EEUU está dinamitando el liderazgo global que construyó durante décadas. Lo impensado se convierte en hechos. Los cimientos del planeta se sacuden ante la amenaza de la recesión y la guerra. Pero el mundo resiste a los embates de Donald Trump mientras intenta crear una nueva realidad.
Por Andrés Repetto
En los momentos más difíciles es cuando se destacan aquellas personas que con su visión no solo se ayudan a sí mismas, sino que incluso pueden toman un rol de liderazgo al poner al servicio del otro una propuesta, una idea, un plan de salida al problema que se enfrenta. Esas actitudes, en efecto, muchas veces los convierten en líderes, en una fuerza inspiradora de cambio, pero, ¿por cuánto tiempo?
En muchas oportunidades expresé mi punto de vista sobre el gran poder que tenemos en nuestras manos: la tecnología. Nunca antes habíamos tenido la posibilidad de transmitir esa chispa inspiradora a la velocidad y distancia actuales. Pero hoy ese poder colectivo no solo está adormecido: también está fuertemente controlado. Y lo que al mismo tiempo es un remedio, una ayuda, un propulsor para la solución de desafíos, ahora parece llevar en su interior el virus que nos distrae y nos aleja de la posibilidad de cambio.
Hace muchos años, cuando las redes sociales recién empezaban a generar espasmos de cambio a nivel mundial, con mucha esperanza pensaba que estos nuevos medios de comunicación podrían fomentar nuevos líderes para así crear un nuevo mundo. El tiempo pasó y el Gran Hermano, entendido como parte de ese poder oscuro, puso las cosas en el lugar.
La telaraña de Trump y la construcción de un nuevo orden mundial
¿Hacia dónde vamos? Esa es una pregunta que me hago con frecuencia justo ahora que otra idea gana cada vez más espacio: “Lo que conocimos hasta el momento ya no está. El mundo está en pleno cambio. Lo que se formó y dio bordes para encauzar las aguas durante los últimos 80 años se terminó”.
Somos testigos -pero no nos engañemos, también partícipes- de situaciones impensadas a nivel mundial.
Los aliados históricos a nivel político, económico y militar están dejando de serlo. Los enemigos de décadas se hablan con cercanía y gestos que impactan como terremotos sincronizados en las viejas estructuras de poder.
Por caso, la OTAN, la alianza militar de la que durante ocho décadas tiene la mirada puesta primero en la Unión Soviética y luego Rusia, se está reconfigurado de manera acelerada. La desconfianza está derrumbando los lazos históricos entre los socios, y en especial con uno de los más poderosos y uno de sus fundadores: EEUU.
LA RESISTENCIA
Los ataques que la administración Trump realiza pretendiendo quedarse con territorio de países aliados, como es el caso de Groenlandia, presionando cada vez más claramente a Dinamarca, son posiciones que bordean la ficción. Los ataques contra sus vecinos, han llevado al Gobierno de Canadá a buscar de manera acelerada relanzar desde sus políticas energéticas hasta sus alianzas económicas para abandonar la dependencia de su exaliado y vecino del sur. El primer ministro canadiense, Mark Carney, advirtió días atrás que el liderazgo estadounidense en el libre comercio y la confianza que esa nación inspiraba se habían terminado. Los canadienses entienden que ni siquiera tienen tiempo para seguir en shock y deben rehacer su realidad en medio de la pesadilla.
Aunque parezca un dato anecdótico, hasta reapareció Canuck, un superhéroe canadiense de historieta de la década de los ‘70, como reflejo de la necesidad colectiva de un nuevo entrelazamiento social y la búsqueda de exaltar los intereses nacionales. En la nueva historieta, Canuck ya no lucha contra invasores extraterrestres o de otro continente, sino que debe enfrentar al propio Donald Trump.
Si bien esta historia parece superficial en realidad muestra hasta donde está calando la carta de lo impredecible en el contexto global.
Durante la presidencia de Joe Biden, ante el avance ruso en el frente ucraniano y como gesto de indudable apoyo hacia sus aliados europeos, EEUU envió 20.000 soldados más al frente oriental en el flanco europeo, especialmente a Rumania y Polonia, dos naciones de la OTAN que temen que lo que hoy sucede en Ucrania se traslade a sus territorios. El mensaje hacia Rusia era claro, Washington estaba liderando la alianza y afirmando con ese movimiento de tropas que estaba dispuesto a proteger a sus socios y aliados. Pero pocos días atrás, en unos de sus intercambios de críticas contra sus socios europeos, la diplomacia estadounidense afirmó que no iba a retirar súbitamente a sus soldados de Europa.
Esta declaración en medio de los adjetivos descalificativos de Trump hacia los europeos mientras presentaba su lista de aranceles debe haber alarmado a más de un líder en el Viejo Continente. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué quiso decir? El interrogante no tardó en ser respondido de la manera más brutal y ejemplificadora: la administración Trump ordenó retirar 10.000 de esos 20.000 soldados que Biden había enviado para darle un mensaje de fortaleza a Vladimir Putin.
