Por Román Iucht
Si la sociedad argentina sospecha de la justicia ordinaria, por qué la justicia del fútbol debería ser la excepción. Por más tajante y temerario que pueda resultar, partir de esa afirmación no resulta una mirada descabellada en virtud de las polémicas frecuentes en el fútbol argentino y, en simultáneo, abre decenas de debates sobre el uso de la tecnología, la credibilidad de los jueces y su toma de decisiones.
Aún en las mejores competiciones del mundo, el VAR despierta todo tipo de polémicas. Jugadas como la del penal que ejecutó Julián Álvarez en la definición del Atlético de Madrid ante el Real Madrid en la Champions League, el cual fue anulado por un “doble toque”, generan análisis minuciosos, debates eternos y teorías conspirativas que jamás llegan a una conclusión final.
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La evolución permanente de la tecnología intenta disminuir el margen de error al mínimo, para acercar al juego a la idea de justicia. Un chip inteligente dentro de balón y cámaras en la línea de meta para verificar el traspaso absoluto del esférico, garantizan la legitimidad de una conquista. El fuera de juego semiautomático ayuda al golpe de vista humano en situaciones definidas por centímetros. Conscientes de lo mucho que hay en juego en cada partido, el Viejo Continente invierte sumas millonarias para aplacar las quejas y no abrir más ventanillas de reclamos. Jamás se llegará a la perfección, pero el intento está a la vista.
Inteligentes y maquiavélicos, quienes mostraban su desacuerdo cuando el VAR llegó a la Argentina, lo presentaron como el fin de todas las polémicas. Sabían perfectamente que era una premisa falsa, pero poco les importo. En un fútbol ventajero, protestón, simulador y que todo el tiempo reclama injusticia a favor, nada ni nadie podría garantizar seguridad alguna.
El jugador reclama desde adentro de la cancha, el hincha presiona desde las tribunas y las redes sociales, el dirigente protesta desde los escritorios y el periodismo partidario desde los micrófonos. La ola es demasiado grande como para poder surfearla con la destreza suficiente, pero ni siquiera los detractores suponían que el “ruido”, lejos de aplacarse, se volvería casi ensordecedor. El problema del VAR en nuestro país no es la herramienta, sino el uso de la misma. Y ahí es cuando se habla de los árbitros.
Una sola cosa es peor que la ausencia del VAR, y es el mal uso del mismo. Que exista y no se utilice como corresponde genera mayor indignación. Si un par de árbitros observa detenidamente desde una sala especialmente adaptada y con todas las cámaras que tiene a su alcance el desenlace de las jugadas polémicas, a diferencia del juez del encuentro que debe juzgar y decidir en tiempo real, su veredicto debería aclarar y no confundir.
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Se habla de “error claro, obvio y manifiesto”, según dicta el reglamento, como condición para modificar el fallo original. Pero en muchas oportunidades el protocolo parece olvidarse aumentando las suspicacias y las sospechas. El trazado de líneas en jugadas factuales, la interpretación de situaciones de contacto o de manos en el área, alimentan las quejas y, al mismo tiempo, la desorientación de quienes observan cómo en acciones del juego similares, la decisión puede ser tan distinta.
Ni hablar del tiempo que demora el análisis de algunas jugadas, que parece eterno, y que no solo nunca se recupera por completo, sino que también detiene el impulso de aquel equipo que quiere una rápida continuidad del juego.
Si todo esto no fuera suficiente, la dependencia del apoyo tecnológico, agiganta la falta de personalidad de algunos árbitros que evitan expedirse en situaciones de conflicto, esperando el auxilio externo. El combo es nocivo y la repetición de ciertos nombres dirigiendo con frecuencia a los mismos equipos, lo vuelve definitivamente explosivo.
La consecuencia es siempre la misma. La sensación de injusticia crece en forma directamente proporcional a la sospecha. Y los prometidos audios originales, que podrían -como una especie de “caja negra”- instruir al pueblo futbolero aclarando cada polémica y transparentando cada fallo, naturalmente brillan por su ausencia.
La conclusión es definitiva: la justicia es ciega, pero en el fútbol argentino se corre la venda y espía con demasiada frecuencia.