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Entre Urquiza y Cristina, seis atentados fallidos contra presidentes argentinos en ejercicio
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Entre Urquiza y Cristina, seis atentados fallidos contra presidentes argentinos en ejercicio

Tras la Constitución de 1853, resultado de la Batalla de Caseros, Justo José de Urquiza fue elegido presidente de la Confederación Argentina en 1854. Y aunque en 1864 dejó el cargo a Santiago Derqui, siguió siendo un líder clave en la política Argentina. Pero el clima de tensión irrespirable, ya que muchas heridas quedaron de la Batalla de Cepeda, que forzó la integración de Buenos Aires a la Confederación, y luego la Batalla de Pavón, de la que Urquiza se retiró a pesar de tener la ventaja, dejando el triunfo a Mitre.

La situación se agudizó con la Guerra del Paraguay, a la que Urquiza se sumó en contra de todos sus aliados y lugartenientes entrerrianos. En 1868, se presentó como candidato presidencial, pero perdió ante el liberal Domingo Faustino Sarmiento. Mientras su imagen y su poder caían, el 11 de abril de 1870, un grupo de sicarios comandados por su principal general Ricardo López Jordán entró en su residencia, el Palacio San José, y lo asesinó, inaugurando así una larga historia de magnicidios e intentos de magnicidios en Argentina.

Afortunadamente, todos ellos fracasaron. A continuación, un breve repaso de los seis ataques contra los presidentes constitucionales argentinos, que casi terminan con sus vidas. Está claro que Cristina Fernández de Kirchner no es la presidenta, sino la vicepresidenta, pero también lo está que se trata de la principal figura política del Gobierno y del país.

Para contarlo, vale citar un pormenorizado compendio de los casos y las causas judiciales realizado por el historiador Osvaldo Sidoli para la publicación “Buenos Aires Historia”.

SARMIENTO Y EL TIRO QUE NO FUE
El primer atentado contra un presidente después del asesinato de Urquiza llegó temprano. Mientras ejercía la presidencia y reprimía la revolución de López Jordán para mantener la unión de la Confederación, Sarmiento mantenía un romance con Aurelia Vélez Sarsfield, hija de su amigo Dalmacio.

El 23 de agosto de 1973, ya casi en la previa de las elecciones, iba a visitarla en su carruaje tirado por dos caballos (vivían en el terreno del actual Hospital Italiano). Al pasar por la esquina de las actuales Maipú y Corrientes, tres sujetos se abalanzaron sobre el vehículo, y el que estaba más cerca sacó un trabuco, apuntó y gatilló. Pero la bala se trabó y el arma explotó, destrozándole la mano al atacante. Sarmiento se enteró unas cuadras más adelante.

Los atacantes fueron identificados como los hermanos Francisco y Pedro Guerri y Luis Casimir, conocido como “Eva”, todos marineros italianos recién llegados. Los había contratado Aquiles Segaburgo, alias “el Austríaco”, presuntamente vinculado a López Jordán, y luego asesinado en Uruguay al intentar un nuevo asesinato.

LA IRONÍA DEL PIEDRAZO A ROCA
El 10 de mayo de 1886, Julio Argentino Roca abrió las sesiones ordinarias del Congreso Nacional con su uniforme y la banda presidencial bañados en sangre.

“Un incidente imprevisto me priva de la satisfacción de leer mi último mensaje que como presidente dirijo al Congreso de mi país. Hace un momento, sin duda un loco, al entrar yo al Congreso, me ha herido en la frente con no sé qué arma”, afirmó ante los legisladores.

Uno hombre se había abierto paso entre la multitud con una enorme roca en la mano y lo golpeó en la frente. Le iba a dar un segundo golpe con intención de matarlo, pero su ministro de Guerra y Marina, Carlos Pellegrini, lo detuvo.

El agresor fue identificado como Ignacio Monje, un correntino de 36 años que había peleado en Paraguay y había luchado contra López Jordán. En su declaración, confesó que quiso asesinarlo “por considerarlo responsable de la situación política, que era insoportable desde hacía un año y medio, y con la intención de salvar la Patria, cuya libertad ambicionaba”.

En 1881, ya bajo el Gobierno de Pellegrini, Roca se salvó de otro ataque, esta vez con un arma de fuego. La bala pegó en la parte superior del vehículo, y resultó ileso.