Por eso, los europeos miran cada vez con mayor recelo a su (por ahora) aliado estadounidense. Y por eso no es extraño que ante este cambio súbito y profundo en las visiones geopolíticas históricas de la administración estadounidense, los militares en Europa debatan cómo rearmarse y preparase para una eventual expansión de guerra en Ucrania, pero ya sin la ayuda de los EEUU.
Ante los reproches públicos por parte de los más altos funcionarios norteamericanos, no debería sacarse del tablero de estudios militares el interrogante sobre qué rol podrían cumplir en un futuro no muy lejano los miles de soldados de EEUU y sus misiles anclados en Europa como parte de un ahora viejo acuerdo, pero que fue una de las bases más importantes de la geopolítica tras la Segunda Guerra Mundial.
Todos somos amigos o aliados hasta que dejamos de serlo.
Quien está viviendo más claramente esta situación por estas horas es el Gobierno de Dinamarca, que analiza cómo hacer frente a un embate cada vez menos diplomático de los EEUU con la intención de apropiarse de la isla de Groenlandia. Y más aún cuando es un hecho la entrada de soldados estadounidenses en el Canal de Panamá que, más allá de lo que se informa, no pudo frenar el embate del Pentágono y de Trump.
Es por todos estos movimientos tectónicos en la defensa europea que naciones como Francia, que con una fuerza militar que no depende de la tecnología estadounidense (gracias a la visión de De Gaulle), buscan formar una alianza militar para entrar en territorio ucraniano. El objetivo cada vez más claro de Francia es liderar una nueva fuerza europea.
EL MUNDO ES UN RALITY
“¿Hacia dónde vamos?”, me pregunto entonces. En medio de sus anuncios continuos y televisados, el rey de los realities hizo del mundo su propio show. Y es que nadie en el planeta entiende como Trump el devenir de estos tiempos. Pero, ¿eso necesariamente se traduce en liderazgo real?
Su política de aranceles sin previo aviso y sin consultas a vecinos o aliados eleva el peligro de su impredecibilidad.
Por un lado, polémicas decisiones en todos los órdenes, amenazas de más guerras y bombardeos. Por el otro, la falta de un horizonte claro, una visión de cómo debería ser la nueva realidad. Todo eso me lleva a preguntarme: ¿está en juego el liderazgo de los EEUU como potencia?
La desconfianza, el temor, la necesidad de buscar puertos seguros, lo impredecible y lo arbitrario no hacen más que golpear el liderazgo que EEUU supo forjar durante décadas. Lo que puede parecer un gesto de poder por parte de una potencia, en realidad no es más que pura debilidad.
En medio de esta tormenta y de las olas gigantescas que golpean a todos los países en este mar desconocido, ¿qué harán las naciones que se ven atacadas por quien hasta ahora les garantizaba seguridad y estabilidad?
China, de forma clara en la mira de todos los ataques del Gobierno de Trump, afirmó tener el poder y la determinación para ocupar el rol que EEUU ostentaba y ahora está dinamitando.
Trump cede en su guerra comercial con China y analiza una drástica reducción en los aranceles al 80%
¿Es posible volver el tiempo atrás? Lo que Trump está generando bajo la idea de “América primero” en tan solo unos pocos meses, ¿podría ser revertido por una nueva administración? Desde luego, esta pregunta es viable siempre y cuando no se imponga a nivel interno una nueva realidad institucional que ponga en jaque a la democracia.
El hombre que maneja su gobierno y al mundo como si fueran parte de un gran reality show las 24 horas en vivo está liquidando el liderazgo de un país que ya enfrentaba una realidad global diferente a la que vivieron sus antecesores. Al asumir Trump, el mundo ya no era gobernado por una sola potencia, sino que otras naciones disputaban ese trono, especialmente China.
Mucho tiempo atrás, una persona conocida me advertía que una gigantesca fortuna familiar no podía sobrevivir en un país impredecible en el que se tomaran malas decisiones. Lo que parecía algo imposible, sostenía, podría ocurrir muy rápido.
UNA LUZ DE ESPERANZA
Entonces, ¿hacia dónde vamos? Por el momento, el pronóstico no es positivo. Las nubes muestran muchas más tormentas en el horizonte y la falta de liderazgo no hace más que llevarnos al mismo oscuro lugar de siempre.
Tras la llegada de “la Primavera Árabe” que luego se transformó en un invierno atroz, muchos pensamos que un cambio de paradigma era posible gracias a democratización del poder y a la valorización del poder colectivo. Y aún creo que eso es posible porque vivimos en un mundo cada vez más interconectado. Lo que aún no está claro es si seguiremos viviendo anestesiados en la Matrix o si se generará la presión suficiente para crear el cambio.
Mientras el mundo se dirige hacia un nueva realidad -veremos si mejor-, el poder comienza a cambiar de manos. El caos puede ser una puerta de entrada a una nueva era.