Desde el retorno de la democracia en 1983, el peronismo tuvo una relación compleja con la Ciudad de Buenos Aires. Tradicionalmente identificado con el voto popular del conurbano bonaerense y el interior del país, el justicialismo —en sus múltiples variantes— ha enfrentado un electorado porteño más refractario, donde las clases medias urbanas, profesionales y con fuerte impronta progresista o liberal han condicionado su rendimiento en las urnas.
En especial en las elecciones legislativas locales, la performance peronista fue históricamente limitada, con escasos momentos de protagonismo.
En las décadas de 1980 y 1990, el peronismo logró representación legislativa en el Concejo Deliberante, pero sin alcanzar posiciones de poder dominante. Incluso durante los años de hegemonía nacional de Carlos Menem, los votos porteños eran esquivos para el oficialismo peronista. Recién con la reforma constitucional de 1994 y la autonomía de la Ciudad en 1996 se abrió un nuevo escenario: el surgimiento de la Legislatura porteña, un cuerpo unicameral donde las reglas de representación proporcional permitieron al peronismo mantener presencia, aunque sin liderazgos fuertes ni mayoría propia.
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El momento de mayor expectativa llegó con la irrupción del kirchnerismo. En las elecciones legislativas de 2003 y 2005, el Frente para la Victoria (FpV) intentó consolidarse en el electorado porteño, aprovechando el prestigio de figuras como Rafael Bielsa o Daniel Filmus. Sin embargo, la consolidación del macrismo como fuerza local a partir de 2007, con la creación del PRO y la figura de Mauricio Macri como jefe de Gobierno, volvió a relegar al peronismo a posiciones secundarias. En las elecciones de medio término, la tendencia se profundizó: aunque con bancas aseguradas por el sistema proporcional, los candidatos peronistas rara vez superaron el 25% de los votos.
La crisis de representación de 2008 y la polarización política que se acentuó durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner también afectaron al peronismo porteño. En muchas elecciones legislativas posteriores —como en 2009, 2013 o 2017—, los votantes de Buenos Aires privilegiaron opciones opositoras, tanto de centroizquierda (como Elisa Carrió o Martín Lousteau) como de derecha (el propio PRO). En ese escenario, el kirchnerismo quedó atrapado entre ser oficialismo nacional y minoría local, lo que limitó su capacidad de disputar el poder en el distrito.
En 2019, con la reunificación del peronismo bajo el Frente de Todos y el regreso de Alberto Fernández a la presidencia, hubo una leve mejora en los resultados legislativos porteños, pero sin traducirse en un crecimiento significativo. Candidatos como Matías Lammens lograron visibilidad, pero quedaron lejos de disputarle el liderazgo electoral a Juntos por el Cambio, que consolidó su hegemonía legislativa. En 2021, el panorama se agravó con una derrota contundente del peronismo en todo el país, que también se replicó en la Legislatura de la Ciudad.
En los comicios más recientes de 2023, el peronismo volvió a quedar relegado en territorio porteño. Aunque presentó candidatos competitivos y apeló a discursos más moderados, su lista legislativa apenas superó los dos dígitos, perdiendo peso frente a nuevas fuerzas como La Libertad Avanza, que canalizó el voto de rechazo tanto al kirchnerismo como a Juntos por el Cambio.
Con escasa representación y sin un liderazgo claro en el distrito, el peronismo continúa siendo una minoría estructural en la Legislatura porteña.
A pesar de su poder territorial nacional, el peronismo nunca pudo entrar de lleno en el electorado porteño, el cual mantiene una identidad política que privilegia fuerzas urbanas, liberales o progresistas no peronistas. A pesar de algunos picos de rendimiento, la representación legislativa de esta fuerza en la capital argentina ha sido más simbólica que efectiva.