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Management Massa: el viejo truco de Buster Keaton
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Management Massa: el viejo truco de Buster Keaton

Buster Keaton, uno de los mayores comediantes de la historia del cine junto con Charles Chaplin, creó un gag perfecto para reírse de las grietas ideológicas que parten a las naciones. El chiste es que un personaje que trata de sobrevivir a la Guerra Civil norteamericana se encuentra en una encerrona, rodeado por dos ejércitos enfrentados, y ambos desconfían del fugitivo. La escena parece resolverse con la avivada de coser dos mitades de uniformes antagónicos, pegar ambas banderas entre sí, y salir del escondite mostrando, a un lado y a otro al mismo tiempo, lo que cada bando quiere ver: un aliado. El truco estaba empezando a funcionar, hasta que el viento arremolinó la bandera de doble identidad, y ambos ejércitos descubrieron el engaño del pícaro traidor a dos puntas. Y se le fueron encima.

Algo de esa situación tragicómica refleja el dilema planteado por la llamada etapa Sergio Massa del Gobierno. Amigo de todos pero fiel a ninguno, el flamante “Superministro” vuelve a prometer la cuadratura del círculo que, en su momento, llevó al Frente de Todos al éxito electoral. El oficialismo, ahora de la mano del tigrense, vuelve a experimentar con un modelo tutelado por Cristina Kirchner pero aparentemente sin sus códigos. Una conducción para todos los gustos, si acaso algo así existiera o fuera posible, más allá de los relatos propagandísticos.

En las primeras horas, como el soldado bipolar ideado por Buster Keaton, Massa pareció conformar a casi todos los sectores enfrentados. Con el enunciado general de su “plan”, que más bien fue un diagnóstico de emergencia, el ministro de Economía consiguió algo de tiempo en la opinión pública, antes de empezar a gestionar de verdad.

Pero los remolinos que sacuden al establishment, a la coalición gobernante, y a los argentinos de a pie, ya empezaron a poner en evidencia las limitaciones de la ambivalencia táctica massista. La luna de miel poliamorosa del Superministro no sobrevivió al segundo fin de semana de mandato. El “affaire Rubinstein” fue una muestra gratis del poco margen con que arranca Massa para congraciarse con los mercados sin contrariar demasiado los humores del Instituto Patria.

Para colmo, ese quiebre de armonía fugaz tuvo su contrapartida en un cimbronazo mediático, escenario clave donde el mago Sergio suele sacar conejos y palomas de su galera. Tanto las denuncias de “censura” a Viviana Canosa en el Grupo América, como los chisporroteos varios al interior de la prensa militante pan-oficialista, dejan claro que el banquete de sapos importados de Tigre puede ser una comilona de lo más indigesta para una dieta nac&pop.

Más allá de las costumbres escurridizas de Massa, sería errado señalarlo a él como la causa de la incertidumbre imparable que se chupa tantos millones de dólares diarios del reservorio financiero estatal. La discusión que no se logra asordinar cambiando periódicamente “funcionarios que no funcionan”, e incluso jubilando anticipadamente a Alberto Fernández, es el efecto disruptivo del rol de la Vicepresidenta en cualquier escenario de estabilización de la economía argentina actual.

Sería errado señalarlo a Massa como la causa de la incertidumbre imparable que se chupa tantos millones de dólares diarios del reservorio financiero estatal

Hasta los formadores de opinión K se muestran desganados para discutir si Cristina es pragmática o dogmática, o si sencillamente no tiene idea de cómo deshacer este nudo que ahoga la gobernabilidad del esquema de poder que ella misma pergeñó. No se los puede culpar, al ver que, en estas horas de angustia monetaria elemental que mantiene en alerta permanente a ricos y pobres del país, la Jefa espiritual del Gobierno tuitea fotos y datos contra los funcionarios judiciales que la acusan de corrupta en los tribunales.

Se puede entender, poniéndose en su lugar, su obsesión personal e ideológica con lo que denomina el proceso de “Lawfare” en su contra. Pero también conviene comprender a millones y millones de compatriotas (kirchneristas o no) que no conciben que, hoy por hoy, se pueda considerar como urgente otra cosa que no sea el freno a la bola de nieve inflacionaria. Para dar esa pelea está Massa, supuestamente. Pero si él fracasa, luego de la derrota de Alberto en su propia “guerra contra la inflación”, qué difícil será para Cristina y sus voceros seguir hablando de otra cosa.

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