Por Raúl Lacaze (*)
Entre los conceptos que aporta la neurociencia, acostumbro a enfatizar el que sostiene que nuestros pensamientos condicionan nuestros sentimientos y que estos sustentan nuestros comportamientos.
Según Wayne Dyer, psicólogo y escritor estadounidense, cuando cambiamos la manera en que miramos las cosas, las cosas que miramos cambian. Si lo trasladamos a nuestras relaciones personales, es clave el sesgo de nuestra mirada para definir la forma en que abordamos el trato con el otro.
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En gran parte de mi camino liderando el área de gestión de personas he escuchado muchas veces frases como: “con esta persona no se puede hablar…”. En esos casos, habitualmente, me preguntaba “¿será que no ‘se’ puede o que ‘la persona’ no puede?”. Sin embargo, en varias ocasiones, esa persona con la que “no se podía hablar” a partir de una conversación profunda se transformaba en un ser colaborativo y fundamental para el equipo.
Pregunto entonces: quiénes logran este cambio, ¿hacen magia? Probablemente, así lo vea quien no ha podido mantener una conversación efectiva, pero generalmente se le hace difícil abordar una mirada introspectiva y atender a su propio proceso mental para revisitar sus pensamientos, su percepción y su consecuente motivación. Me gusta utilizar como imagen que cada persona tiene una puerta en su cerebro, y que lo importante es encontrar la llave.
Solemos mencionar a la empatía como una capacidad común y habitual en la conducta humana. Sería bueno recordar las principales características que la definen: es la capacidad de entender y compartir los sentimientos de los demás.
Si nos focalizamos en la conversación como puente, esa será nuestra posibilidad de establecer una conexión genuina y efectiva con la otra persona; entender sus necesidades y deseos y construir confianza para influir sobre sus pensamientos.
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Vista así, la empatía no parece ser una capacidad que aparezca como algo común y habitual. Combina una serie de aspectos que deben presentarse en la conducta para demostrar que se cuenta con ella: escucha activa, autenticidad, una gestualidad que acompañe a la generación de un intercambio sin juzgamiento, buscando entender la perspectiva del otro y encontrando puntos en común.
Hace un tiempo escuché decir: solo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo. Creo que resume el mix de habilidad y actitud apreciativa que se requiere para desarrollar la empatía.
No es magia.
(*) Partner en Backer & Partners, Master en Sociología y Coach especializado en Recursos Humanos y Transformación Cultural y Digital