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Del “Operativo Clamor” a la “Operación (K)ilombo”
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Del “Operativo Clamor” a la “Operación (K)ilombo”

Por Silvio Santamarina

“Los hechos recientes me han dado la razón”, decretó Cristina Kirchner en su sonora carta abierta donde ratifica su negativa a ser candidata en estas elecciones presidenciales. La Vicepresidenta se refiere a los fallos de la Corte Suprema sobre las reelecciones en Tucumán y San Juan, que ella señala como un episodio más de un plan de proscripción judicial contra todo el peronismo, y contra ella en particular, como símbolo de la resistencia popular contra “la derecha”.

Todo indica que, ahora sí, el tan mentado Operativo Clamor se vuelve abstracto, y que ese vacío que deja podría ser ocupado por una especie de Operación (K)ilombo, para citar a otro referente del desconcierto peronista actual, Sergio Massa, que advirtió que no les “cabe un quilombo más”.

Aunque Massa diga que no cabe, en realidad, kilombo (con K) es lo que se viene. El razonamiento es simple: para entender al peronismo, especialmente en momentos críticos, la historia enseña que hay que interpretar sus dichos invirtiendo la premisa 180 grados. De hecho, el propio Andrés “Cuervo” Larroque, ya se apresuró a comentar la re-renuncia de Cristina como una invitación, no a calmar clamores, sino a redoblar la apuesta de la movilización callejera.

Larroque, como buen discípulo, no hace más que seguir al pie de la letra la estrategia narrativa de su Jefa. En la carta abierta a las redes sociales, la Vicepresidenta de un gobierno que desconoce como ajeno atribuye su renunciamiento al acoso de la Corte, siguiendo la lógica del llamado “Lawfare”, la guerra política por medios judiciales.

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Es curioso que, en su clase magistral en el Teatro Argentino de La Plata, la líder única del kirchnerismo hizo hincapié en otro motivo para bajarse de este turno electoral: allí dijo que ya había dado todo, y que lo había conseguido todo, en términos de una carrera política, especialmente femenina. Una manera de decir que ya estaba de vuelta. Pero esta semana, su carta habla lisa y llanamente de “proscripción”. ¿En qué quedamos?

Quedamos en que tal vez haya que buscar los verdaderos motivos en otras razones. Por ejemplo, en la evidencia de que el peronismo no ve un triunfo en el horizonte presidencial de este año, a la luz del derrumbe económico, social y financiero que la gestión del Frente de Todos no logra apuntalar. Es más, incluso si por un milagro el oficialismo lograra permanecer en la Casa Rosada, ¿querría Cristina enfrentar el escenario de ajuste y devaluación que se cierne sobre la economía nacional?

Es posible que la decisión de Cristina sea la de no estar dispuesta a poner la cara, a partir del 2024, para pedir y ofrecer poco más que sangre, sudor y lágrimas a su base electoral, y al irascible resto. Por eso, ella avisa que no quiere ser “mascota” de nadie. Para mascota estuvo Alberto, y quizá Scioli en 2015, y acaso Massa dentro de muy poco.

Asumiendo que este es el verdadero escenario mental que sopesa la Vicepresidenta prescindente, ¿para qué serviría insistir desde la militancia con la movilización agitadora, para mutar el Operativo Clamor en Operación (K)ilombo? En principio, para armarle una digna cortina de humo al peronismo, de cara a una posible derrota electoral en las presidenciales: perder no es lo mismo que ser proscripto.

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También sirve como un soporte narrativo a la larga argumentación cristinista contra la traición (por maldad o pura ineptitud) de Alberto Fernández, en su actuación respecto de la Reforma Judicial que le exigió el Instituto Patria desde el minuto uno de su gobierno. O sea, si ahora la militancia lamenta la defección de Cristina y se queja de haber quedado a la intemperie, los reclamos deberían ser trasladados al albertismo, para que se haga cargo de la guerra judicial que nunca se animó a pelear.

Pero hay un uso todavía más inquietante que podría tener la Operación (K)ilombo: ¿qué pasaría si el derrape inflacionario y cambiario -que ya muestra valores similares al fatídico 1989- se volviera incontrolable en su espiralamiento, y pusiera efectivamente en jaque la gobernabilidad de Alberto Fernández, meses antes del traspaso del mando? Una eventual renuncia del presidente alguna vez designado por Cristina dejaría a la Vicepresidenta a merced de la línea de sucesión institucional, es decir, a cargo del (K)ilombo por la fuerza, le guste o no a ella y su gente, obligados a dar la cara sí o sí.

El estado de alerta y movilización que pretende agitar el cristinismo hasta el final del mandato K sería la contraparte callejera de lo que Cristina en su carta llama “insatisfacción democrática”: un enojo popular que ella no asume como crítica a sus decisiones políticas, sino al revés, como confirmación de sus tesis magistrales sobre la historia argentina reciente.

Es llamativo que esta pirueta de despegue que viene tramando Cristina, tanto para no perder la elección como para (si acaso ganara) no gobernar un caos incendiario nacional, se parece mucho a la que ensaya Mauricio Macri, del otro lado de La Grieta. Una vez más, los enemigos coinciden, como si fueran socios. El diagnóstico de la Argentina enferma es, para ambos, reservado.

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