TIROS CONTRA QUINTANA
Fracasada la revolución radical de 1905, el clima era sumamente caliente, y la violencia reinaba en las calles de las principales ciudades del país, no sólo por esos levantamientos, sino también por el accionar de grupos anarquistas.

El 12 de agosto de ese año, el cupé presidencial tirado por dos caballos llevaba al presidente Manuel Quintana recorría la calle Santa Fe, para doblar en las Artes (hoy Carlos Pellegrini), en un día gris y lluvioso. Al llegar a Plaza San Martín, un hombre se acercó, sacó un arma de su sobretodo y efectuó una serie de disparos a un metro y medio del coche. Falló, arrojó el arma y salió corriendo.

Fue detenido e identificado como Salvador Enrique José Planas y Virella, un catalán de 25 años, que había llegado al país hacía tres años. Al confesar, declaró que no tuvo cómplices, que militaba las ideas anarquistas y que buscaba matarlo para forzar un cambio de Gobierno, por uno como el de Batlle y Ordóñez, en Uruguay. Tenía todo planeado, y hasta renunció a su empleo unos días antes.

EL PAQUETE PARA FIGUEROA ALCORTA
No por el ataque, el 12 de marzo de 1906 falleció Quintana y asumió José Figueroa Alcorta, su vicepresidente, el un contexto cada vez en mayor ebullición. De hecho, el nuevo mandatario rompe relaciones con Roca, que tenía el control del Senado y del Partido Autonomista.

En ese marco, el 28 de febrero de 1908, Figueroa Alcorta llegaba a su casa con una amplia custodia. Días antes, su esposa había recibido una canasta con un explosivo conectado a un reloj: una de las primeras bombas de tiempo.

Cuando bajó del coche, un hombre salió del zaguán contiguo y le arrojó un paquete envuelto en papel madera que comenzó a incendiarse y a largar un humo oscuro. El presidente sólo atinó a alejarlo con el pie. Pero no explotó y el mandatario salvó su vida.

Tras ser detenido, declaró llamarse Francisco Solano Rejis, un salteño de 21 años, de profesión mozaiquista y sin antecedentes penales. Confesó que quería asesinarlo por considerarlo un tirano y el responsable del malestar obrero.

VICTORINO DE LA PLAZA SE SALVÓ POR CENTÍMETROS
En 1916, Hipólito Yrigoyen había sido electo presidente luego de años de revolución radical y tras la aprobación e implementación de Ley Sáenz Peña. Quedaban apenas tres meses para que Victorino de la Plaza le entregara la banda presidencial.

Durante el acto del 9 de julio, el mandatario salió al balcón de la Casa Rosada para ver el desfile, cuando uno de los participantes se separó del grupo, sacó un arma, apuntó al balcón y efectuó una serie de disparos. Uno de ellos pegó en una moldura, a centímetros del cuerpo del presidente.

La gente lo atrapó y lo quiso linchar: lo salvó la Policía mientras gritaba “¡Viva la anarquía!”. Su nombre era Juan Mandrini, un frentista de 24 años, quien ejecutó el acto en respuesta al fusilamiento de Lauro y Salvatto, autores del asesinato de Carlos Livington. Dijo que quiso simular un atentado para llamar la atención a modo de protesta.

YRIGOYEN, EL ÚLTIMO ANTES DE CRISTINA
Sin contar el bombardeo a Plaza de Mayo para matar a Perón, el último atentado puntual contra un presidente, antes que el de este jueves contra la vicepresidenta Cristina Kirchner, fue el que sufrió Hipólito Yrigoyen en 1919.

Fue en la Nochebuena de ese año. Bajó de su humilde casa de la calle Brasil al 1300 y, al subir al coche, un hombre se apresuró a disparar dos veces, y luego tres más, hiriendo gravemente a uno de sus acompañantes. El mandatario se salvó y la Policía y sus custodios lograron matar al atacante en el acto.

Yrigoyen quedó conmocionado y dicen que pasó un largo rato junto al cuerpo de su agresor, pensativo y en silencio. El cadáver fue identificado como Gualterio Marinelli, un italiano de 44 años, arribado al país cuatro años antes, que trabajaba en un taller mecánico dental ubicado a pocas cuadras de allí. El móvil del ataque fue blanco de innumerables conjeturas, pero finalmente fue atribuido a sectores anarquistas.

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