Leyendo:
Un país atropellado: del “colectivo” al “ómnibus”
Artículo Completo 8 minutos de lectura

Un país atropellado: del “colectivo” al “ómnibus”

Por Silvio Santamarina

Ya pasó la sorpresa, grata o ingrata según los gustos, del triunfo electoral de Milei. También pasó el impacto de su plan de shock total, corporizado en un paquetazo de reformas multidisciplinarias, que se parece mucho a un intento de reforma constitucional fulminante, como la que se ha planteado en algunos países, por ejemplo Chile. Aunque se trata de un signo de los tiempos que recorre el planeta, la fantasía de arrancar todos los males de un tirón asume en la Argentina un formato peculiar. Como siempre.

Más que ponerse al frente de una sociedad en estado deliberativo, los últimos liderazgos locales optaron por lo opuesto: llevarse el país por delante, convirtiendo al Estado en un vehículo aplastante, dispuesto a “ir por todo”. Si durante el kirchnerismo el poder público se autopercibió como un colectivo de colectivos (identitarios, gremiales, sociales), en la era Milei el ideario libertario se presentó en sociedad como un ómnibus normativo, acelerado al máximo para transformar de raíz la matriz económica, judicial y hasta moral del país. En ambos casos, aplaudidos y legitimados por mayorías, los bólidos empoderados atropellaron a la Argentina, con la misión de “ponerla de pie”. Pavada de paradoja.

“Presidente Duchamp”: Javier Milei y la incorrección política al poder

Pero una cosa es la planificación, y muy otra, la estrategia. En las más influyentes escuelas de management enseñan que un plan lo tiene cualquiera, solo se trata de ordenar en un Excel un conjunto de medidas que se quiera implementar, e incluso el modo de ponerlas en marcha. Lo que no es tan simple ni tan común es diseñar una estrategia robusta, que consiste en anticipar en detalle una larga secuencia de escenarios sucesivos y/o alternativos, que no solo incluyan las movidas propias, sino también las de los afectados, sean amigos dañados o enemigos oportunistas. Especialmente, se trata de armar mentalmente un camino lleno de obstáculos, y tomarlos muy en serio, no para moderar la ambición, sino para prever cómo utilizarlos a favor, para darse impulso, o al menos cómo esquivarlos sin perder el rumbo.

Parece que, en la política nacional contemporánea, la mirada estratégica no abunda, aunque el Estado esté lleno de estrategas ocupando despachos oficiales. Así fue como la era K se volvió un interminable lamento de sus simpatizantes por tantos intentos fallidos de hacer la revolución de “los pibes para la liberación”. Y así empieza a enrarecerse el clima de euforia característico de los autopercibidos liberalísimos, a medida que el calendario les va demostrando que la realidad existe, y no es comunista, ni socialista, ni siquiera peronista, pero tampoco es del todo liberal.

Lo real de la política y la economía es difícil de definir, es verdad; pero puede reconocerse como ese viento en contra que erosiona el ómnibus legislativo con que Milei pensaba llevarse puesto, de una acelerada, al país inventado por “la casta”. Ahora empieza el gobierno de verdad, subido al relato de una libertad que tal vez avanza, pero a bordo de un ómnibus algo desvencijado, flojo de chasis, motor y papeles, que no pasaría el test de la abolida VTV.

PONER SEGUNDA

¿Qué sentido tuvo armar un inmanejable bulto de medidas y normativas profundas, para arrojarlo sobre la sociedad y el sistema político como una molotov gigantesca? Antes de caer en la tentación de repetir los clichés de psicología al paso que ya se han instalado para interpretar al Presidente, mejor empecemos por repasar brevemente los efectos de esa bomba neutrónica que, al final, no detonó.

En principio, podríamos reconocer el viejo truco de empezar pidiendo todo, y a cara de perro, para finalmente negociar, ir bajando los decibeles y las pretensiones, hasta lograr la base mínima de lo pretendido inicialmente. Algo así se decía que era el método favorito de un tal Néstor Kirchner.

