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Las relaciones carnales de La Cámpora y el FMI
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Las relaciones carnales de La Cámpora y el FMI

¿Alguien escuchó alguna crítica de Máximo Kirchner al FMI en estas horas? ¿La Cámpora no publicó un video diciendo que no le tiene miedo al organismo de crédito? ¿No hubo una ruidosa marcha de protesta contra el endeudamiento salvaje? El silencio de radio en estas horas de luna de miel del Gobierno con el Fondo, hace pensar en muchas cosas.

Por lo pronto, el Gobierno ni siquiera contaría con el acuerdo si no hubiera sido votado por la oposición. De ahí venimos. Cristina Kirchner y su hijo fueron los principales opositores a resolver la cuestión de la deuda, que podría haberse encaminado ni bien comenzada la gestión de Alberto Fernández, en condiciones más que favorables. Entonces, habían contado hasta con el apoyo del Papa mediando con los EEUU y Kristalina Georgieva. Martín Guzmán debió recorrer el desierto de las procrastinaciones y, cuando finalmente estaba cerca de un entendimiento, lo acusaron de haber sido engañoso en las condiciones, y no sólo Máximo Kirchner renunció a la banca en diputados con gran estruendo, sino que su voto al acuerdo fue negativo dejando en extrema debilidad a su propio presidente.

Todo el tiempo que se perdió por no solucionar el problema no le salió gratis a la Argentina y a los argentinos. Las fotos que llegan desde Nueva York, donde el presidente se lleva elogios de la titular del organismo y la aprobación de la segunda revisión de este año con desembolso incluido, llegan luego de que la economía se asomara al abismo, un 221% de inflación después, y con el dólar libre haciendo surf cerca de los 300 pesos. Es decir, con los argentinos mucho más pobres.

Sale caro el populismo, no sólo por los planes platita. Mostrar al hijo como líder combativo fue una campaña muy pintoresca que pagamos todos. Como pagamos la interna descarnada que los llevó a tener un gobierno bloqueado y el despoder de un presidente incapaz de llevar adelante su propio plan. Porque Alberto Fernandez no es inocente: entre su responsabilidad y su obediencia ya sabemos qué eligió y qué hizo de sí mismo. Su anemia política se disimula hoy en sellar las gestiones de quien realmente detenta el rol ejecutivo del Gobierno, que es el ministro de Economía, Sergio Massa, y que reporta a Cristina que, ahora sí, aprueba los tragos amargos de cierto reordenamiento económico aunque sin soluciones de fondo. Que la bomba si explota, le explote a los que vienen. Dicen que es pragmatismo, pero es poder, poder a costa de todo y de todos, lo que se juega en las bambalinas de estas escenas gastadas.

El presidente se pavonea en los EEUU como si fuera quien toma las decisiones, con una inexplicable delegación de casi 50 personas que incluye a la estilista de su pareja, mientras por aquí campea el ajuste.

Por supuesto que la flaca estabilidad de estas semanas tiene un valor preciado si sólo recordamos los aciagos días de julio y agosto. La crisis política desatada por la salida del ministro de economía, también fue un producto artesanal del kirchnerismo duro. La presión llegó a un punto insoportable hasta que ocurrió lo inimaginado: el portazo de Guzmán. Y luego, el intento fallido del presidente por ser quien continuara en el timonel de las decisiones designando a la fugaz Silvina Batakis, que se dio la mano con todos los popes de las finanzas para volver y entregar el mando a alguien que sí contaba con el apoyo de Cristina y La Cámpora: Sergio Massa.

Al nuevo ministro se le permitió todo lo que no pudo hacer el anterior. La necesidad tiene cara de hereje.

Todo esto no pasó hace un siglo, aunque esa sea la percepción en esta invivible Argentina. El drama se desenvolvió hace apenas un par de meses, pero empezó con el naufragio del presupuesto hace un año también provocado por Máximo Kirchner. Luego empujaron al país al borde del precipicio del default sin que faltaran los que decían a pesar de la experiencia traumática de 2001, que el default, sí, el default, era la mejor solución.

Sin la oposición Alberto Fernández no hubiera logrado el acuerdo que lo llevó a aguas más calmas, pero luego lo que pudo ser la base de su consolidación terminó con la avanzada salvaje del cristinismo para cortar toda aspiración futura del presidente. El golpe de palacio ocurrió ante nuestros ojos y como si nada, de pronto, ni la suba de tarifas, ni el ajuste, ni el acuerdo con el FMI, son mala palabra, como lo eran hace, media hora. Cristina se reúne con el embajador de EEUU, manda a Baradel y Yasky a la embajada, y hasta Pablo Moyano lo elogia llamándolo peronista. Todo, sin ruborizarse. Todo, luego de ser los más cruentos opositores de su propio gobierno por intentar hacer exactamente lo mismo que están haciendo.

¿Qué pasó que lo que antes era intolerable y no iban a permitir ahora es una política del Gobierno? Probablemente el miedo a una crisis con estallido social es un ordenador superior a cualquier remilgo ideológico. Pero lo que también pasó fue una impúdica guerra interna por poder, sin ningún tipo de piedad entre ellos, ni por nosotros.

La consecuencia más grave de todo el desaguisado autoprovocado por este Gobierno es un país con 100% de inflación anual en una economía lastimada que no crece hace 11 años, y que ahora es una picadora de carne del poder adquisitivo, empujando a más y más argentinos a la pobreza.

Con una hipocresía a prueba de todo, que hace que el diablo de hace un ratito sea el ángel de ahora, como si nada, veremos en estos días dos desembolsos para el FMI sin que nadie diga ni mu. Parece que al fin, no era tan grave acordar. Después se sorprenden porque la gente no les cree nada.

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