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Massa, el virtual primer ministro, debe demostrar que no es el “nuevo Guzmán”
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Massa, el virtual primer ministro, debe demostrar que no es el “nuevo Guzmán”

A dos días de asumir Sergio Massa, como supuesto súperministro de Economía, y cuando se decía que tenía 100 días para estabilizar la economía, una fuente de La Cámpora, deslizó por lo bajo, “con suerte tiene 50”. No se equivocó. El primer correctivo de Cristina Fernández vía Twitter llegó el día 55.

Ante el acuciante problema de la inflación, la señora metió presión a cielo abierto, y pidió políticas intervencionistas contra las empresas de alimentos y más control del Estado. Recetas de esas que nunca funcionaron, pero sobre todo recetas que contradicen los postulados de su ministro.

La lluvia de criptonita sobre el palacio de Hacienda continuó dos días después cuando Máximo Kirchner afirmó que las cerealeras habían puesto de rodillas al Gobierno.

Lo decía mientras contaba los US$ 8.000 millones frescos recién entrados gracias al mismo “dólar soja” contra el que despotricaba. En las huestes massistas sintieron el primer escalofrío de ingratitud.

Cuando en las últimas horas apareció en escena el secretario general de La Cámpora, Andrés “el Cuervo” Larroque, se completó un circuito conocido que ya terminó con el ministro de Economía anterior: el sistema de bloqueo de Cristina Fernández para ejercer ella y solo ella el poder. “El acuerdo con el Fondo está caído” dijo Larroque, mientras Sergio Massa tomaba te con Kristalina Georgieva en Washington.

Le debe haber corrido frío por la espalda, a Massa que asiste a la Asamblea del organismo, recibir semejante desautorización. La tensión sobre la voluntad de cumplir las metas que el ministro había jurado y perjurado, quedaron condicionadas públicamente desde el mismo sector, cuyo apoyo es vital para la credibilidad de su gestión económica. Por más que él lo disimule, fue la directora del Fondo quien anticipó los cortocircuitos diciendo con repentina dureza que no hay plata para aumentar el gasto y que el pueblo argentino espera que sus autoridades se tomen con seriedad la lucha contra la inflación.

La principal fortaleza de Massa no había sido el giro aparentemente ortodoxo que estaba dispuesto a darle a la economía aplicando inclusive un aumento de tarifas que a su antecesor le había sido negado a pesar de ser en dosis homeopáticas. Su principal logro había sido, en ese comienzo rutilante, el apoyo de Cristina. Que si había cuestionamientos como había pasado con el “dólar soja”, no se notara. Las dificultades para designar a su segundo en la cartera, que debió dejar su dignidad en el camino con un tuit humillante, ya habían ofrecido un indicio de las dificultades por venir. A 70 días de su gestión, ya no hay dudas: el cristinismo vuelve a confirmar la fórmula del escorpión.

Les gusta tanto el gasto, que se gastan hasta las balas de plata. Massa llegó a Economía en medio de una crisis financiera que asomaba al país una vez más al abismo y que había sido producida por la salida del ministro Martin Guzmán, generando una disparada que llevó al dólar a más de $300 y la inflación a un 100% anual.

El miedo que no es zonzo, llevó a Cristina Fernández a mostrar un cambio de 180 grados al aceptar medidas de ajuste impensadas, pero las señales recientes muestran dos cosas: que el ajuste tiene los límites que Cristina impone y que la gente, especialmente Cristina, no cambia. Massa fue el último salvavidas de la vicepresidenta, pero parece que la señora empezó a sentir que es un flota flota de plomo, o simplemente que dejó al descubierto que todo esto fue uno de tantos simulacros para reducir daños en una crisis que ella mismo produjo.

El Fondo afirma en su informe que hay un desacuerdo sobre el rumbo económico en la coalición gobernante. En realidad, no hay un desacuerdo. Lo que rige es un sistema de bloqueos orquestado por Cristina Fernández desde el día uno de este Gobierno, que es su Gobierno. Ella usó a sus dos ex jefes de gabinete para sumar la masa crítica que le permitiera volver al poder, pero nunca pensó en compartir ese poder con ellos. Sólo aceitó los mecanismos para imponerse como accionista mayoritaria de los votos y aunque en la jerarquía constitucional el presidente fuera otro.

El sistema de bloqueos de Cristina tuvo como eje condicionar la economía al modelo intervencionista que defiende a pesar de que sólo ha multiplicado pobreza. Ese modelo también es un modelo de poder. Desde su inicio, tuvo como blanco el acuerdo con el Fondo Monetario y llegó a su máxima tensión cuando su propio hijo no votó el entendimiento. Alberto Fernández necesitó de la oposición para la aprobación del acuerdo, y luego las presiones a Guzmán terminaron en lo que todos conocemos.

Las fases de presión que llevaron a su salida, hoy parecen repetirse: cuestionamientos de la propia Cristina, escaramuzas de su hijo, declaraciones desafiantes de Larroque, amenazas de Grabois y resistencias al presupuesto. No hay nada nuevo bajo el sol. El kirchnerismo no acuerda, somete o nada. A extraños y propios.

Lo que estamos viendo es el manotazo final a las cajas para el último año de gobierno y de cara a la campaña electoral. Las tensiones sobre cómo solucionar la inflación no son tales. Cristina sabe que los costos de solucionarla son demasiado altos y no llegaría a cosechar los beneficios en el tiempo que resta. Entonces ofrece los anábolicos fallidos de congelar precios y aplicar el garrote a los empresarios.

Massa que sueña con ganarse algún futuro tenía otros plazos personales, hoy sufre en carne propia lo mismo que le pasó y le pasa a Alberto Fernández: el kirchnerismo es experto en cortar las alas de sus subalternos, como todo sistema de obediencia.

La interna vuelve a poner en duda la mínima estabilidad lograda y cualquier chance de un plan más consistente. El plan de Cristina es otro: gastarse lo que quede en la billetera para asegurar el máximo poder en las elecciones y dejarle tierra arrasada al que venga. Eso ya lo hizo antes. En el fondo es muy previsible y deja a sus socios como improvisados. Massa asumió como un virtual primer ministro pero ahora debe demostrar que no es el nuevo Guzmán. Ingratitudes de la ambición y una interna sin fin que tiene a todos los argentinos en el medio. En eso sí que este Gobierno es coherente.

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