Phoebe Gates, hija del cofundador de Microsoft, sorprendió a la audiencia del pódcast Call Her Daddy al lanzar, entre risas, una afirmación inesperada: “Mi papá tiene Asperger”. Aunque lo dijo con ligereza, sus palabras no pasaron desapercibidas.
La joven dejó entrever un costado poco conocido de Bill Gates, generando revuelo en redes y medios. Si bien el magnate nunca confirmó ese diagnóstico, sí reconoció sentirse distinto y reflexionó sobre ello en su autobiografía más reciente, Source Code (2025).
La mención de Phoebe trajo nuevamente al debate público el síndrome de Asperger, una condición que históricamente fue asociada a personas con alta capacidad intelectual pero dificultades en la interacción social. El National Institute of Neurological Disorders and Stroke lo describe como un trastorno del espectro autista que afecta las habilidades sociales y la flexibilidad del comportamiento, aunque quienes lo padecen suelen tener un lenguaje fluido y un fuerte enfoque en intereses particulares.
Desde 2013, el DSM-5 dejó de considerar el Asperger como una categoría diagnóstica independiente, integrándolo dentro del Trastorno del Espectro Autista (TEA). A pesar de este cambio, el término continúa usándose en conversaciones cotidianas, sobre todo cuando se habla de figuras públicas como Gates que parecen encarnar los rasgos clásicos del síndrome. Hoy, palabras como neurodivergencia abren la puerta a una mirada más inclusiva de las distintas formas de percibir y procesar el mundo.
El origen del término se remonta a Hans Asperger, un médico austríaco que a comienzos del siglo XX identificó patrones conductuales únicos en niños con habilidades cognitivas intactas. Sin embargo, el término fue oficializado recién en 1994. En su libro, Bill Gates compartió cómo en su infancia era percibido como grosero o distante sin comprender por qué, una experiencia común entre quienes no son diagnosticados sino hasta la adultez.
Aunque el Asperger no tiene cura, existen múltiples terapias que ayudan a mejorar la calidad de vida: desde el análisis conductual aplicado (ABA) hasta programas educativos personalizados. El testimonio de Phoebe Gates, lejos de ser un simple comentario casual, sirvió para visibilizar una realidad que aún arrastra estigmas. En tiempos donde los mitos siguen circulando —como la falsa relación entre autismo y vacunas—, hablar con honestidad y empatía sobre estas condiciones es más necesario que nunca.