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Cuando el fanatismo eclipsa a la ciencia
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Cuando el fanatismo eclipsa a la ciencia

El auge de las políticas identitarias está comenzando a traer problemas por exceso de ideología y por una notable ineptitud de muchos políticos que votan por seguir la moda sin medir las consecuencias a futuro. Algunos de esos problemas están empezando a florecer en muchos países con las llamadas leyes Trans. El último país en sancionarla fue España y la mayor crítica está en la cuestión de los menores. Los menores pueden cambiar de sexo a los 16 años sin autorización de los padres y sin obligación de someterse a estudios psicológicos. Desde los 12 hasta los 16 años también pueden hacerlo con ciertas condiciones previas.

Por supuesto, no se trata de cuestionar la libertad de elección sexual. Soy un acérrimo defensor de que las personas puedan ser lo que prefieran y me es indiferente la elección de cada uno. Lo que está trayendo problemas son dos temas: el de lo menores y el de la utilización del cambio de sexo para obtener ventajas. Por ese tipo de razones, países como Suecia, el Reino Unido y Finlandia están dando pasos atrás en las leyes Trans que habían votado.

Argentina es un país pionero en materia de derechos para las personas trans (Foto NA: Charlie Diaz Azcue)

Es curioso como las izquierdas identitarias sólo ven estas leyes como un triunfo ideológico. En España, la ley fue impulsada por Podemos y los socialistas la votaron (con críticas) sin prestar atención a que en otros países ya estaban yendo para atrás. A pocos días de ser votada la ley, apareció el caso de una joven llamada Susana Domínguez, que demandó a la sanidad pública de Galicia por haberle practicado una operación irreversible de cambio de sexo. El psicólogo al que acudió aprobó la cirugía: “Parecía que le molestaran mis problemas. Yo era una adolescente con problemas y él mi terapeuta”, declaró Susana al diario El Mundo.

Según denuncia la joven, todos soslayaron que en su familia había antecedentes de problemas mentales y que ella sufría trastornos del espectro autista, depresión y trastorno esquizoide. Con tan solo 15 años se hormonó, le hicieron una mastectomía y le sacaron el útero. Ahora sufre por cosas que son irreversibles.

En Escocia la primer Ministro, Nicola Sturgeon, debió renunciar por una intensa polémica en torno a la edad en la Ley Trans. En ese caso, se sumó un escándalo de gran magnitud. Un acusado por violación de dos mujeres, llamado Adam Graham, se cambió de sexo en medio del proceso judicial. Se convirtió en la mujer transgénero Isla Bryson, y, al ser condenado, fue encerrado en una cárcel femenina. Un hombre condenado por violación se pone una peluca y un vestido y, haciendo un simple tramite, termina preso en una cárcel de mujeres. La estupidez humana puede ser inagotable. El asunto fue un escándalo nacional y muestra a las claras cómo legislaciones mal pensadas se prestan para todo tipo de excesos.

En junio de este año cerrará sus puertas el Servicio de Desarrollo de la Identidad de Género (GIDS) de Inglaterra luego de escribir una página nefasta en la historia de la medicina inglesa. Se supo, luego de una ardua investigación, que el 75 % de los niños tratados por disforia de género (a lo largo de tres décadas) padecían trastornos del espectro autista y que eran menores vulnerables, que provenían de familias desestructuradas, que habían sufrido abusos sexuales y maltrato, y que manifestaban ansiedad, depresión, etc.

Por presión ideológica, por intereses de las farmacéuticas y con el fin de no ser etiquetados de “transfóbicos”, la clínica administró bloqueadores de la pubertad a miles de niños sin la debida atención psicológica y el seguimiento adecuado. Al día de hoy, miles de pacientes, como Keira Bell, han demandado a la clínica. Lamentablemente, la ideología, los manejos inescrupulosos y los intereses económicos pueden destrozar vidas humanas.

El gran tema es que cada vez que alguien, desde la ciencia, avisa de algunos de estos temas pasa a ser catalogado de transfóbico y caen sobre esas personas acusaciones disparatadas de parte de colectivos militantes.

No se trata de discutir la libertad sexual. Se trata de respetar a la ciencia, proteger a los menores de decisiones que son irreversibles y de prevenir aprovechamientos. El fanatismo no puede colocarse por encima de la ciencia.

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