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Argentina, en la era de la sinceridad (o el sincericidio)
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Argentina, en la era de la sinceridad (o el sincericidio)

Por Mariela Blanco

Hoy vi un comercial en TV en el que el producto publicitado hace alarde de sus sellos de advertencia requeridos por la Ley de etiquetado frontal. Se trata de la publicidad de un tradicional chocolate que garantiza desde la pantalla chica tener exceso en azúcares, en grasas totales, en grasas saturadas, en sodio y en calorías.

Cinco octógonos negros con letras blancas como cucardas. Las cinco figuras geométricas de ocho lados ocupan casi todo el largo de la pantalla para avisar que te vas a clavar una golosina zarpada en nutrientes críticos.

No hace falta ser freudiano o lacaniano para entender el mensaje. Claramente, la estrategia del publicista es entrarnos por el lado más irresistible de la tentación: con tanta carencia de nutrientes saludables, el chocolate tiene que ser, indefectiblemente, el más rico.

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Los octógonos enormes se expanden en la tele como la mano estirada de Eva con su manzana.

No debería sorprenderme, dado que asistimos al momento más sincero de la historia argentina, en todos los órdenes, sobre todo a nivel político. Tal vez no era orden, precisamente, la palabra que debía usar porque el país está patas para arriba. Pero por lo menos, no se nos miente.

Veamos. Alberto Fernández pide por «la unidad» mientras su propio gobierno le hace no uno, sino dos desplantes: No lo invitaron al acto del 25 de mayo, y mucho menos a China. Para que no se sienta solo en la desgracia, Agustín Rossi afirmó que no estuvo en el escenario porque no lo invitaron. “En una de esas se traspapeló», ironizó.

En mayo, Máximo Kirchner reclamó un bono y doble aguinaldo para los trabajadores. “El problema es que nuestra gente tiene urgencias”, argumentó en esa oportunidad. ¿No les digo yo? Sólo en Argentina los políticos de turno se tiran un tiro en los pies y sacan los trapitos al sol. Están más cerca del “sincericidio” que de los cuestionamientos internos.

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Convengamos que hasta no hace mucho era más habitual en política inyectar confianza al pueblo: “La casa está en orden”, “Estamos mal pero vamos bien”; “En mil días el Riachuelo estará tan limpio que podremos tomar agua”.

La comunicación política solía no ponerse límites de ningún tipo, y don Carlos Saúl mucho menos: «Dentro de poco tiempo se va a licitar un sistema de vuelos espaciales mediante el cual desde una plataforma, que quizá se instale en Córdoba, esas naves van a salir de la atmósfera, se van a remontar a la estratósfera, y desde ahí elegirán el lugar donde quieran ir, de tal forma que en una hora y media podremos estar en Japón, Corea o en cualquier parte del mundo».

Mariela Blanco

Nos habíamos acostumbrado a que, por un voto, los políticos apelaran a un guion de Steven Spielberg, en caso de hacer falta. Mentiras. Exageraciones. Todo era válido. “Inflación Cero”, prometió Mauri. “Guerra contra la inflación”, dijo Alberto.

Claro que un político puede corregirse sobre la marcha, como Eduardo Duhalde cuando le preguntaron: “¿Quién tiene prioridad, la gente o la deuda externa?”. “La deuda”, respondió Duhalde, y un segundo después dijo: “La gente”. O como el diputado peruano que juró sobre la Biblia “por Dios y por la plata… por la Patria”.

Pero esto de asumir que liquidaron el poder adquisitivo y no disimular la grieta interna, no lo había visto nunca. Menos que la madre de la criatura (me refiero a Máximo) reconozca que «necesitamos un programa de gobierno” a esta altura del partido. En cualquier momento, Cristina se cuelga la carterita y lo deja a Alberto más plantado que Lilita a Pino.

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Hasta el gobernador Axel Kicillof hizo un mea culpa cuando dijo que “en el conurbano y el interior, no da más la situación social”.

Luis D’Elía no quiso quedarse afuera de esta oda a la transparencia y reveló no hace mucho que “con Cristina la inflación la manejaba Moreno poniendo una 9 milímetros arriba de la mesa y mintiendo con los números del Indec”. Y, ya que estamos, Berni aterrizó en un programa de TV y pidió en tono campechano, como quien no quiere la cosa: “El que trajo al borracho, que se lo lleve”. “Si Evita los viera, ¡mamita…, mamita…!”, diría la vicepresidenta.

¡Qué raro está el marketing! Antes había que negar todo hasta las últimas consecuencias. ¿Yo, señor? No señor. Pero ahora, en política y en publicidad, todos muestran sus excesos y sus carencias. Al menos, démosle un voto a la sinceridad. No hay duda: somos un país condenado al éxito.

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