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Barajas, el aeropuerto que dejó de ser refugio: decenas de familias sin techo fueron expulsadas
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Barajas, el aeropuerto que dejó de ser refugio: decenas de familias sin techo fueron expulsadas

Desde hace unos días, el aeropuerto de Barajas dejó de ser refugio improvisado para decenas de personas sin techo. La nueva medida impide el ingreso a quien no presente una tarjeta de embarque o acreditación laboral, expulsó a muchos a la intemperie.

Las mantas ahora se extienden en los pasillos que llevan al parking o en las zonas de fumadores, donde los cuerpos se encogen en busca de abrigo. Los guardias de seguridad, impasibles, cumplen órdenes: sin billete, no hay paso.

Mientras se aplicaba por primera vez el nuevo control de accesos, los directivos de Aena y de la empresa de seguridad seguían en tiempo real lo que ocurría a través de las cámaras. “Esto ha funcionado”, celebró uno de los ejecutivos al observar cómo los sintecho eran desalojados. Esa noche, según datos de UGT, unas 170 personas lograron pasar la noche dentro, pero otras 150 fueron rechazadas en las puertas del aeropuerto.

Entre los que quedaron fuera está Steven, un peruano de 37 años que vive en España desde hace dos. Desde hacía una semana, dormía en un rincón de la T4, donde se aseaba, descansaba y esperaba encontrar algún trabajo eventual. El miércoles por la noche intentó entrar como siempre, pero esta vez le exigieron un billete que no tenía.

“Solo quería descansar”, lamenta. Ahora duerme en la puerta, con el pelo mojado tras usar los baños exteriores y una toalla al cuello. “Hasta los enchufes de afuera desactivaron. Nos peleamos por el único que queda”, agregó en diálogo con el diario El País.

Las autoridades aseguran que trabajan en un plan social para censar a estas personas y ofrecerles alternativas. Pero la realidad sigue al margen. Afuera, en los bancos que sobreviven, otros tantos como Steven se acomodan como pueden. Las limpiadoras, testigos habituales del drama diario, aseguran que “los sintecho conocen el aeropuerto mejor que los propios trabajadores”. Algunos incluso consiguen forzar puertas para entrar unas horas. Pero con los nuevos controles, eso es cada vez más difícil.

Al final de cada jornada solo quedan mochilas alineadas, mantas extendidas y cuerpos rendidos junto a las terminales. Steven recoge la suya y se prepara para otra noche al raso. “Tendré que buscarme la vida. Como siempre”, dice, antes de perderse entre los ecos metálicos del aeropuerto que, una vez más, lo dejó afuera.

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