Tras semanas de clausura judicial, la feria La Salada, ubicada en el conurbano bonaerense, recibió autorización para su reapertura bajo una serie de estrictas condiciones impuestas por la Justicia federal. El juez Luis Armella levantó la clausura que afectaba a los tres predios principales del complejo —Punta Mogote, Urkupiña y Cooperativa Ocean— y ordenó una batería de medidas destinadas a regularizar la actividad comercial en este gigantesco mercado informal, considerado el mayor de América Latina.
La decisión judicial no implica un regreso inmediato a la actividad habitual. Por el contrario, la reapertura será progresiva y estará condicionada al cumplimiento de requisitos como la formalización laboral de los trabajadores, la prohibición de venta de productos falsificados y la implementación de mecanismos de recaudación bancarizados que limiten el uso de efectivo, uno de los grandes desafíos para transparentar la economía que circula en La Salada.
Además, cada puesto deberá contar con un contrato de locación registrado, identificar a sus responsables y presentar informes contables mensuales ante el juzgado y la fiscalía. Para garantizar que estas normas se cumplan, se designará una intervención con peritos especializados, que tendrán la tarea de monitorear el funcionamiento del predio.
La feria había sido clausurada a raíz de un megaoperativo que incluyó más de 60 allanamientos y culminó con 16 personas detenidas, acusadas de delitos graves como lavado de dinero, contrabando y evasión fiscal. Entre los involucrados figura Jorge Castillo, conocido mediáticamente como “el rey de La Salada”, quien permanece detenido por su presunto rol en una red de manejos irregulares dentro del complejo ferial.
Aunque todavía no hay fecha oficial para la reapertura, se estima que podría concretarse en los próximos días si se completan los requisitos judiciales. Mientras tanto, los alrededores del predio siguen bajo estricto control policial, un reflejo del peso económico y político que representa este mercado para el país.
Ubicada en Lomas de Zamora, a unos 15 kilómetros del centro de Buenos Aires, La Salada es mucho más que una feria: es un verdadero termómetro de la economía informal argentina. Por sus pasillos circulan más de 30.000 personas por día en tiempos normales, con picos de hasta 500.000 visitantes semanales. Su infraestructura ocupa más de 20 hectáreas y aloja más de 7.000 puestos de venta de ropa, calzado, accesorios y todo tipo de productos de consumo popular.
La mayoría de los artículos que se venden allí son de fabricación nacional, producidos por talleres textiles de la periferia bonaerense. Sin embargo, durante años La Salada fue señalada como epicentro del comercio de mercadería falsificada, evasión impositiva y empleo no registrado. Aun así, su existencia ha sido tolerada por distintos gobiernos, conscientes de su rol social en la economía de subsistencia.
Los precios son su gran atractivo: por menos de un tercio del valor de los productos de marca en los shoppings, los consumidores pueden acceder a indumentaria similar. Muchos pequeños comerciantes de provincias o países limítrofes compran en La Salada al por mayor para revender en sus regiones. Así, este mercado informal también opera como mayorista regional que influye en circuitos comerciales más allá de la frontera argentina.
La feria funciona principalmente de madrugada y en horarios acotados: los días de mayor movimiento suelen ser los lunes, miércoles y domingos, desde las 2 hasta las 10 de la mañana. En esos momentos, miles de personas se agolpan en los galpones en busca de oportunidades. Sin embargo, con la nueva reglamentación judicial, se espera que estos hábitos se modifiquen, al menos parcialmente, para adaptarse a una dinámica más controlada y legalizada.
Lo que ocurra en los próximos meses con La Salada será observado de cerca por todos los sectores: desde el Estado, que busca controlar una economía informal que mueve millones de pesos por semana, hasta los trabajadores y vendedores, que ven en esta feria su principal fuente de ingresos. En definitiva, la reapertura de La Salada no solo pone en juego el destino de un mercado icónico, sino también el pulso económico de una Argentina que oscila entre la informalidad y la regulación.