.

Pero los problemas son tan grandes y tan urgentes, que lo más probable es que el próximo gobierno, no tenga una luna de miel de 100 días sino de 10 minutos, y con la banda puesta el nuevo presidente o presidenta deba generar un shock de confianza y una contundente noción de rumbo.

Rumbo es lo que hoy no tiene la Argentina empantanada por el cuarto gobierno kirchnerista. En la desesperación por el desbande, ¿pueden ser ellos mismos artífices de la agitación social? En medio de esta anemia el oficialismo busca candidato entre los políticos con peor imagen del país, es decir, en los carritos del tren fantasma.

Algunos aún esperan que Cristina saque algún otro conejo o coneja de la galera, y por momentos parecen no advertir que más que conejo, el país está corriendo la liebre.

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