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El serrucho de Milei
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El serrucho de Milei

Por Silvia Ons (*)

Para un proceso electoral que fue calificado como delirante por los analistas políticos, qué mejor que una profesional del psicoanálisis para iluminar la letra chica de la decisión disruptiva del electorado. Intereses paradojales, fantasmas del liderazgo y el salto al vacío social como una forma desesperada de recuperar la perspectiva de futuro y cambio.

Miller y Laurent caracterizaron a esta época como la del momento del “otro que no existe”, época signada por la crisis de lo real. Definieron a esa inexistencia como la de una sociedad marcada por la irrealidad de ser sólo un simulacro. Asistimos a un proceso de desmaterialización creciente de lo real, en la que los discursos, lejos de estar articulados con el mismo, se separan de su cuerpo para proliferar deshabitados. Cuando advertimos que las palabras no tienen contenido, nos estamos refiriendo a este proceso.

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La sospecha de que existe un abismo infranqueable entre lo que se dice y lo que se hace, gobierna nuestra mirada frente a los otros. Lo real de la cosa se escabulle de tal manera que las palabras van por otro carril, pierden su estatuto de valor, para devenir meras apariencias. Tal desvinculación parece ser el signo de nuestro tiempo y ello puede aplicarse a la clase política, en gran parte responsable del triunfo de Milei el 19 de noviembre.

Hay una crisis en el sistema de representatividad; la configuración política está fragmentada y, si no hubo rebelión social como en 1989 y 2001, ello no solo se debió a que las políticas asistenciales cumplieron un rol de contención social eficaz, sino también a un desánimo generalizado de pasiones tristes. Un país apagado, desesperanzado, es aquel en el que surge Milei como quien acoge esa violencia melancólica, como quien hace despertar los aspectos más pulsionales allí donde fallan las respuestas a nivel político.

Lacan señala el efecto de la imagen en muchos líderes totalitarios que tanto más se imponen cuando recrudecen los vacíos.

El rostro de Milei arrebatado, su pelo irreverente y desprolijo, su perfil desatinado, su gestualidad políticamente incorrecta, su mirada celeste evocadora de pureza, su llamado a una libertad ilimitada, ha dado expresión a una multitud de jóvenes y pobres con la promesa de un futuro.

No impacta el apoyo del PRO, tan cercano a las políticas liberales del libertario, sino la cantidad de jóvenes y de pobres que no advirtieron que tal elección perjudicará a sus intereses. No fue solo una orientación partidaria quien votó a Milei, sino además la de aquellos guiados por el serrucho, como pulsión desembozada que emerge ante el vacío de la representación.

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Tras su triunfo escuchaba el grito de “que se vayan todos” y “libertad”, como si lo que viene no fuese una casta, como si el mercado no fuese lo que más puede esclavizar al hombre.

Freud se refiere a las identificaciones horizontales entre los sujetos mantenidas por un ideal común. En la masa desaparecen las adquisiciones de los individuos y, por lo tanto, su peculiaridad, lo heterogéneo se hunde en lo homogéneo, por el hecho del número el individuo adquiere un sentimiento de potencia invencible que le permite entregarse a pulsiones que, de estar solo, hubiese sujetado, esfumándose así el sentimiento de responsabilidad; el contagio y la sugestión se unen con la merma de rendimiento intelectual experimentada a raíz de la fusión con la multitud.

Pero hay masas y masas. Las organizadas son aquellas que perviven por haber procurado a las masas aquellas propiedades que eran características del individuo y que se le borraron por la formación de tales multitudes. En definitiva: hay masas y masas; la de los muchos que siguen a Milei es la orientada por la motosierra y solo podrá pervivir si representa otros intereses. Y me refiero a los del sector de los jóvenes, los pobres y los desesperanzados.

(*) Psicoanalista, miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis

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