Hay imperios que parecen eternos… hasta que un día comienzan a resquebrajarse sin aviso, o peor aún, sin que nadie dentro de ese imperio quiera admitirlo. Marcelo Gallardo atraviesa el momento más crítico de su historia como entrenador de River, y la caída, lenta pero sostenida, ya no puede disimularse detrás del legado ni de los recuerdos.
Hoy el ciclo está contra las cuerdas, al borde del abismo y con la amenaza real de un golpe final que puede venir disfrazado de revancha histórica: Boca y Guillermo Barros Schelotto, dos de las víctimas más icónicas del “Muñeco” en su era dorada, son los que ahora asoman con la chance de darle el nocaut definitivo.
El análisis duele porque nace del contraste. Aquel River voraz, competitivo y cerebral se transformó en un equipo errático, previsible, sin carácter. Los números lo exponen, pero el juego lo condena: este año River fue pobre, tibio y desconcertante. No compitió en los momentos clave, perdió su identidad y, para peor, nunca dio señales de reacción. A eso se suma algo más grave: la bomba económica que deja un plantel armado con compras millonarias, contratos astronómicos y apuestas que fracasaron de manera estrepitosa. Fichajes de elite que nunca rindieron, viejas glorias que regresaron más por nostalgia que por nivel, y un club que pagó caro para ver poco y nada dentro del campo.
En esa lista figuran nombres que en otro momento habrían hecho ilusionar a cualquiera, pero que hoy simbolizan un modelo en crisis: figuras que llegaron como salvadores y se convirtieron en interrogantes; ídolos que volvieron buscando épicas y encontraron su ocaso. River dejó de incorporar para competir y empezó a incorporar para recordar. El hincha, paciente por naturaleza con Gallardo, ya no encuentra argumentos para justificar un presente que oscila entre lo frustrante y lo preocupante.
Pero si el panorama deportivo es oscuro, el horizonte institucional puede ser peor. Si River no clasifica a la Copa Libertadores 2026, el golpe no será solo futbolístico: será económico, simbólico y estructural. Porque la era Gallardo no solo fue una época de títulos: fue una forma de entender el éxito sostenido. Caerse ahora significa romper con esa narrativa, aceptar la caída del modelo y asumir que el ciclo ya no tiene respuestas. Esta River está de rodillas, esperando el golpe que lo deje en la lona.
Y ahí aparece el condimento más dramático y futbolero de este guion: el destino decidió volver a cruzar a Boca y Guillermo Barros Schelotto, dos nombres que Gallardo convirtió en capítulos dorados de su carrera. Boca, el eterno rival al que desgastó en finales, copas y momentos inolvidables, lo espera en la Bombonera, donde la presión será sofocante y el margen, inexistente. Lo que en otros tiempos era terreno fértil para epopeyas, hoy parece un escenario ideal para una sentencia deportiva.
La última página de este calvario puede ser todavía más cruel: Guillermo Barros Schelotto, hoy técnico de Vélez, será quien reciba a River en Liniers en la última fecha. Gallardo lo dominó, lo superó y escribió parte de su leyenda a costa suya. Hoy, el “Mellizo” tiene en sus manos la chance de cobrar la cuenta más larga del fútbol argentino reciente, y nada simboliza más el giro dramático de este River que esa escena final: el verdugo convertido en posible ejecutor.
El fútbol tiene estas ironías que rozan la literatura. Los gigantes caen y, cuando lo hacen, no siempre es por obra de enemigos nuevos: muchas veces son sus viejas presas las que vuelven para reclamar justicia poética. River está en ese punto exacto entre mito y derrumbe, entre memoria y presente. Gallardo, que construyó una era titánica basada en convicción, intensidad y ambición, hoy luce atrapado en sus propias sombras, sin brújula y sin chispa.
Puede aparecer el milagro, quizás sobreviva, porque el fútbol siempre ofrece un último round. Pero si el final llega en estos días, el golpe no solo dolerá por el resultado: dolerá por el simbolismo. Si Boca y Guillermo le dan el nocaut a Gallardo, no será una derrota más. Será el cierre épico de la era más grande que recuerde River. Una caída así no destruye un legado, pero lo ensombrece. Y deja una pregunta que aterra al hincha: ¿qué pasa cuando el héroe también se convierte en parte del problema?