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La ira de las lideresas
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La ira de las lideresas

Por Horacio Minotti (*)

Autoridades y agrupaciones de estudiantes de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata pretendieron censurar una presentación pactada con el periodista Alejandro Fantino la semana pasada. El argumento censor, esgrimía que el exrelator de fútbol había tenido una “protagónica participación en operaciones de prensa en la modalidad lawfare contra líderes y lideresas populares y con discurso de odio contra minorías y diversidades”.

Uno no puede estar seguro sobre qué cosa que haya dicho Fantino ofendió a los líderes y lideresas, pero, en todo caso, si hubiese existido discurso de odio o discriminación, está el camino de la Justicia, que es el único idóneo, y, de ningún modo, la prohibición, censura o cancelación de dicho periodista en presentaciones futuras, como bien destaca el comunicado de la Fundación LED, que preside Silvana Giúdici.

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Sin embargo, vale la pena destacar el hecho de que si un profesional del reconocimiento y el peso social de Fantino se ve sometido a este tipo de censura, el destino que le cabe a aquellos con menos pantalla y menos historia es bastante más triste. Y, por otro lado, cabe el análisis sobre quién les ha dado a estas lideresas iracundas y estos líderes ofuscados el patrimonio de la verdad y la administración de la libertad de expresión.

Parte del espíritu de la época es la aparición de grupejos que se arrogan la propiedad de “la verdad” y la autoridad absoluta sobre determinados temas. Pasa también con los derechos humanos. Los supuestos máximos reivindicadores de tales derechos inalienables de estos tiempos, estaban debajo de la cama o pactando con los genocidas en los ’70 y ´80. Pero se los apropian: los únicos derechos humanos son los que ellos postulan.

Con la libertad de prensa y expresión pasa mas o menos lo mismo. Cada uno de ellos puede decir lo que le plazca, pero quienes piensan distintos son sometidos a su régimen stalinista de represión del pensamiento y, por cierto, a la cancelación.

Ocurrió hace poco tiempo, sin una autoridad universitaria de por medio, con la periodista Laura Di Marco, a quien se le ocurrió mencionar cuestiones sobre el estado de salud de la hija de la vicepresidenta. Más allá de que no es el tipo de periodismo que el suscripto elegiría hacer, ni las cosas que valoro que vale la pena contar, la libertad de prensa es un derecho absoluto, con doble tutela constitucional, que debe respetarse a rajatabla.

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Sin embargo, Di Marco fue primero brutalmente hostigada en redes sociales por todo el aparato censor y represivo que opera en tales espacios, y luego, amenazada ella y su familia, simplemente por haber brindado información, sea esta de buen o mal gusto siguiendo un criterio que siempre será subjetivo.

Los grupos de tareas que operan sobre la libertad de expresión, han proliferado desde que ha empezado a predominar de idea, de que solamente es legítima una forma de pensar y los propietarios de ese única idea válida, tienen derecho a ejercer algún modo de violencia contra los exhiben algún matiz diferencial.

Miguel Paulino Tato, el tristemente celebre censor de los años oscuros de la dictadura militar, estaría orgulloso de su legado. Los jóvenes (y no tanto) represores de estas épocas emulan su línea de trabajo, pero con los métodos de estos tiempos: patoteada, cancelación, maltrato, insulto, amenaza.

El recurso del hostigamiento en redes sociales, no se basa únicamente en la imposición de ideas, sino en un ataque sistemático de trolls sobre personas que piensan diferente, pero sazonando la opereta con agresiones referidas a cuestiones personales o humanas, que nada tienen que ver con el debate de ideas, sino simplemente con la descalificación del agente que resulta distorsivo de la única realidad posible.

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Es deseable que estemos atravesando una bisagra hacia un grado de madurez social que nos permita dejar atrás estas violencias y que arribemos a un estadio donde todos podamos aceptar las diferencias, debatir en todo caso, enojarse incluso, pero sin agresión ni cesura. Más que deseable, es imperioso.

Resulta requisito para la estabilización de una vida en sociedad, que hoy es en realidad una batalla campal, que las lideresas contengan su iracundia y los líderes su vocación represora del pensamiento.

En ese nuevo escenario, las libertades de prensa y expresión juegan un rol sustancial que debemos defender hasta las últimas consecuencias. Nadie debe estar solo ante la censura, todos debemos levantarnos como sociedad, contra tales aberrantes conductas, que hoy van por uno, mañana por otro, y como evidente consecuencia, mañana por usted.

(*) Periodista y abogado

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