Por Alfredo Casado
Un sonido de alerta despierta a este periodista. Ciudad de Buenos Aires, madrugada del lunes 21 de abril de 2025. Un zumbido del WhatsApp interrumpe el sueño a las 5 de la mañana y algunos minutos. En la pantalla, el reportero alcanza a leer en italiano: “Il Papa e morto”. La información es fría y rigurosa. Con el dramatismo que genera la partida de un líder mundial, pero en este caso sin la sorpresa de la muerte súbita, porque ya en los últimos días se sabía que la vida de Su Santidad pendía de un hilo. Hace rato que habían pasado los tiempos más gloriosos y mediáticos de Francisco. Supo, ni bien llego a la cima, que debía actuar rápido, con energía y con frases que marcaran sus planes y que tuvieran efectos hacia el futuro.
El flamante Papa de 2013 tenía en la Jornada de la Juventud en Brasil la certeza de que muchas de sus ideas iban a ser bloqueadas con la velocidad de un rayo por las tendencias conservadoras y algunas otras que se llamaban “moderadas” pero que acompañaban la tradición.
Pedofilia, corrupción económica, bases doctrinarias, aborto, cuestiones de género siguen siendo hoy, tras doce años de su intento reformista, poderosas luces rojas de stop que conmueven las entrañas palaciegas del catolicismo.
Para él, para Jorge Mario Bergoglio, aquel que viajaba en subte, hincha de San Lorenzo, de una y mil anécdotas con ciudadanos comunes, no parecía ser un escenario tan distante a las tensiones de la Argentina. Claro que la universalidad del liderazgo que asumió hizo que las críticas públicas y las zancadillas oscuras llegaran desde muchos sitios distintos del planeta. Coinciden los grandes medios del mundo, sin distinción de ideologías, que su papado deja el sello de la lucha por los pobres como eje central. Los desposeídos fueron su obsesión, y a cada lugar que fue llevó su postura crítica contra un sistema que genera pobreza y desigualdad.
Pero así como esa convicción lo acercaba a las masas, también lo alejaba de los poderosos, de los especuladores, de las mafias y el capitalismo brutal, enemigos encarnizados que lo acecharon y detestaron sin darle respiro. Lo acusaron de marxista, peronista y populista: desde la iglesia norteamericana a curas franceses; desde Netanyahu a Zelenski; desde las nuevas derechas a Hebe de Bonafini.
Su rol en política exterior y como mediador no tuvo los mejores resultados. En tiempos de líderes díscolos, atropellados y agresivos, intentar calmar los tambores de guerra con mensajes de buena voluntad no fue efectivo. Muchas de esas gestiones, como en Medio Oriente, lo pusieron en la mira de alguno de los bandos en pugna.
Salió Newsweek Argentina de mayo: «El Legado del Papa Francisco»
En realidad, Francisco siempre estuvo en la mira. Y por lo general sus detractores cayeron en contradicciones. El día que fue elegido Papa, Cristina Kirchner hablaba en Tecnópolis y decía que había un nuevo Papa y era latinoamericano, pero no nombró a Jorge Bergoglio, con quien ella y su marido, el expresidente Néstor Kirchner, tenían fuertes discrepancias. Con el correr del tiempo la figura papal se impuso y Cristina viajó a Roma, visitó al nuevo prelado y las tensiones se aflojaron de manera llamativa. Con Macri, la acritud siempre fue evidente y no hubo demasiadas sonrisas. Milei lo destrató con agresiones y una vulgaridad que espantaba antes de ser presidente; después morigeró su postura. En general todos cedieron a la figura enorme y universal de Francisco.
Realizó más de cuarenta viajes y jamás vino a la Argentina. Como el general San Martin, quizás, no quiso quedar envuelto en las miserables bajezas y el horrible barro de las disputas y la decadencia de su propia Nación.
La muerte del argentino más trascendente en la historia mundial deja un vacío y también un legado que hoy, a días de su fallecimiento, es imposible de ponderar. Tras la partida del Papa, lo que sí podemos conocer con certeza es la ola vergonzosa de hipocresía mundial que se desató sin pudores.
Ahora muchos de los hacedores de las guerras, la corrupción, la especulación financiera y el capitalismo salvaje lo saludan con lágrimas de cocodrilo cuando en realidad saben que ellos fueron los verdaderos objetivos de las grandes luchas de Bergoglio.
A lo mejor, desde algún lugar, el Papa argentino, los observe con su leve e irónica sonrisa porteña.