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El poder tiene un nuevo testaferro
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El poder tiene un nuevo testaferro

El advenimiento de Sergio Massa como virtual primer ministro, desnuda la debilidad del presidente y el fracaso estrepitoso de experimento de Gobierno de Cristina Kirchner para tener el poder mientras delegaba el gobierno. El juego de bloqueos al que sometió a Alberto Fernandez, no es lo único que lo llevó a una crisis terminal. El mandatario, que nunca pareció asumir del todo, consumió casi tres años, en postergaciones, errores y contradicciones personales. El sistema invertido de dominio que impuso ella, derivó en una guerra descarnada que sometió al país a los efectos de un Gobierno inviable para resolver los problemas y que en su puja, sólo los profundizaba.

Alberto Fernandez fue elegido presidente el 27 de octubre de 2019. Pero nunca tuvo realmente el poder. Elegido por la vicepresidenta para atraer votantes moderados fue el protagonista de un artilugio electoral. Su desafío era construir eso de lo que carecía, y tuvo la oportunidad perfecta con la irrupción de la pandemia que lo elevó a una popularidad desconocida en democracia. Pero nada alteraría la jerarquía invertida de origen donde la segunda mandaba al primero. Poco a poco, Cristina Kirchner demostró que él, además de no tener el poder, no tenía el Gobierno. En el agónico proceso de bloqueo, el presidente no fue inocente. Días pasados admitió que eligió no asumir el liderazgo. El peronismo no perdona los vacíos de poder. Y tanto el inédito operativo clamor de los gobernadores justicialistas para apoyar a Sergio Massa como el rimbombante comunicado de la CGT demuestran hasta dónde había calado la desesperación ante un Gobierno sin reacción que se asomaba al precipicio.

Sergio Massa, llega no sólo por emergencia sino sobre todo por ambición y construcción propia a este virtual “traspaso de mando”, como lo describió un político de raza en forma reservada. Hace tiempo intentaba ser la persona que revitalizara la gestión. Pero la desconfianza de Cristina Kirchner era un muro casi imposible de sortear. Que la vicepresidenta haya aceptado la consagración del tigrense como último recurso revela la magnitud de la crisis por un lado y que también a ella la acorralaba.

Pero Sergio Massa construyó con astucia su propio advenimiento al poder del tablero de control. Se podría decir que ocupó de antemano los vacíos que había ido dejando el presidente. Fernandez desairó desde el principio a los gobernadores que no encontraron en él al líder que se les ofreció en el titular de la Cámara de Diputados cuando vieron que el desgobierno nacional les contagiaba la crisis en forma peligrosa. La misma desesperación había cundido en territorio bonaerense derivando en inesperados apoyos de viejos rivales, incluido Axel Kicillof, alter ego económico de la señora Kirchner. No los unió el amor sino el espanto, como les pasó a los líderes de la CGT que habían llegado al insólito anuncio de una marcha que no era en contra sino a favor y que buscaba disimular lo indisimulable: reclamar por la crisis de un gobierno peronista donde son pobres hasta los que trabajan.

Ganarse la confianza de Máximo Kirchner había sido un sostén de Massa para suplir las sospechas de su madre. Pero no fue ese su recurso más efectivo. El líder del Frente Renovador, nunca dejó sus gestiones con los organismos de crédito, y en medio del descrédito literal, del gobierno de Fernandez, luego de la salida dramática de Martin Guzmán, se encargó de consolidar en sí mismo la figura más confiable. A tal punto, que por lo bajo, en presidencia lo culpan por la negativa del BID para prestarle a Argentina. Resentimientos y justificaciones abundan en estas horas.

Massa, sumó por su ambición y por la crisis un poder que no tuvo ni el propio Fernández desde que asumió. Pero su llegada es la contracara del fracaso de un experimento peligroso. El que intentó Cristina Kirchner, entronizando a un presidente débil para manejarlo ella.

En el peronismo, parece haber cambiado todo para que nada cambie cuando un año y medio de mandato restante parecían una eternidad ante un presidente desconectado de la realidad y ensimismado en un núcleo cada vez más ínfimo de inacción.

El punto es que no hay nada para festejar. Sergio Massa deberá intentar encarar lo mismo que Cristina no le permitió a Alberto Fernandez. Pero esta vez a las decisiones que ella le vetó y que él no supo tomar, las tomó la crisis. Tiene que ver con el ordenamiento de la economía que requerirá recetas dolorosas, como anticipó el Fondo Monetario y que básicamente se reducen a gastar menos y sincerar variables. Ya trascendió que el programa que se trae entre manos Massa con un equipo que tendría la guía económica de Roberto Lavagna desde las sombras habrá un intento de acumular reservas para luego ejecutar una devaluación controlada. Todo ocurre en medio de una inflación desbocada que ahora contará con las vitaminas de las expectativas. Massa, que estaba hundido en las encuestas, no dejó nunca sin embargo, de ser el favorito de cierto establishment industrial que lo dota de la confianza que hace tiempo había perdido el presidente. Sin embargo, tiene poco tiempo y la crisis es grande.

¿Cristina se quedará tranquila con tanta estelaridad para quien siempre consideró en secreto y en público como un traidor? Por lo bajo todos saben que nada se antepone a la supervivencia cuando las papas queman. Pero con la supervivencia también sobreviene la guerra fría. La señora Kirchner sabe perfectamente que, si a Sergio le va bien, él le disputará el poder, porque en un espacio verticalista no hay lugar para dos y eso quedó demostrado. El silencio de hoy, es sólo preparación y reacomodamiento. A Massa le toca el trabajo sucio. Ya llegará la hora de reclamarle por sus políticas de ajuste. Un adelanto vino por anticipo por el lado de Grabois.

El país ingresa en una fase rara. La preservación de la institucionalidad llega de la mano de un presidente que ha renunciado sin renunciar. El poder ha sido puesto en manos de un nuevo testaferro. El peronismo con una reacción de último minuto evita que se despedace su último tótem: el de la gobernabilidad. Y deviene en un curioso gobierno de coalición obligada. Porque tampoco tiene disimulo, que no estaban las condiciones para que Cristina asuma la presidencia en caso de renuncia. Alberto la escuda a ella y quién iba a decir, Sergio pasó con la ambulancia y los escuda a los dos. Todos están desde el principio, y todos serán responsables al fin. No caigamos en las trampas del un simulacro, otra vez.

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