Los ciudadanos somos también responsables de no dejarnos engañar por los contenidos y las narrativas engañosas que hoy proliferan y que ponen en riesgo a la libertad de expresión.
Lic. Alexis Chaves (*)
Desde un punto de vista filosófico, la “información” es mucho más que un mero conjunto de datos: debería representar el enlace entre el saber y la realidad. Platón diferenciaba entre la opinión y la inteligencia, proponiendo que la información debería también fundamentarse en la reflexión y no únicamente en percepciones personales.
Los pensadores de la epistemología han discutido acerca de la esencia, preguntándose si es imparcial y universal o está determinada por la interpretación humana.
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Algunas teorías advierten que la información es un elemento esencial, similar a la materia y la energía para entender el universo. Desde este punto de vista, obtener información significa modificar nuestra percepción de la realidad.
Ahora bien, ¿qué está pasando en el presente? La desinformación no solo distorsiona la verdad, sino que además debilita los cimientos de la democracia. Sin confianza en las elecciones, las instituciones y el debate público, la manipulación se abre paso y nos enfrenta entre los ciudadanos. Se usan todo el tiempo estrategias para confundir, manipular y dividir, junto con acciones concretas hacia la gente. No debemos dejar que esto controle nuestra percepción y hagamos de la verdad, nuestra mejor defensa.
Los manipuladores pretenden jugar con nosotros y emplean contenidos llenos de emociones, causando irritación o temor, ya que resulta más atractivo que los datos objetivos y fríos. Este tipo de contenidos disminuye nuestras protecciones y nos motiva a hacer “clic”, a “reenviar” y a distribuir con nuestros contactos, compartiendo sin reflexionar.
Debemos interrogar las declaraciones que se producen en internet de la misma manera en que lo haríamos en persona. Una alternativa es tomarnos un instante, corroborar los hechos y evitar responder de manera impulsiva a los estímulos emocionales.
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Subyace claramente una polarización que empuja hacia los extremos y silencia las voces moderadas, transformando el debate en un campo de batalla donde los ciudadanos dejan de verse como aliados y comienzan a verse como adversarios. (En los casos más graves, este enfrentamiento puede derivar en conflictos -incluso familiares- que fragmentan gran parte de la sociedad).
Para frenarlo, es esencial cuestionar los discursos que solo presentan posiciones radicales y fomentar espacios donde el diálogo y la comprensión sean la norma. Mantener una mente abierta es clave para reconstruir puentes y evitar que la polarización defina nuestro pensamiento.
Suelen, además, inmiscuirnos dentro de un sinfín de datos para propender hacia la estrategia de «saturación» que implica, ni más ni menos, que “inundar” con varias interpretaciones contradictorias y narrativa que buscan instalar. El objetivo es provocar tanta desorientación que las personas se desanimen y dejen de buscar la verdad, minando la fe en los medios y en las instituciones. Para prevenirlo, tenemos que confiar en fuentes de datos verificadas y de alta calidad, priorizando la exactitud por encima de la velocidad.
En este contexto de frenesí de datos, deberemos hacernos cargo de que la mayoría de las veces nuestro hábito es confiar más en la información que fortalece nuestras propias concepciones (lo que se denomina “sesgo de confirmación”). Los que propagan la desinformación permanente lo emplean para captar la atención de públicos con creencias ya establecidas. Por eso siempre debemos poner en duda nuestros propios sesgos.
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La desinformación como fenómeno masivo y plaga de la actualidad no solo miente, también manipula el contexto. Utilizan hechos, textos, fotos, imágenes o declaraciones fidedignas, pero que, despojadas de su significado original, se distribuyen para confundir. ¡Atención! Lo que vemos puede parecer real, pero su verdadero propósito es el engaño. Puede ser una foto de archivo usada como si fuera de último momento; una frase que alguien dijo y que ahora está distorsionada; o la opinión de una sola persona que se hace pasar por la voz de una comunidad entera.
Todo esto es un tema cada vez más relevante en el mundo digital. Los intentos de silenciar voces críticas pueden tener efectos graves en la libertad de expresión.
El apoyo colectivo y la toma de conciencia pueden hacer una gran diferencia.
(*) Politólogo y analista parlamentario