Leyendo:
La distancia sideral entre Esteban y Cristina
Artículo Completo 8 minutos de lectura

La distancia sideral entre Esteban y Cristina

A veces los contrastes nos explican mejor que nada lo que pasa a nuestro alrededor. Cuando ayer me enteré de la internación de Esteban Bullrich sentí una congoja profunda y una fuerte sensación de injusticia por el sufrimiento que le toca atravesar. Al mismo tiempo, creo que, como a todos, volvió a invadirme ese hondo respeto que inspira su grandeza y su ejemplo aún en las horas más difíciles.

Esteban Bullrich es de esas personas que nos hacen sentir muy pequeños, para bien, con su ejemplaridad. Y su sola invocación cambia el aire porque lo llena de virtud.

Sinceramente no pude no comparar. Quizás no corresponda y si es así les pido disculpas. Pero pensé en tanta sobriedad ante una situación de adversidad en la salud que pocos podemos siquiera llegar a imaginar, y pensé al mismo tiempo en la falta de pudor de Cristina. Estamos desde hace diez días atrapados en los coletazos de la furia de una mujer que pretende imponernos, mediante todo tipo de amenazas, que a ella no la alcance la ley.

En medio de una crisis horrorosa no le tiembla la mano en llevar a la política a una virtual situación de guerra larvada, y no frena en su incesante empeño por hacerle daño a quien se le oponga. Pero fue ayer que en el contraste entendí, que además de todo, era enorme su falta de pudor, en todo sentido.

La señora Kirchner es una mujer disparando a mansalva para todos lados. Sin importarle nada. Pero tanto la embestida contra la Ciudad de Buenos Aires, -una afrenta casi pre-constitucional, una cuestión que los expertos consideran saldada por la reforma constitucional que ella misma votó-, tanto eso como las ofensas personales, como la violenta referencia a Patricia Bullrich, tratándola de borracha delante de más de una centena de legisladores, y difundiendo el video para que lo vean todos, descalifican más a Cristina que a sus oponentes. Habla de ella su vocación de tierra arrasada, o el recurso de la injuria permanente envenenando la política.

Pero entendí ayer que nada explicaba eso mejor que plantear su falta de pudor. Pudor porque la situación es tan grave, que sólo en niveles serios de desconexión con los demás y mucha soberbia, se puede supeditar todo a la situación personal sin importar las consecuencias. Seguramente a ninguno de los militantes que hay en la puerta de la casa de Cristina Kirchner se les ha duplicado o triplicado un millonario patrimonio, y ella no está bajo la necesidad de pasar frío frente a la Casa Rosada, porque a su criatura discapacitada le demoran los tratamientos. Seguro no la afecta tampoco que el gas suba el 100%, y entre sus faltas de pudor también se cuenta recibir dos pensiones cuando podría dar el ejemplo y recibir una, ostentando semejante fortuna, incluso sin tener que esperar que lo diga la ley. Siempre me pareció curioso que este tema de las pensiones no conmueva a sus seguidores, que deben tener abuelas o padres con jubilaciones mínimas. Pero ni siquiera estas miserias que expone con impudicia una señora rica que dice defender a los pobres explican tanto la situación en la que estamos inmersos como el contraste que emana de la figura de Esteban Bullrich.

El otro día, me dijo el publicista Ramiro Agulla, que a la Argentina le hacía falta un líder capaz de inspirar. En el repaso, decía que el último que había logrado inspirar fue Raul Alfonsin. Y ahí le pregunté qué era inspirar. Y me respondió: “Un líder que inspira es el que saca lo mejor de nosotros, no lo peor”. Esas palabras me resonaron ayer mientras se me hacía inevitable la comparación entre dos personas políticas gestionando un momento de adversidad. Esteban Bullrich saca lo mejor de nosotros, incluso de sus opositores. Cristina busca deliberadamente sacar lo peor hasta de los suyos.

