En medio de un nuevo y peligroso capítulo del conflicto entre Israel e Irán, surge el presidente de EEUU Donald Trump como posible mediador. Mientras las estrategias de ambos países siguen chocando con ferocidad y fallos repetidos, el mandatario norteamericano aparece con una propuesta que, si se concreta, podría representar el mayor intento de estabilización de Medio Oriente en décadas.
En un escenario marcado por misiles, amenazas y extremismos, Trump busca combinar presión militar real con incentivos diplomáticos, una receta que llama a revivir su propio enfoque de “paz a través de la fuerza”.
Según informa The New York Times, el núcleo de su plan se sostiene sobre dos pilares: disuadir a Irán mediante una amenaza creíble y al mismo tiempo reconocer a los palestinos como un pueblo con derecho a un Estado propio. Para el primer punto, propone armar a Israel con tecnología militar de última generación —como los bombarderos B-2 y bombas antibúnker—, bajo la condición de que Teherán permita inspecciones irrestrictas del OIEA y desmantele su infraestructura nuclear subterránea.
Solo así, dice Trump, Irán podrá conservar un programa atómico civil y pacífico. Su argumento es simple: sin presión real, Irán jamás cederá. Pero el líder republicano también apunta contra los excesos del gobierno de Benjamin Netanyahu, al que considera parte del problema.
En ese sentido, Trump sugiere frenar la expansión de asentamientos israelíes en Cisjordania y reactivar una solución de dos Estados. Requiere, claro, que los palestinos presenten una autoridad creíble, sin corrupción y con vocación de coexistencia. De no mediar esa transformación interna, advierte Trump, tampoco habrá paz posible. Su plan, entonces, no solo condiciona a Irán: también busca encarrilar a Israel dentro de límites más razonables.
Esta dualidad —mano dura con Irán y freno al extremismo israelí— se presenta como un camino complejo pero posible. Trump no propone una retirada total de EE.UU. de la región, pero sí una reducción estratégica que dependería de lograr ciertas condiciones: que Irán acepte su frontera occidental, que Israel fije una oriental, y que los palestinos abandonen su sueño maximalista “del río al mar”. La pregunta de fondo es si las tres partes están listas para negociar sobre bases realistas y si Trump tiene la capacidad de conducir esa negociación en medio de su campaña presidencial.
Con la guerra abierta entre Irán e Israel como telón de fondo, y con una región volátil que ya ha desbordado a generaciones de líderes, el presidente estadounidense se juega una carta clave para su legado internacional. Si logra avanzar con lo que Dennis Ross denomina “diplomacia coercitiva”, podría consolidarse como el hombre que hizo lo impensado: frenar un conflicto eterno. Pero si fracasa —o si cede ante presiones internas de su partido o de aliados extranjeros—, esta también podría ser una oportunidad perdida en un momento crítico. El reloj corre.
Información de The New York Times