Milei lanzó la bomba y estalló el verano

Pero, a la luz de todo lo que se ha cedido al cierre de esta edición gráfica, quedan dudas si al cabo del proceso de negociación, quedará en manos del Gobierno la caja de herramientas básica para llevar adelante el cambio prometido, en tiempo y forma, y sin derrapar en el intento. Mucho más si tenemos en cuenta la variedad y heterogeneidad de las normativas involucradas en el paquetazo original, de las cuales ya no se sabe si el oficialismo considera conseguida las fundamentales, o si solo se está quedando con la victoria pírrica de obtener aprobación para un montón de acciones que, en su conjunto, no le dan ni poder extraordinario a Milei, ni le allanan el camino en el laberinto de la burocracia loteada del Estado Benefactor que solo beneficia en serio a los beneficiados de siempre. Misterio.

Salvo que los objetivos reales de esta forma de desembarcar en la Casa Rosada hayan sido otros. Más allá de los instrumentos legales y administrativos que perseguía el ómnibus de Milei, su efecto fue lanzar un testeo súbito de quiénes estaban con el flamante oficialismo y quiénes no.

Por ahora, la cosa no ha quedado nada clara, e incluso ha provocado varias grietas internas y filtraciones que le meten estrés al aparato de poder que intenta articular el Presidente y su entorno íntimo. Hasta el momento, dos cosas quedan claras: el panoficialismo está plagado de aliados muy cautelosos en su apoyo a la causa; la hermandad de los Milei tiene pocas pulgas a la hora de lanzar purgas súbitas (valgan las metáforas caninas) entre sus cachorros.

Salió Newsweek Argentina de febrero: quiénes son y cómo piensan «Las Jefas», las mujeres lideran el matriarcado de Milei

El otro efecto derivado del lanzamiento de la megabomba es su apariencia plebiscitaria, que acaso prepara el terreno para un plebiscito propiamente dicho, ya anunciado como amenaza desde Olivos. Aquí aparece el delicado tema de “el pueblo”, o si se prefiere “la gente”. Los sondeos de opinión marcan, como podía esperarse, una baja en la aprobación de la figura de Milei, lo cual resulta lógico en un contexto de ajuste. Por eso se impone un plan de acción comunicacional mucho más sólido y coherente de lo que hasta ahora ha mostrado el Gobierno. Milei sabe, por eso habló varias veces de un plebiscito, que la gasolina necesaria para que no se detenga totalmente su ómnibus podría venir de la opinión pública sobre los “poderes fácticos” que se defienden y/o tratan de condicionar al gobierno de turno. Hay una coincidencia insólita con un nuevo interlocutor conflictivo de Milei: Petro, el presidente colombiano. Al cumplir su primer año de mandato, Petro salió a convocar en los medios al “pueblo” que lo había votado, para que renueve en las calles sus votos de confianza a la presunta revolución pacífica que lo había instalado en la casa de gobierno pero no todavía en el poder real. A izquierda y derecha, de eso se trata el fraseo populista que recorre el mundo como un fantasma: aunque el pueblo no delibera ni gobierna, según reza el constitucionalismo democrático liberal, no obstante sí es invitado a deliberar -al menos en Instagram y X, y si es posible en las calles- para sostener la popularidad de los líderes que se van desgastando a medida que “el cambio” no sucede.

Con pueblo o sin pueblo, Milei va a tener que reinventarse pronto, cambiar de piel y poner en acción una nueva versión de su personaje, sin distraerse con los pasilleos de palacio ni con la hoguera de vanidades de las giras internacionales.

Acá abajo, en la realidad argenta, lo esperan sus socios de riesgo, como el macrismo que no baja las banderas, cabildeando en Cumelén en torno a una refundación del PRO, y cambiando figuritas con Victoria Villarruel, por si el propio gobierno libertario precisara una refundación de emergencia en un par de meses. Está de moda pronosticar que, en menos de un trimestre, Milei se enfrentará al punto límite de su gobernabilidad.

Fuerte caída de la imagen de Milei: la desaprobación llega a casi un 54%

Si no fuera suficiente con el fuego amigo, también lo espera la oposición abierta y declarada, que ya le plantó un paro general veraniego. De todos modos, esa clase de jugadas de la CGT parecen beneficiar al Presidente, porque actúan como un recordatorio de lo que viene cada vez que fracasa una gestión no peronista.

Casualmente, era Perón el que decía, en serio y en broma, que el secreto no era tanto ser bueno, sino que los otros fueran peores. En esa módica baldosa se mueve hoy la dirigencia argentina.

Ingresa las palabras claves y pulsa enter.