Esa avanzada de destruir todo a su paso, como forma de hacer política, ya sea proponiendo despojar de sus derechos a los porteños u ofendiendo a otra líder política con una referencia que busca la humillación, muestran que la vicepresidenta ha cruzado un límite hasta para sí misma. Ayer me decía un colega, “tenés que estar muy fuera de eje para salir a decirle borracha a una mujer sin darte cuenta de lo que eso dice de vos misma”. Y sí. Aunque haya alguno como el senador José Mayans, a quien este momento le provoque pedirle a Cristina Kirchner que sea candidata a presidente, y aunque haya otro como Andrés el Cuervo Larroque que la endiose al punto de llamar santuario a los alrededores de su casa, es muy evidente que lo que tiene tomada a la vicepresidenta hoy es la desesperación, la venganza y la falta de pudor. Cristina está mostrando cómo es.

La anécdota a la que apeló Patricia Bullrich para responderle se compendia entre los ejemplos de insultos humorísticos de Winston Churchill que además de ser muy ácido, amaba beber champagne Paul Roger, incluso en el desayuno. En horas dramáticas de su liderazgo en plena Segunda Guerra Mundial, con el avance de Hitler en París y sus bombas surcando el cielo británico, cuentan que llegó a decir, “Recuerden caballeros, no es Francia por lo que luchamos, es por el champagne”. Nadie hubiera negado por esto sus agallas, ni que tuvo un dejo de mal gusto al responderle a la pobre Lady Ascot, una de las primeras mujeres parlamentarias del Reino Unido que lo acusó en pleno recinto. “Usted está asquerosamente borracho”. Él le retrucó a la mujer: “Mi querida, usted es fea, más aún, asquerosamente fea. Yo mañana puedo estar sobrio, pero usted seguirá siendo asquerosamente fea”. Brutal. Y hoy se leería también misógina y machista la respuesta de Churchill.

“Yo puedo no tomar, pero usted no puede dejar de ser corrupta”, le respondió Patricia Bullrich a Cristina Kirchner, parafraseando a Churchill. El flemático humor inglés trastoca en drama por los asuntos que estamos discutiendo. Es precisamente el trasfondo de la corrupción lo que ha emergido putrefacto y se retuerce decidido a resistir.

Es tanta la distorsión en nuestro presente que, por momentos, no terminamos de metabolizar las anomalías institucionales que nos impregnan. Estamos ante el primer gobierno disfuncional, desde el regreso a la democracia. Del presidente arrumbado en actos extemporáneos por sus socios sabemos por vergonzosos balbuceos, como aquel en que hacía promesas en Bariloche.

Del ministro de Economía sabemos mucho menos; en todo caso esperamos saber más, desde el día en que asumió, y su omnipresencia se registra en el ajuste que todo lo invade menos las cajas de La Cámpora.

De la vicepresidenta esperamos casi con certeza un nuevo embate por lo que sea, más y más furibundo cada vez, mientras se parapeta en su poder como un francotirador que no escatima ante ningún blanco.

Me disculpo por osar hacer hoy una comparación que tal vez la integridad de Esteban Bullrich me reprendería. Pero se las he compartido, con la misma contundencia con que se me presentó tras la noticia muy triste de su internación. ¡Qué distinto!

Recordaba también que el 22 de octubre de 2017: fue él quien le ganó a Cristina en la Provincia de Buenos Aires, en las elecciones legislativas, imponiéndose por 386.262 votos y alcanzando cerca de 4 millones de sufragios en total. Es muy angustiante pensar en ese momento de plenitud política no tan lejano en el tiempo y tener que referirnos a su enfermedad. Hoy es otra la calidad de la distancia que lo separa de su entonces contrincante. No es una distancia en votos. Es una distancia moral, una distancia sideral. El efecto de su sola referencia, nos hace dar cuenta de la desesperante necesidad de grandeza por la que clama nuestra Patria.

Ingresa las palabras claves y pulsa enter.